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UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 13 Sep 2019 01:00 AM PDT
Marta Bueno y José R. Alonso
Los adictos a la lectura en papel, inconscientemente pensamos en ella como «negro sobre blanco». Imaginamos un soporte más o menos tradicional en el que la magia de unos garabatos bien conocidos transporta significados, conecta con recuerdos y emociones y reestructura nuestras neuronas. Una ortografía aprendida de niños nos obliga a leer. Es imposible tener delante una secuencia de esos trazos familiares en el orden adecuado y no empezar a descifrarlos. Leer implica transformar símbolos visuales arbitrarios en sonidos y significados que toman forma en nuestro cerebro. Esos símbolos pueden estar escritos en papel, esculpidos en piedra, tallados en madera, pixelados en una pantalla o luciendo de forma obscena como neones deslumbrantes en el Strip de Las Vegas. Las palabras escritas están por todas partes y, sin embargo, nuestro cerebro no está diseñado para leer. No contamos con regiones cerebrales específicas programadas para la lectura, las que usamos para esta tarea han sido recicladas en los últimos pocos milenios y conseguimos rapidez y destreza con el entrenamiento. Aprender a leer es crucial para una buena calidad de vida y es un derecho de cualquier niño. ¿Pero leer implica siempre una fase visual?, ¿es necesario ver antes lo que queremos leer? Desvelaremos algunas sorpresas a modo de conclusiones de investigaciones recientes sobre las maneras de leer. Estos hallazgos pueden resultar muy reveladores y animar a futuros lectores que aún no saben que lo son. Tendrán además un efecto balsámico para aquellos aficionados a leer letra impresa y que, por cualquier circunstancia, encuentran ahora alguna dificultad para seguir haciéndolo. Pues bien, multitud de estudios científicos han ido desentrañando esta actividad que lleva a cabo nuestro cerebro y aún quedan preguntas. Una de las últimas respuestas ha sido encontrada por investigadores británicos en agosto de 2019 (Taylor, Davis y Rastle 2019). Han resuelto la ruta neuronal que siguen los símbolos escritos a medida que van ganando significado y sonido. Las palabras escritas están constituidas por unas letras que tienen una forma determinada y que están colocadas en un orden concreto. Si conocemos el idioma en el que leemos, cada palabra lleva asociados un sonido y un significado. Se sabe que el proceso de transformación de símbolos en sonidos y significados tiene lugar en la corteza occipitotemporal ventral (VOT), pero hasta ahora no se sabía con detalle en que áreas de la VOT ocurría cada fase y cómo era el proceso de comprensión de esos símbolos: visualizar letras, decodificarlas y transformarlas en sonidos con significado. Este equipo de científicos, usando técnicas de neuroimagen, ha conseguido descifrar esos pasos. El experimento reveló que la región posterior de la VOT era la encargada de procesar la información visual. En esa zona posterior decodificamos el código alfabético pero las palabras todavía no tienen sonido y no significan nada. Son armazones huecos. La secuencia de pasos hasta que podamos realmente hablar de leer implica una segunda fase que tiene lugar en la zona anterior de la VOT. Allí las palabras adquieren sonido y significado, los armazones se rellenan, se visten y cobran vida propia por la magia del lenguaje. Identificamos cada palabra y la «oímos» en nuestro cerebro. Al aprender a leer asociamos un fonema a cada grafema. En esa segunda fase, que se produce en milisegundos después de visualizar letras y en la que el sonido y el significado son inseparables de cada palabra, la lectura se asemeja al lenguaje hablado. ¿Y si nos saltamos el primer paso de visualizar y decodificar unos símbolos escritos? Recordemos los cuentos que nos han leído en nuestra infancia y ampliemos el abanico de posibilidades. Pensemos en personas que no cuentan con el sentido de la vista para leer o en mayores que tienen dificultades, por la razón que sea, en seguir la lectura de un libro de manera cómoda y eficaz. También podemos incluir a alumnos con dificultades en el aprendizaje de la lectura. En todos estos casos y alguno más, el recurso auditivo para la lectura es enormemente atractivo. Es una magnífica herramienta para personas con dificultades visuales, para apoyar el aprendizaje de la lectura en niños con dificultades, para compaginar fonética y barridos visuales reforzando lo aprendido e incluso como aliciente para enganchar a muchos alumnos al placer de leer. No nos referimos simplemente a escuchar un podcast o un guión teatralizado como en los antiguos seriales radiofónicos, tan adictivos. Un buen libro narrado es aséptico, pero esto no quiere decir que sea aburrido o monótono. La idea es que el escuchante tenga la misma experiencia que un lector de letra impresa, que construya escenarios e imagine a los personajes. Es verdad que es fundamental una locución bien hecha en cuanto a ritmo, silencios, prosodia, acentos y emoción en la voz que narra, pero los efectos especiales en una historia apasionante los creamos voluntariamente y no por imposición de un locutor histriónico. Podemos elegir esa opción por entretenimiento, pero se aleja de la experiencia lectora. Igual que al lector visual, al auditivo también le gusta hacer ese texto suyo, poner voz a sus personajes, imaginar el sonido de las campanas o los gritos de los vendedores de especias en el mercado, pintarlo con sus emociones, conectarlo con vivencias y sensaciones propias y disfrutarlo con un color personal. Por eso muchos opinamos que la mayoría de las veces es mejor el libro que la