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UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 05 Dec 2016 12:58 AM PST
Ben Carter es un muchacho inglés de 14 años con un autismo grave. Desde que tenía dos años siempre ha bebido del mismo recipiente, una taza de color turquesa, de plástico y con dos asas. Después de tantos años, la taza ya no se fabrica y la última, usada en los últimos tres años para todo tipo de líquidos, se está cayendo a pedazos. El problema es que Ben se niega a beber en ningún otro vaso y, de hecho, cuando sus padres han intentado que usara una taza parecida, no lo han conseguido.
Tengo amigos que pasaron una noche terrible porque el chupete de su hijo no aparecía y decidieron comprar cinco iguales. También tengo unos familiares que tuvieron que conducir doscientos kilómetros por una mantita que se habían olvidado en otra casa y sin la que estaban seguros que su hija no dormiría. En el caso del autismo, con esa fijación por las rutinas y los objetos familiares, la cosa puede ser mucho más grave. La gente le decía a Marc Carter, el padre de Ben, que cuando estuviera atenazado por la sed bebería de donde fuera pero dos viajes a las urgencias del hospital, con sendas deshidrataciones, sugerían que eso no era así. Ben no ha bebido en la escuela desde que tenía 5 años y no bebe fuera de casa por lo que la familia no puede viajar a ningún lado. Hace tres años consiguieron la última taza y fueron cambiando gradualmente, pieza a pieza, la taza anterior para superar las suspicacias de Ben. Marc Carter lanzó una súplica a través de twitter ¿alguien tendría una taza similar a la Ben y que ya no utilizase? ¿Alguna tienda, algún almacén tendría alguna olvidada en una estantería? El tuit pidiendo ayuda fue retuiteado 12.000 veces y le escribió gente de todo el mundo. Un muchacho de 16 años que había usado esa taza de bebé y nunca había querido tirarla le ofreció enviársela. Una madre tenía una que había usado su hija de bebé. Otros se ofrecían a intentar fabricarla usando impresoras en 3D. La gente buscaba en los trastos del garaje, en la última baldas de la despensa, en el fondo de los armarios de la cocina a ver si encontraban aquella taza de plástico. Al final, Marc Carter recibió siete tazas de todo el mundo de gente amable, que se negaron a que les pagara por la taza, ni siquiera los gastos de correo. La llamada de auxilio también llegó al fabricante de la taza, Tommee Tippee que revisó los inventarios, pidió que buscaran en los almacenes que tienen en los Estados Unidos, Australia, Francia y Hong Kong y como decimos normalmente, removió Roma con Santiago, intentado encontrar aquellas tazas. Tampoco tuvo éxito o no lo tuvo como esperaban. No apareció una caja con tazas pero apareció el molde con el que habían sido hechas. Así que llamaron a Marc y le dijeron que le mandarían todas las tazas que necesitase. Finalmente acordaron que le enviarían gratuitamente 500, suficiente para cambiarlas las veces que hicieran falta, para que le durasen una vida que ojalá sea larga y feliz. Es una historia sencilla y con un buen final, y que habla del poder de las redes sociales, de las dificultades de las familias con hijos con TEA, de empresas que tienen corazón además de cuenta de resultados, de personas generosas y buenas. Sí, todavía hay esperanza para este puñetero planeta. Para leer más:
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