El problema no es enseñar a emprender, a enfrentar retos, a gestionar un proyecto, a procesar ideas y materializarlas: son destrezas muy útiles. El problema sería el modo en que se envuelve ese aprendizaje.
La cultura del emprendimiento entra, poco a poco, en las escuelas. El objetivo principal es impartir un espíritu, una actitud vital desde edades tempranas. Pero debajo de ese sostén se deslizan enseñanzas que enseñan a los niños a no identificarse con lo que huela a cosa pública; a desinteresarse y a asumir que el cultivo de lo común quedó obsoleto, que uno solo depende de su destreza para multiplicar el dinero.
"El discurso del emprendedor traslada el riesgo a cada individuo, ya no hay problemas estructurales, sino deficiencias de actitud individual y problemas en tu capacidad para hacerte un hueco en esta vida".
Los datos contradicen esta lógica.
Muchas instituciones y agrupaciones promueven la enseñanza y transmisión del emprendimiento más como un sistema moral que como una profesión o un conjunto de técnicas y conocimientos. Y ese es el riesgo.
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Pantallazo del vídeo promocional del libro Emprendedores. |
A principios de mayo circuló por la red el contenido de los libros de texto que se emplearán en Castilla y León después de un acuerdo con la Fundación María Jesús Soto. Son cuadernos ilustrados, adaptados a un lenguaje seductor para niños. Títulos como Mi primer libro de economía, ahorro e inversión o Mi primer viaje al mundo de la empresa y los emprendedores.
Enseñan a invertir, por ejemplo, en trigo: «Si la producción de trigo es escasa, como es una materia prima muy necesaria, la gente la seguirá comprando cueste lo que cueste (…) si debido a las predicciones meteorológicas sospecho que la producción de trigo podría ser escasa, compraré activos que representen el precio del trigo y cuando el precio haya subido los venderé y ganaré mi beneficio».
En el
vídeo promocional de uno de los libros, se escenifica la filosofía de las lecciones: «¿No te da miedo? Necesitarás dinero…», le dice un niño a la sonrisa de la emprendedora Carol —una sonrisa imperturbable como de libro de catequesis–. «Sí,
seguro que hay fantasmas que me acechan», responde ella, «sé que tendré preocupaciones, miedo a perder dinero, que habrá momentos en que mis fantasmas me dirán que no voy a ser capaz, pero no lo haré sola. Dentro de mí estará mi espíritu emprendedor».
En otro frame del vídeo, aparece el homo emprendedor como la última estación de la evolución de la especie (animado por dos seres de luz). Va precedido de un currito penoso que si montara en bici, recordaría al repartidor de pizzas de alguna plataforma molona.
El problema no es enseñar a emprender, a enfrentar retos, a gestionar un proyecto, a procesar ideas y materializarlas: son destrezas muy útiles. El problema sería el modo en que se envuelve ese aprendizaje.