UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 24 Jun 2019 01:30 AM PDT
Marta Bueno y José R. Alonso
Cuando Claude Debussy componía su Preludio para la siesta de un fauno, podemos imaginar su cerebro como un cielo nocturno iluminado por fabulosos fuegos artificiales, bañado en brumas densas y rasgado por rayos de color. Es seguro que un gran número de regiones encefálicas se activaban durante la composición y creación de sus obras pero también cuando se sentaba al piano, cuando dirigía su orquesta e incluso cuando silbaba o pensaba en una melodía paseando por las calles de París. Las técnicas actuales aplicadas a la neurociencia para observar el cerebro en plena actividad, la resonancia magnética funcional y otros métodos, se han puesto al servicio del aprendizaje. Sabemos qué regiones se activan durante la realización de tareas matemáticas, de tareas de lenguaje, etc. Cuando se utilizan estas técnicas para observar el cerebro de alguien que hace música, se ve una activación de multitud de áreas, cada una de ellas implicada en una función específica y todas conectadas entre sí. Escuchar música es un proceso auditivo pero es también mucho más. Nuestro flexible cerebro reestructura sus sinapsis cuando desglosamos una pieza musical y de manera inconsciente deconstruimos su ritmo, su tono, su timbre, sus silencios, su esencia y de nuevo volvemos a reunir todas esas piezas percibiendo la composición como una unidad. El cerebro funciona así para muchas cosas, descompone una imagen en puntos de color y luego reconstruye en circuitos de la corteza visual el objeto que captó la retina, todo eso a una velocidad vertiginosa. El sistema nervioso central no solo hace todas estas complejas tareas cognitivas, sino que incorpora también funciones que atañen a nuestras áreas subcorticales, las que gestionan emociones, y sentimos esa secuencia elaborada de notas como algo más allá que un simple proceso auditivo. Entonces, la música nos entristece o nos hace recordar algo agradable o nos lleva incluso hasta la euforia. León Tolstoi lo explica así en La sonata a Kreutzer
«La música me hace olvidar mi posición real; me transporta a otra posición que no es la mía. Bajo la influencia de la música, me parece que siento lo que realmente no siento, que comprendo lo que no entiendo, que puedo hacer lo que no puedo hacer».
La sensación de placer que nos provoca la música se debe al sistema límbico, que responde a una melodía de la misma manera que lo hace a otras actividades básicas de supervivencia como ingerir comida, beber agua o el sexo, de modo que la sensación de bienestar y de disfrute es inmediata. Es llamativo que la música genera esa sensación cuando es algo sin un valor orgánico pero es que somos seres que obtenemos placer de la belleza. Incluso la música triste tiene también un componente de disfrute, de empatía y de estética.Con el propósito de verificar la causa de este placer al escuchar música, un grupo del IDIBELL de la Universidad de Barcelona ha comprobado por primera vez que el circuito de recompensa que se activa en nuestro cerebro cuando escuchamos una melodía se debe a una respuesta modulada por la dopamina (Ferreri et al., 2019). Los autores manipularon la disponibilidad sináptica de dopamina de la siguiente manera: a un grupo de voluntarios se le suministró un precursor de la dopamina, la levodopa, que favorecía su síntesis, mientras que a otro grupo se le proporcionó un antagonista, la risperidona, que inhibe la acción de la dopamina; es decir, unos tenían más dopamina disponible y otros menos. Con la levodopa, las reacciones a la música fueron más intensas que con el inhibidor. La sensación placentera debida a un estímulo abstracto como es la música se midió controlando cambios en la piel de los participantes mediante sensores electrodérmicos. La sensación agradable que sentimos con la música provoca escalofríos en la piel, cambia la conductividad de ésta y eso se puede medir. Si una melodía nos emociona nuestro cerebro libera dopamina y nuestra piel, vía el sistema nervioso autónomo, también lo refleja. Las técnicas actuales de neuroimagen permiten seguir en el cerebro estas emociones que nos suscita la música. Una buena melodía activa las regiones implicadas