UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 13 Dec 2019 04:37 AM PST
Marta Bueno y José R. Alonso
¿Quién no ha dejado para el último momento alguna tarea ineludible?, ¿cuántos agobios hemos tenido porque se acercan fechas límite y seguimos sin ponernos manos a la obra?, ¿cuántas veces nos hemos propuesto gestionar mejor el tiempo? La neurociencia también se pregunta sobre las causas de estas demoras voluntarias pero irracionales frente a obligaciones imperiosas, con fecha de caducidad. Es interesante conocer las teorías que explican lo que muchos tildarían de pereza o dejadez. Procrastinar, posponer en el tiempo algo que sabemos conscientemente que debemos hacer cuanto antes, tiene consecuencias en todos los ámbitos de la vida y puede ser muy perjudicial en el terreno afectivo y social, pero también en el laboral y en el académico. ¿Por qué lo hacemos entonces? Muchos estudios se preguntan lo mismo e incluso hay investigaciones recientes que intentan encontrar respuesta en el sustrato neural de esta actitud. Al final, procrastinar es también una actividad cerebral. Sabemos que, en muchas ocasiones, el objetivo que posponemos nos proporcionará beneficios. Pensemos en las veces que nos hemos planteado tareas que conviene hacer: repasar un idioma antes de un viaje, fabricar la estantería que necesitamos tener lista para el verano, preparar un examen con margen suficiente de tiempo o realizar con la calidad adecuada el dibujo en tinta para el concurso local de pintura. También consideramos normas inquebrantables la puntualidad, la prontitud ante un favor que se nos solicita, la actitud resuelta y dispuesta, pero, ¿y si estos convencionalismos sociales no fueran de nuestro agrado? Quizá si fallamos en estas cuestiones sociales o laborales que no nos satisfacen, podamos escapar de esos compromisos en un futuro ya que no volverán a contar con nosotros. O puede que un narcisismo encubierto nos lleve a desear una entrada triunfal con alfombra roja incluida cuando estén todos reunidos esperando, pendientes de la piedra esencial en la tarea común. Si nos identificamos con esas excusas para la demora ya lo tenemos resuelto, pero si no es así, cabe la posibilidad de que nuestro cerebro esté configurado para que la tardanza sea una parte inherente a nuestra psicología, es decir, que nuestro cerebro esté programado para procrastinar. El equipo de Shunmin Zhang y colegas (2019) cree que existen explicaciones cognitivas de la procrastinación, un sustrato biológico que permite comprender las causas de la demora irracional. Centrándonos en el papel del cerebro en los aplazamientos, estos autores describen dos enfoques cognitivos contrarios. Uno de ellos está basado en la regulación de las emociones y propone que las personas postergan tareas al dejar que un objetivo placentero a corto plazo, logrado rápidamente al retrasar la obligación, se sitúe por delante de la gratificación a largo plazo que supondrá la tarea importante concluida a tiempo. Es decir, la evitación con satisfacción inmediata pesa más que la recompensa final que se obtendrá con la tarea resuelta. El amor de Morfeo camuflado en los brazos del sofá tras la comida anula al Pepito Grillo desgañitándose para que ordenemos la cocina y pongamos la indiscutible lavadora. El otro enfoque se basa en la motivación y señala que nos demoramos en realizar una tarea porque cuanto más alejada se encuentre la fecha límite para tener ésta finalizada, menos motivados estamos para emprenderla. Si tenemos por delante tres semanas hasta la fecha del examen, el impacto en nuestra motivación no será el mismo que si contamos con tres días para estudiar el mismo contenido. La urgencia hará que la voluntad sea mayor y nos pondremos a ello independientemente de la ansiedad, de la capacidad para asimilar, de la calidad del estudio o de las horas robadas al sueño. Los resultados de esta investigación indican que tanto la emoción como la motivación forman parte de una misma causa para procrastinar. Los investigadores concluyen que la dilación en el tiempo de una tarea está basada en un conflicto entre dos fuerzas contrarias: la motivación para actuar y la motivación para evitar. Es en este punto donde la neurociencia interviene para explicar por