Uno de los principales problemas que he podido constatar en mis años de docencia es el inmovilismo (que no siempre está relacionado con malas prácticas) de gran parte de los docentes que trabajan en las aulas. Docentes que, curso tras curso, usan el mismo material (o cambian el libro de texto por alguno que siga el nuevo currículum), mantienen las mismas prácticas y usan las mismas estrategias para impartir su labor educativa. Es algo realmente curioso. Pretender mejorar a golpe de no hacer nada para ello. Pretender mejorar el sistema manteniendo las prácticas que se usan desde antaño.
Uno de los males endémicos del docente es la falta de actualización (y con la misma no estoy hablando de la cantidad de cursos de formación que se superan). Otro de los males del propio sistema es la falta de motivación, más allá de decisiones personales, para que se proceda a mejorar en algunos ítems.
Son muy pocos los docentes que establecen comunicación directa con los padres. Son aún menos quienes optan por usar mecanismos de comunicación abiertos, ubicuos y transparentes. Cada vez más blogs educativos sobre materiales. Cada vez menos blogs educativos sobre sensaciones personales que el docente experimenta. Y eso es lo importante. Transparencia de sensaciones. Transparencia de las maneras de hacer las cosas. Transparencia como máxima educativa.
El curso que viene la mayoría de docentes (y sí me permito cuantificar la cantidad porque sé, por experiencia, que no yerro) llegarán el uno de septiembre a sus centros educativos con las manos vacías. Con un verano por medio en el cual, la mayoría, habrán disfrutado exclusivamente de su tiempo libre. Algo que tienen todo el derecho del mundo. Algo que, en un trabajo como el nuestro, se hace totalmente imprescindible. Algo que la administración no está potenciando para cambiar. Sí que es tu trabajo pero nadie te va a premiar o recompensar con palabras de aliento el trabajo que puedes haber estado realizando ese mes, julio, que a algunos se les olvida que es de trabajo. Bueno, los docentes catalanes sin la extra tienen excusa. Pero no la tenían hace cuatro años. Y hace cuatro años sucedía lo mismo que ahora. Septiembre corriendo por no llegar a preparar las clases. Por no haber llegado el libro de texto de la editorial. Por no haber tenido tiempo para hacer nada. Eso es como el que llega al mes de junio y se pone a hacer operación bikini. Que no, que no se puede. Las lorzas no desaparecen tan rápido. No hay dietas milagrosas.
El problema de ser dinámico y preparar cambios (o adaptar materiales) es que, más allá de la satisfacción personal, te sientes un poco estúpido. Estúpido al ver como muchos compañeros tuyos dedican en exclusividad ese tiempo a ocio o familia. Estúpido al ver como, más allá de algunos que consideramos esto de la Educación como hobby, la inercia va a ser lo que va a imperar a partir de septiembre. ¿Cómo vamos a pretender que los alumnos hagan algo en verano si con nuestro ejemplo les estamos diciendo que lo mejor que pueden hacer es tumbarse a la bartola? ¿Qué ejemplo les estamos dando?
Seguro que más de uno tiene excusas. Que si los recortes, que si la necesidad del descanso, que si... Todo vale para justificar el inmovilismo. Más aún cuando el mismo no está jamás penalizado por la administración. Una administración que, curiosamente, premia las malas prácticas (sólo hace falta ver determinadas actuaciones), el arribismo y la facilidad de venderse por medio plato de lentejas. Más allá de lo anterior... ajo y agua.
Yo ya tengo preparadas algunas cosillas nuevas para el curso que viene. Reconozco que, como mi trabajo me gusta y dispongo de tiempo, es algo que siempre me planteo a estas alturas. Eso sí, que tenga cosillas preparadas no implica automáticamente que vaya a usarlo. Pero, aunque no lo use, eso siempre me da una gran tranquilidad. Más aún a alguien tan caótico e imprevisible como yo.
Por cierto... la lectura de material educativo ya te hace caer automáticamente de la lista de inmovilistas :)
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No es una crítica al docente inmovilista. Es una crítica al modelo educativo. Un modelo que no tiene ningún mecanismo para favorecer el dinamismo de una profesión en la que es demasiado fácil caer en un estado de suspensión animada.
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