UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Marta Bueno y José R. Alonso
Imaginemos nubes dulces y esponjosas, Sí, esa golosina tierna que se deshace en la boca. Con esta chuche tan atractiva se planteó un experimento con niños pequeños que ya es un clásico. Lo veremos con detalle, pero también analizaremos un estudio que, a partir de él, llega a un resultado muy interesante: los niños tienen mejor autocontrol cuando colaboran con un compañero. Es decir, tienen más probabilidades de frenar un primer impulso y retrasar una gratificación cuando confían unos en otros para obtenerla multiplicada. La fuerza de voluntad de cada uno se vuelve más firme cuando se comparte esa determinación para conseguir un objetivo. Si, además, el objetivo supone un desafío, la perseverancia del equipo aumenta. Estos tres hallazgos obtenidos a partir de investigaciones rigurosas nos proporcionan a los educadores una evidencia sencilla para valorar de manera positiva el trabajo colaborativo. Si tenemos niños cerca habremos visto que para ellos una de estas nubes de azúcar es una tentación difícil de resistir. Walter Mischel las utilizó para llevar a cabo un experimento que consistía en poner delante de niños de cinco o seis años esta golosina y decirles que debían esperar allí solos, sin comer la nube, hasta que el investigador volviera a la sala con una segunda. Cuando regresara el profesor, podrían comer las dos chuches. Es genial observar a los pequeños mirando el plato con los ojos muy abiertos, retorciéndose las manos, oliendo la chuche, tapándose los ojos, dando saltitos en la silla… en definitiva, luchando contra la tentación. Un tercio de los niños consiguió esperar a que el profesor volviera con una segunda chuche al menos durante quince minutos, controlaron sus impulsos y valoraron el beneficio del autocontrol: si resistes y esperas, el premio será doble. Los demás sucumbieron al dulce placer. Pues bien, en una investigación reciente que utiliza el experimento anterior como base, un grupo de investigadores del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig ha comprobado que es más probable que los niños resistan el impulso inmediato cuando comparten con un compañero el esfuerzo que requiere resistir para alcanzar una recompensa mayor (Koomen et al., 2020). Cuando les prometieron una segunda nube, en esta ocasión compartiendo la tentación con un amigo, el porcentaje de niños capaces de esperar fue mayor. Para obtener este resultado, los investigadores tomaron una muestra de 200 niños de 5 o 6 años y pusieron a los participantes en habitaciones separadas. Colocaron una de estas nubes dulces y blanditas frente a cada uno de los niños. El grupo de los solitarios lo formaban niños aislados frente a su chuche como en el experimento clásico. En el grupo de las parejas había niños también aislados, pero a los que se les había dicho que contaban con un amigo con nombre y apellidos, en otra sala, que realizaría la prueba como él; es decir, este grupo lo formaban parejas de compañeros que no estaban en contacto físico pero compartían una tarea. El vínculo entre los dos niños podría ser simplemente un juego con globos que los investigadores realizaron al inicio del experimento para que se conocieran entre sí. A los niños en esta última condición cooperativa se les dijo que para conseguir una segunda nube tendrían que esperar los dos sin lanzarse a por la primera. El profesor salió de la habitación y ¿qué pasó? Podríamos suponer que las probabilidades de éxito disminuyeran al ser ahora dos niños tentados, expuestos al dulce; alguno caería. Pues bien, en esta condición de interdependencia el porcentaje de niños que esperaron el regreso del investigador con la segunda chuche fue del 35%, mayor que en el grupo de los solitarios, 20%. Puesto que los niños no podían verse o comunicarse entre sí, estos resultados ponen de manifiesto las fuertes consecuencias motivacionales que el simple hecho de estar en un contexto cooperativo tiene para los muchachos desde edades muy tempranas. Estos niños desarrollan un sentido de compromiso hacia los compañeros y probablemente están motivados para retrasar la gratificación porque piensan que no deben decepcionar a su pareja. El éxito de conseguir una segunda nube es compartido y se disfruta más. No es un: ¡lo he conseguido! Es un: ¡lo hemos logrado!, que suena diferente y al que todos coloreamos con matices muy gratificantes. Este hallazgo pone de manifiesto que los niños están más dispuestos a retrasar la gratificación por razones cooperativas que por objetivos individuales. Los cerebros humanos están preparados, desde fases tempranas, para el trabajo en grupo. Hay un compromiso mayor en una tarea que requiera posponer una gratificación inmediata y personal para alcanzar una que se realiza en equipo. Para que esta interacción sea eficaz, tanto a pequeña escala, proyectos escolares en grupo, como en la búsqueda de metas comunes en colectivos más amplios, es necesario regular el impulso del logro inmediato, individual y más competitivo. Estos éxitos sociales, muy valiosos a largo plazo, benefician a un grupo en el que todos cooperan para conseguir un éxito como equipo. Desde nuestra perspectiva de educadores, esta habilidad para posponer la recompensa es crucial en el desarrollo social y cognitivo de los niños. Ya por sí misma constituye una capacidad importante que se puede entrenar y favorece la activación del sistema racional de nuestro cerebro. Hemos visto además que los resultados de este aprendizaje de autocontrol mejoran cuando el contexto es cooperativo ya que los niños están psicológicamente equipados para responder a las interdependencias sociales de manera que faciliten el éxito de todo el grupo. Con todo, tenemos que ser conscientes de que a pie de aula o en un equipo de investigación, en un departamento de empresa o al hacer un rompecabezas entre varios, no todo son ventajas. Enumeramos someramente los beneficios de este método de trabajo, citamos los inconvenientes y enunciamos una lista con algunas soluciones para solventarlos. Las posibles ventajas son:
Referencias:
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