Chema Madoz
Con motivo de la conmemoración del Día Universal del Niño, las redes sociales y medios de comunicación se llenarán de denuncias de situaciones de vulneración de sus derechos, de ausencia flagrante en la atención a sus necesidades más básicas, de manifiestos, de declaraciones, de citas, de exposiciones, de gestos, de cuentos, de cortometrajes y de otras muchas acciones necesarias pero no suficientes. De cualquier modo, en muchos casos no pasa de ahí. Pasó el día y pasó la romería.
Nosotras, hoy, queremos fijar la mirada en el día a día, en la cotidianeidad, en lo que tenemos cerca, enlo que vemos (o en lo que no queremos ver) en las escuelas: la carencia de bienestar de muchos niños y niñas, entendiendo el bienestar como estar-bien o bien-estar, lo que sería el resumen y finalidad última de todos los derechos.
Llevar muchos años en la enseñanza y tener ya bastantes años nos permiten una mirada comparativa de la calidad de vida de los niños. Calidad, esa palabra tan polisémica y de naturaleza tan multifactorial que en los últimos tiempos se asocia a la existencia de condiciones en muchos casos irrelevantes. Calidad de vida y bienestar en nuestro contexto hace referencia al cumplimiento de unas características sobre el estilo de parentalidad que establecen los padres/madres con los hijos; al establecimiento de unas normas ajustadas a la edad de los chiquillos; a la atención que se le dispensa para la cobertura de sus necesidades de higiene, alimentación, descanso, movimiento, sanitarias, educativas, relacionales, afectivas, emocionales y de apego positivo; y cómo no, a la existencia de unos referentes adultos que sean modelos de habla, de actitud, de valores, de ser y de estar en la vida. Pues es aquí donde nos encontramos el problema: en nuestro mundo, en nuestra sociedad (no en otras distantes o desconocidas), hay cada vez más niños y niñas que carecen de lo anteriormente expuesto. Y a esto no se le está prestando la debida atención; no queremos decir que pase desapercibido pero, como hay otras cuestiones más urgentes, pasa a formar parte de la normalidad, acostumbramos a decir que es contextual.
Los docentes tenemos indicios de sobra para detectar todas esas situaciones: la falta de aseo o de sueño, la ingesta con voracidad, el comportamiento de los pequeños, las expresiones, las anécdotas o episodios familiares que nos cuentan, la falta de hábitos adecuados a los distintos momentos, etc; lo que podemos complementar con la imagen que nos causan los progenitores y con las escenas en las que los vemos juntos (cuando se despiden, cuando los recogen o cuando los recibimos en tutoría). No hace falta ser muy sagaces para conformarse una idea bastante aproximada de su estilo y condiciones de vida así como de la forma en la que educan y se relacionan.
Se comenta en la escuela, nos lamentamos de la mala suerte de algunos pequeños, reprobamos a algunos padres pero poco más hacemos. La razón es siempre la misma, pensamos que nuestra opinión está sometida a nuestra subjetividad y que es demasiado drástica la adopción de medidas ya protocolizadas por los servicios sociales. Nadie quiere meterse en conflictos con los progenitores y argumentan que para llegar a la denuncia por maltrato deben existir riesgos de mayor gravedad. Solemos decir que no pretenden hacerle mal intencionadamente a los hijos, tan sólo que no saben ser padres/madres.
Pueden valernos todas esas justificaciones, ahora bien, hace falta recordar que nuestro principal objetivo es el bienestar del niño o niña, independientemente de que seamos capaces de comprender las adversas circunstancias de sus padres.
La negligencia en el trato a los niños está tipificada como una forma de maltrato infantil, así como el abandono educacional, siendo mucho más frecuentes de lo que pensamos, es suficiente con ver algunas de sus formas:
-Negligencia física cuando no se les provee de alimentación adecuada, vestido y condiciones de salubridad en el hogar, de supervisión adecuada para evitar riesgos físicos o accidentes por descuido, o cuando dejarlos sin comida es una amenaza o castigo.
-Negligencia educativa, tanto por no llevarlos con regularidad y normalidad de horarios a la escuela, como por el tiempo que se le permite a los niños la exposición a las pantallas.
-Negligencia psicológica y emocional, cuando a los pequeños se les ignora, si les deja sólos o en soledad, cuando las amenazas y los abusos verbales forman parte de su cotidianeidad.
-Negligencia médica, cuando los cuidados sanitarios son inapropiados a la edad y condiciones de salud de los niños o cuando no se siguen los procedimientos e instrucciones recomendadas por los médicos
Desafortunadamente, seguro que muchos de nosotros a estas alturas ya tenemos un niño o niña en mente y qué podemos hacer desde la escuela.
No es una inferencia ni una intromisión velar por el bienestar de los niños. Escuchar y hablar con los padres, aconsejarlos, hacerles ver que percibimos esas anomalías en la atención de sus hijos, incluso facilitarles los contactos con organismos e instituciones que pueden ayudarlos al tiempo que, advertirlos que, de persistir esas situaciones de riesgo, antepondremos el bienestar del niño o niña sobre todas las demás cosas.
Insistimos una vez más en que en la escuela hay que educar en los derechos, pero también cumplir con nuestra responsabilidad de garantizar el acceso de todos los niños a esos derechos. No es una cuestión de valentía sino de compromiso profesional.
Chema Madoz
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