en el circuito de recompensa, en especial el núcleo accumbens, la ínsula anterior y la corteza prefrontal medial. Es decir, la potente respuesta hedónica generada por una música apreciada va unida a una sensación de placer inducida por nuestro circuito cerebral de recompensa. Si una canción nos provoca sensaciones intensas el sistema nervioso autónomo recurre al resto del cuerpo: nuestro corazón comienza a latir con más rapidez, las pupilas se dilatan, la temperatura corporal aumenta, la sangre se dirige hacia las piernas, el cerebelo se activa, el circuito de recompensa se inunda de dopamina y podemos sentir algo parecido a una descarga eléctrica surgiendo de nuestra nuca y bajando por la columna vertebral (Blood et al., 2001). Tras esta respuesta instantánea nuestro cerebro reclutará recuerdos, opiniones, conexiones conceptuales y muchos más datos sobre la melodía escuchada, enriqueciendo mucho más esa experiencia. Sabemos que todas estas vivencias musicales van conformando nuestra manera de pensar y de sentir, pero donde se pone de manifiesto con claridad la plasticidad neuronal es en el intenso proceso que supone aprender música. Hyde y sus colegas (2009) demostraron que una formación temprana en lenguaje musical produce cambios estructurales en el cerebro y que además puede tener repercusión sobre otras habilidades. El entrenamiento para adquirir destrezas musicales es una experiencia intensa a nivel cognitivo, multisensorial y motor. Es una excelente oportunidad para demostrar la plasticidad del cerebro ya que el entrenamiento musical repercute positivamente en el envejecimiento cerebral. «Estoy seguro de que la buena música alarga la vida» Desde la perspectiva de la neuroeducación, estas palabras de Yehudi Menuhin ya no son sólo una intuición del gran violinista y director de orquesta, son una conclusión de la investigación. Si nos centramos en edades tempranas, un equipo de investigadores holandeses ha demostrado que las lecciones regladas de música mejoran significativamente las habilidades cognitivas de los niños, incluidos el razonamiento basado en el lenguaje, la memoria a corto plazo, la planificación de tareas y la inhibición de conductas, y a través de estos progresos conducen a un mejor rendimiento académico (Jaschke et al., 2018). Publicado en Frontiers in Neuroscience, este trabajo es el primer estudio longitudinal a gran escala que se adapta al currículo escolar. Los investigadores analizaron a 147 niños que seguían un método musical estructurado, es decir, incluido en el horario de clase. Después de dos años y medio se evaluó el rendimiento académico de los niños, así como diversas habilidades cognitivas, incluidas la planificación de tareas, la atención, la concentración en una actividad concreta y la memoria. El principal resultado fue que los niños que recibieron clases de música tuvieron mejoras cognitivas significativas en comparación con los demás niños participantes en el estudio. Esto sugiere que las habilidades cognitivas desarrolladas durante las horas de música influyen en la capacidad de aprendizaje de los niños en temas que no tienen una relación directa con la música, lo que lleva a un mejor rendimiento académico general. Los beneficios alcanzan también a otros ámbitos. Aprender música mejora la conciencia fonológica y, por tanto, es útil en el aprendizaje y consolidación de la lectura. Así, se han observado avances en la discriminación de palabras, particularmente en las letras consonantes (Nan et al., 2018). Esta investigación se realizó en Pekín con niños de cuatro y cinco años que hablaban mandarín como lengua materna y fueron divididos en tres grupos. En el primero se impartieron lecciones de piano a los niños durante seis meses, en el segundo se dedicó ese mismo tiempo a instruir a los niños con clases de lectura adicionales y el tercero se tomó como grupo control. Según Robert Desimone, investigador en el MIT y autor principal del artículo (Nan et al., 2018), el grupo que recibió clases de piano mostró la mejora más importante en habilidades de procesamiento del lenguaje y era el que más progresó en lectura. Es sorprendente, por tanto, que la música favorezca la iniciación a la lectura más incluso que recibir clases adicionales