qué hay tareas que nos cuesta tanto afrontar. Parece que el área que se activa en este proceso de evitar ponerse en marcha es el giro parahipocampal, una región implicada en la memoria. En estudios de neuroimagen se observó que durante la evitación de pruebas recordamos lo tediosas que fueron esas tareas en el pasado y postergamos su realización. Esto nos hace reflexionar sobre nuestros verdaderos intereses, a qué cosas respondemos. Zhang y sus colegas sostienen que esta zona cerebral proporciona una de las bases neuronales más sólidas que subyacen a la procrastinación como rasgo característico de personalidad. El giro parahipocampal también se comunica con otras regiones cerebrales vecinas en el sistema límbico. En los procrastinadores, toda esta región trabaja en conjunto para amplificar la aversión hacia el evento tedioso. Los que abordamos las tareas con tiempo suficiente y nos ponemos manos a la obra con la ilusión de esfuerzo hacia el objetivo fijado, tenemos las alarmas emocionales atenuadas y no saltan ante la tarea potencialmente desagradable, los hábitos refuerzan el compromiso y las funciones ejecutivas, -planificación, valoración de posibles futuros, juicio crítico-, toman el mando y apuestan por lo más sensato, lo más racional, lo más eficaz. Hay otras investigaciones que muestran que los procrastinadores pueden tener menos densidad neural en el área prefrontal del cerebro, involucrado precisamente en las funciones ejecutivas, lo que les dificulta la autorregulación del uso del tiempo, las decisiones se hacen irracionales, el control de impulsos es pobre, no se valora tanto el futuro sino el aquí y ahora. Puesto que la corteza prefrontal es el área encefálica que más tiempo tarda en madurar, hasta los veinte años no ha terminado su desarrollo, también les pasa a nuestros alumnos; sin esta capacidad para autorregularse les resultará más difícil mantener un ritmo metódico mientras intentan alcanzar una meta dentro de los límites de tiempo asignados. Decimos que no son constantes, que no tienen hábito de estudio y que su voluntad hay que trabajarla. Para ellos la tarea que deben emprender y que tiene un horizonte lejano es aburrida, frustrante o insatisfactoria. Cuando llegue lo inevitable, la fecha de los exámenes o la entrega de trabajos, y no tengan más remedio que abordarla, se pondrán a la tarea con más o menos motivación, pero a menudo con demasiado poco tiempo para aprenderlo todo y aprenderlo bien. El autocontrol es un aprendizaje y las pautas del profesor son valiosas para ejercitarlo y hacerlo propio. Es muy tentador utilizar esta teoría de la decisión temporal como una excusa para justificar la tardanza, o incluso para atribuir la procrastinación crónica a una materia gris insuficiente. Sin embargo, aún con el respaldo de la ciencia, quizá la comprensión del destinatario no sea la esperada. Lo más revelador y lo que nos salva de este determinismo fatalista es que la plasticidad neuronal nos da la oportunidad de cambiar hábitos. Podemos activar nuestra memoria y recordar malas consecuencias del pasado cuando no gestionamos bien el tiempo y no cumplimos nuestras obligaciones dentro del plazo establecido. Mejor aún, podemos recordar lo satisfactorio que fue el cumplimiento de objetivos y plazos en las ocasiones de esfuerzo constante y bien planificado. Si sólo somos capaces de pensar en los aspectos negativos de una tarea ineludible quizá podamos enmarcarlos de manera más positiva, saboreando la recompensa de la meta. Si esto no es suficiente, lo que no falla nunca es sentir los beneficios durante el camino, ser conscientes de las ventajas y sacarles partido, es decir, disfrutar con los pequeños pasos dados cada día que conseguimos mejorar. Puede ser que esto último sea impensable para algunos trabajos realmente tediosos, entonces también podemos premiarnos por los pequeños logros conseguidos, por las metas volantes que recorremos hasta la meta final, un paseo, un bombón, un capítulo de la serie preferida, cada uno sabe qué recompensas funcionan con él. En cualquier caso, si procrastinamos alguna vez, que sea con intención y alevosía, conscientes de las consecuencias y conocedores del motivo. Referencias:
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