Barreras que no se ven (1ªparte)
Los problemas de movilidad de las personas impedidas físicamente para deambular son evidentes y los identificamos a simple vista. Ir en una silla de ruedas, llevar muletas, cojear, llevar gafas de sol e ir moviendo un bastón son características que revelan la dificultad que tienen estas personas, suponemos que les cuesta más
trabajo desplazarse, necesitan ayuda y nos sentimos todos dispuestos a ayudarles.
Evidentes son también las barreras que encuentran a su paso, bordillos, escaleras, falta de aparcamiento o poco espacio para salir del coche, aceras estrechas, cortadas por coches o motos subidos a ellas, cuestas imposibles, semáforos sin tiempo o pasillos infinitos.
Pero no hay que estar limitado físicamente para tener problemas de movilidad en tu vida diaria. El abanico de la discapacidad es muy grande y dentro nos encontramos también con problemas psíquicos o sensoriales como pueden tener los TEA.
Las personas que padecen de Trastorno del Espectro Autista y sus familias se encuentran con inconvenientes en sus desplazamientos y sus impedimentos en muchos casos no son rasgos que se identifican a simple vista. Como tampoco son evidentes los obstáculos, barreras y peligros que se encuentran en su camino. Pasear por la acera cerca de la calzada, montar en autobús y no tener sitio, esperar a que llegue el metro, subir en escaleras mecánicas, pasar a través de los coches en un parking, llevar el carro en el supermercado y dejarlo después en su sitio, entrar en un baño estrecho, esperar colas, el turno en mercado o el médico, son situaciones que nos hacen plantearnos cada vez que salimos si vale la pena hacerlo.
Las personas que padecen TEA a menudo tienen conductas extrañas, repetitivas, exageradas o inadecuadas para el entorno en el que se pueden encontrar y eso hace que los sitios nuevos o no controlados sean una fuente de conflictos.
Y estos problemas aparecen desde el principio. Muchos padres nos sentimos agobiados por las rabietas desmesuradas de nuestros niños ya desde pequeños, dando gritos, golpes, tirándose por el suelo a los que resultaba imposible calmar ante la impertinente mirada de la gente que parecía decirnos "ese niño está mal educado" simplemente porque quería sentarse en su sitio en el autobús, quería ver pasar el metro muy cerca, cruzar la calle por el camino más corto o pararse en el medio del paso de cebra a ver como camina el muñeco verde del semáforo. Según van creciendo nuestros hijos, nosotros, los cuidadores, vamos aprendiendo estrategias para controlar o hacer más llevaderos las incidencias y los cambios del día a día.
Y muchos problemas no los causan las conductas sino las barreras invisibles que nadie se da cuenta que existen. Aparcar lejos de las puertas de entrada en un parking puede ser peligrosísimo si tu hija sufre un ataque de pánico y echa a correr entre los coches. Utilizar un aseo estrecho puede ser imposible si además tu hijo se quiere desnudar completamente antes de volverse a vestir.
Otro ejemplo es, Javier. Javier es un vecino amigo con una discapacidad psíquica alta pero que lleva una vida normal y muy autónoma con su anciano padre. Le veo muchas veces desde la ventana cruzar la calle perfectamente pulsando el botón del semáforo y esperando que se ponga verde. Pero una mañana de domingo llegó cuando el semáforo ya estaba verde cruzó y cuando se encontró en una isleta en la mitad del paso de cebra se puso rojo. Él se paró esperando el muñeco verde. Y allí estuvo hasta que bajé corriendo a pulsar el botón. El funcionamiento del semáforo fue correcto pero nadie pensó que podía quedarse alguien en una acera en medio de la calzada sin posibilidad de moverse. Y lo que es más triste nadie se dio cuenta que Javier estaba esperando a que el muñequito cambiara de color y le indicara que podía continuar su camino. No quiero ni imaginar el caso de que los semáforos no funcionen bien.
(Continuará)