de lectura. Aprender a tocar un instrumento es también un reto cerebral maravilloso. La impronta que deja en nuestros cerebros este aprendizaje, el de hacer música, nos capacita para otras tareas y esas nuevas conexiones nos serán útiles para cuestiones completamente diferentes a las musicales. Es evidente que cuando se toca un instrumento se activan zonas relacionadas con lo visual, con lo auditivo y con la coordinación de movimientos, pero sabemos, como dijimos al principio del texto, que la música nos «toca la fibra», lo que implica añadir componentes emocionales y sumar la sensación de recompensa. Además ser conscientes de la sensación de placer al tocar un instrumento o disfrutar una melodía, nos prepara para estar atentos a los sentimientos, propios y ajenos, nos hace más empáticos y más receptivos, nos abre a lo bello y a lo bueno. La diferencia más obvia entre escuchar música y tocarla es que practicar con un instrumento requiere motricidad fina, algo que se controla desde ambos hemisferios del cerebro. También combina la precisión lingüística y matemática con el contenido nuevo y creativo. Por estas razones, se ha encontrado que tocar un instrumento aumenta el volumen y la actividad en el cuerpo calloso del cerebro, el puente entre ambos hemisferios, permitiendo que los mensajes corticales lleguen más rápido y produciendo una actividad más sincronizada. Con todo, son muchas las evidencias que indican cómo a cualquier edad, debido a la gran plasticidad de nuestro cerebro, aprender música causa una explosión de sinapsis que mantiene nuestras redes neuronales activas. Los cerebros de músicos con edades avanzadas conservan esta frescura sináptica. La formación musical puede compararse con el aprendizaje de un idioma nuevo ya que implica reconocer un código nuevo y analizar su ejecución mientras lo escuchamos. Atendemos a errores porque esta es una de las facetas que se desarrollan al entrenarnos para la música, intentamos solucionarlos buscando la perfección. Dmitri Shostakovich dijo «un artista creativo trabaja en su siguiente composición porque no está satisfecho con la anterior». Si sabemos que la música tiene múltiples beneficios a nivel cognitivo, estudiar música no debería ser una oportunidad únicamente para personas con cierto nivel socioeconómico. Si nos centramos en la educación formal y, sobre todo, en niños y jóvenes, y la neurociencia ha demostrado que el aprendizaje musical conlleva muchas ventajas, entonces, ¿por qué esta materia está desapareciendo de los planes de estudio? Las horas a la semana dedicadas a la música en el currículo escolar han sido reducidas en todo el mundo para favorecer el estudio de otras asignaturas académicas consideradas más «útiles» y supuestamente más eficaces para favorecer la productividad en este sistema económico en el que estamos inmersos. Aprender a tocar un instrumento no debería ser un lujo al alcance de unos pocos sino una parte necesaria e indispensable del sistema educativo, una de las piedras angulares sobre la que construir personas bien formadas. Aunque aprender a tocar música no enseña habilidades que parezcan directamente relevantes para la mayoría de las profesiones, los resultados de muchas investigaciones sugieren que la música enseña a lo que los educadores denominamos aprender a aprender, algo crucial. Llegados a este punto, es inevitable valorar positivamente el estudio del lenguaje musical en cualquier etapa de la vida. Independientemente de los beneficios que la música tiene en la plasticidad de nuestro cerebro, en mantenerlo joven y en el entrenamiento que supone para otras funciones cognitivas y emocionales, esta manifestación artística es indispensable en nuestras vidas simplemente por el placer que provoca. Los mamíferos somos animales que buscamos placer pero estos mamíferos bípedos, con poco pelo corporal y expresión articulada que somos nosotros hemos aprendido a extraer placer de actividades sublimes y aparentemente inútiles. No es así. La música, como el arte en general, mejora nuestra sociedad. Podemos hacer un ejercicio de memoria y recordar los momentos más importantes de nuestra vida. Seguro que todos tienen banda sonora. Referencias
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