En un día que ya mostraba una clara diferencia con la estación que acabamos de dejar, hoy estrenamos el otoño con una salida escolar al
Pazo del Faramello.
Ver a nuestro alumnado comiendo uvas de la parra, recogiendo castañas, escuchando el cantarín río Tinto al tiempo que caminaba pisando hojas secas por la legendaria senda de la Traslatio Xacobea flanqueada por árboles centenarios, puede que sea de esos recuerdos que todos guardamos en la caja de lo bien hecho. Ciertamente fue un de esos días con los que a veces nos obsequia la vida y en los que todo parece estar bien.
Llegar allí fue fruto de esas casualidades que a veces se dan, con las que nos dejamos ir y de las que luego decimos qué suerte tuvimos. A decir verdad, tenemos que reconocer que nunca habíamos ido a pesar de que siempre acariciábamos esa posibilidad por la conexión literaria que le sabíamos al Pazo y por las hermosas fotografías que veíamos en
Facebook a lo largo de todo el ciclo del año, pero por un motivo u otro nunca habíamos estado.
A comienzos de este curso, cuando programábamos las actividades a realizar en el nivel relacionadas con un proyecto sobre una huerta frutal, apuntamos posibles salidas que enriqueciesen el bagaje experiencial de nuestro alumnado, entre otras al Pazo del Faramello por su cercanía al centro. Así fue como contactamos con su dueño, quien, ya en ese mismo día nos invitó a conocerlo. Como nos queda muy cerca allá fuimos,y cuando volvimos nos sentíamos avergonzadas por no haber estado nunca guardando tanta historia de Galicia y tanta lección de naturaleza entre sus muros.
Pero aún nos esperaba otra sorpresa, en terrenos de libre acceso del Pazo, su dueño, Gonzalo Rivero de Aguilar, creó el
Xardín do Recordo, un memorial a las víctimas del accidente de Angrois, plantando un árbol por cada uno de los fallecidos, 81 en total. Con la intención de seguir embelleciendo este espacio para la memoria, nos dijo que lo único que le pedía a los grupos de escolares era una aportación para comprar más árboles y de este modo mantener vivo un espacio que aunque había nacido de una desgracia, ahora con la colaboración de todos, se podría convertir en un lugar hermoso para el esparcimiento y disfrute de la gente.
Es fácil suponer que salimos de allí, ilusionadas con la idea de llevar a nuestros pequeños a conocer el Pazo y de contribuir con un árbol al Jardín del Recuerdo. Desde entonces fuimos perfilando lo que queríamos hacer -pues permiten adaptar la visita a los intereses de los grupos de alumnado- y hoy, a pesar de todas nuestras conversaciones preparatorias, decidimos que lo mejor para los pequeños sería andar por el monte escuchando los pájaros, descubriendo setas, recogiendo castañas, oliendo el aroma fresco del otoño, mirando los saltos del río y cruzando de puente en puente sin prisas y sin demasiadas consignas. Disfrutar sin más, puede que ahí radique el éxito de la visita.
Para el cierre de la jornada, merienda frutal en el campo en forma de luna del Jardín del Recuerdo y plantación de un magnífico ejemplar de Cercis siliquastrum, también llamado el árbol del amor por la forma de corazón de sus hojas.
Por ser la primera vez que acogían a un grupo tan numeroso de niños tan pequeños, nos acompañó una técnico experta en reforestación de bosques con especies autóctonas y una conocedora de setas. Mención aparte merece el acompañamiento cariñoso y discreto de una pareja, padre y madre de una joven víctima del accidente del Alvia, gente que aún en su dolor sin consuelo apoyan a Gonzalo en la labor de seguir adelante con el Xardín do Recordo, porque agora serán hermosos árboles los que evocarán a sus seres queridos.
Para nosotras, estos días previos fueron de preparativos para la visita aprovechando todo lo que hay en la red para saber más de lo que íbamos a ver en el Pazo. Desde que entramos en la web vieron una de las señas de identidad del Faramello, el Sol y la Luna, -tomadas de los orígenes de sus fundador, un noble italiano quien por amor se asienta en estas tierras y pone en funcionamiento la primera fábrica de papel de Galicia-, y desde ese momento los niños deciden rebautizarlo como el Pazo del Sol y de la Luna.
Cuando surgió la cuestión de cómo manifestar el agradecimiento a nuestro anfitrión y a los acompañantes, ellos lo tuvieron claro: un cuadro y unos libros. El tema del cuadro no pudo ser otro que un árbol del amor al lado del río con un sol y con una luna. Hubo un serio debate en clase sobre si el cuadro debería titularse "
Jardín del Sol y de la Luna" o "
Jardín del Amor", pero como ni votando lográbamos acallar a los que no quedaron contentos integramos los dos. Ahora, le tocará al anfitrión venir a buscarlo a la escuela y mostrarle "nuestra casa" al igual que él lo hizo con la suya. Los libros tampoco admitieron duda "
El hombre que plantaba árboles" de Jean Giono y "
El árbol generoso" de Shel Silverstein.
"
Jardín del Sol, de la Luna y del Amor", junto con "
Yeats en el Faramello" -un
collage maravilloso creado por la especialista de inglés con los niños y niñas de la escuela-, darán inicio a una nueva colección de arte en el Pazo del Faramello.
Proverbio latino con el que el Pazo recibe a sus visitantes desde 1712 y que en nuestro caso se ha cumplido fielmente: "Paz a los que vengan. Salud a los que habiten. Felicidad a los que marchen."
Desde aquí os instamos a todos y todas a la visita, y agradecer el cariño, profesionalidad y atención que se le dispensó hoy a nuestro alumnado en el Pazo del Sol y de la Luna.
Para ellos que trabajan con el horizonte de incidir en la formación ecologista y medioambiental de las jóvenes generaciones, les dedicamos esta cita de R.L Stevenson:
"No juzgues el día por la cosecha que recoges sino por las semillas que has plantado."
Nota: Al día siguiente confirmamos una vez más el éxito de la visita, cuando ya al entrar en clase los niños y niñas nos pidieron indicaciones para poder ir con sus padres a enseñarles el árbol del amor que habíamos plantado y a merendar en la isla del río Tinto. Pasamos la mañana elaborando un plano que llevaron a sus casas con toda la información necesaria para poder revivir de nuevo la experiencia en familia.