
Marta Bueno y José R. Alonso
Las neuronas ganglionares de la retina mandan sus axones a través de los nervios ópticos hasta el quiasma óptico, donde parte de ellos cruza al otro hemisferio y alcanzan el núcleo geniculado lateral. Desde este núcleo, la información sensorial
sigue hasta la corteza visual primaria donde se sigue procesando. La ceguera hace que el sistema visual se quede sin información sensorial. Con el «apagón» retiniano, la corteza visual queda inactiva.

La corteza cerebral es un bien escaso. La evolución ha hecho trucos asombrosos para aumentar la cantidad de corteza disponible tales como plegarla, con lo que consigue más superficie en el mismo volumen, y colocar cosas diferentes en el hemisferio izquierdo y el derecho en vez de tenerlo todo duplicado, con lo que amplía su capacidad de alojar funciones específicas tales como hablar, leer o hacer operaciones aritméticas o rotaciones geométricas.
Si una persona nace ciega o se queda ciega ¿qué pasa con la corteza visual? Ahora sabemos la respuesta: parte de la red neuronal de la corteza visual es reclutada para las matemáticas.

La plasticidad del cerebro es espectacular y cuando una región cortical no desempeña la función que le corresponde, en lugar de quedar relegada, es reutilizada para otras tareas, frecuentemente muy diferentes a las que tenía asignadas originalmente. Esto es lo que se ha puesto de manifiesto en la investigación llevada a cabo por el equipo de Marina Bedny (Kanjlia et al., 2016).
El propósito de su investigación era comprobar si el procesamiento numérico, que activa los lóbulos frontal y parietal, estaba condicionado por la experiencia visual. Sabemos que estas dos zonas, así como el surco intraparietal, están implicadas en la resolución de tareas matemáticas.