El (otro) Desván |
Posted: 01 Jul 2016 01:00 AM PDT
Algo le pasa a un país que entierra a sus muertos como quien arregla un váter. Que llora a sus muertos como si fuera 1920.
Le pedimos cambio a un país que abre los tanatorios toda la noche. Le pedimos cambio a un país que procesiona tras el coche fúnebre desde la iglesia hasta el cementerio. Bajo el sol. A 35 grados. En julio. Familiares, amigos y viejos curiosos que se felicitan porque se han vuelto a librar.
Le pedimos cambio a un país que reza ante el nicho vacío. Por costumbre. El cura empieza un padre nuestro que los asistentes completan sin entusiasmo. Alma salvada. Silencio. Llantos ahogados. Silencio.
Un gordo de mono azul se monta en un motocarro. Se aprientan los puños, se secan las lágrimas. Se pausa el dolor. Silencio. El gordo arranca el mototcaarro. Suena un pitido como los de los camiones container al dar marcha atrás. Piii, Piii, Piii. Se acerca despacio al coche fúnebre.
Sube el ataúd al motocarro. Piii, piii, piii. Se para frente a la fila de nichos. Es el de arriba. Un cm más alante. Piii. No, dos más atrás. Piii. Sube el ataúd con la plataforma hidráulica. Un poco más arriba. No, un poco más abajo. No anda fino con la palanca. Ahí. Empuja el ataúd.
El gordo aplica un cordón de silicona alrededor del nicho. Coloca una tapa de plástico que parece una bandeja de hospital. Termina el trabajo con cinta aislante de aluminio. Baja la plataforma hidráulica. Se aleja despacio. Piiii, piiii, piii. Desaparece antes su imagen que su sonido.
"Lo siento mucho", "te acompaño en el sentimiento", "ha sido rápido", "mejor así", "sólo 61 años"... Se acabó.
No hay nada prosaico en la muerte, en ninguna muerte: ni Poes, ni cuervos, ni velas, ni grandes discursos. La despedida más emotiva que he visto nunca se la dio un padre a su hijo de 17 años. No fue un discurso sobre momentos vividos o futuros truncados. Sólo tres palabras y un puñetazo sobre el ataúd: "Joder, Sergio, macho". Un último acto paterno. Una bronca piadosa por irse demasiado pronto. En ese funeral no hubo ni gordo, ni cura, ni bote de silicona. El dolor sí estuvo. Y sigue. Pero igual hay esperanza.
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