película. Así, entrenando el oído, la escucha de una voz sintetizada, cada vez más amables, o de un buen narrador nos proporciona la representación del contenido en nuestro cerebro con la misma nitidez que si lo recorremos con los ojos renglón a renglón. Sabemos que una característica del lenguaje humano es la capacidad de extraer significado de las palabras habladas y escritas. Para observar qué pasa en nuestro cerebro cuando escuchamos un libro y cuando lo leemos, se llevó a cabo un estudio en el que se utilizaron escáneres cerebrales a tiempo real. Se registró la actividad neuronal en dos experimentos separados mientras los participantes escuchaban o leían varias horas de las mismas narraciones. Se encontró que la sintonía semántica durante la audición y la lectura están altamente correlacionadas en la mayoría de las regiones de la corteza (Deniz et al. 2019). Estos resultados sugieren que la representación de la semántica del lenguaje es independiente de la modalidad sensorial a través de la cual se recibe la información. Es decir, la manera en que construimos el significado del lenguaje es la misma recorriendo visualmente las letras que escuchando esas mismas letras sin verlas. Esta representación de lo que leemos se sustenta en el significado de cada palabra y el sistema semántico en nuestro cerebro está extendido a toda la superficie de la corteza como han demostrado Gallant y su equipo (Huth et al. 2016). Elaboraron un impresionante atlas cortical con técnicas de neuroimagen. Cartografiaron zona a zona la superficie de la corteza mapeando 80 000 áreas cerebrales del tamaño de un guisante. Los resultados sugieren que la mayoría de las áreas en las que se localiza el significado de las palabras representan grupos de conceptos relacionados. Por ejemplo, si escuchamos abuelo, hogar y madre, se activará la misma zona que ya tenemos localizada en el atlas como el dominio Familia. Todos estos resultados son fascinantes y fundamentales para aprender desde la comprensión de la información que recibimos. La clave es entender la palabra leída o escuchada, aprender de la experiencia lectora. Cada página de un libro escrito en letra impresa, o narrado con fidelidad desde esa letra impresa, modifica nuestro cerebro. Desde esa evidencia nos atrevemos a sugerir el uso de audiolibros como un buen recurso educativo. Sus beneficios son muchos sin que estos excluyan en ningún momento el aprendizaje de lectura en letra impresa. Señalamos la cercanía de estos soportes digitales a nuestros alumnos, tecnología cada vez más accesible para descargar los audios. Son ya habituales gran cantidad de plataformas con un número considerable de títulos que pueden ser oídos de forma agradable. A nuestro cerebro le gusta la novedad. Si uno de nuestros estudiantes ha estado leyendo viendo letras puede ser un descanso y un reto ponerse a leer oyendo palabras. En cuanto a los alumnos con dificultades, al escuchar los libros amplían su vocabulario, acceden a nuevas palabras sin la angustia que para ellos supone decodificar sílaba a sílaba. Así van al mismo ritmo que el resto de sus compañeros en las lecturas y la confianza en sí mismos aumenta, además, muchas veces es difícil retener la información si pasan demasiado tiempo intentando salvar la mecánica de descifrar grafemas y al escuchar las palabras mejoran la comprensión de lo leído evitando frustraciones. Este ejercicio desarrolla en estos alumnos la memoria de trabajo y cada vez les gustará más leer, porque se enteran, retienen la información y pueden contestar preguntas. La ansiedad no es buena compañera del aprendizaje y al escuchar el texto, la tensión disminuye, le dan sentido a lo leído porque lo asimilan en su conjunto no desmenuzado en palabras lentas y letras torturadoras. Parece obvio que en muchos casos aumentará su autoestima y su participación en clase, se les refuerza la idea de que su capacidad de aprendizaje y la comprensión de la información es la misma que la de sus compañeros, aunque su ritmo de lectura sea otro. Y para todos refuerza el concepto de neurodiversidad, que hay diversos caminos, que no todos somos iguales, que todos podemos mejorar y aprender y que el mundo es más rico gracias a esa variabilidad. Es evidente que nos adecuaremos a ese ritmo y se dedicará la atención necesaria para solventar sus dificultades en lectura impresa. Las ventajas del audiolibro no son incompatibles con esa atención. La voz humana de un locutor experto engancha, nos gusta que nos cuenten, es interesante también la lectura en letra impresa sincronizada con el audio para aprender un nuevo idioma. Consideremos los audiolibros como otro canal para conocer buena literatura, crear hábito lector y emocionar a nuestros chicos. Reflexionando sobre estas ventajas, pensemos en otro tipo de lector, en personas mayores a las que les resulta difícil seguir cada palabra escrita en unas páginas impresas. Los libros escuchados son fáciles cuando nos habituamos a ellos, incluso pueden leerse en compañía o mientras se pasea o se hacen las tareas de casa. Además, se pueden organizar clubes de libros escuchados y argumentar preferencias, reforzar el sentido crítico y la atención a los detalles, fomentando el valor social de la lectura y promoviendo algo tan saludable para mantener joven nuestro cerebro como las relaciones sociales, en este caso alrededor de un libro compartido. Sobre esto hay un estudio en Reino Unido (Lang y Brooks, 2015) cuyos resultados sugieren que los grupos de audiolibros pueden desempeñar un papel importante para facilitar y mejorar la lectura como una ocupación muy conveniente. Ayuda también a mantener un sentido positivo de uno mismo y a reducir el aislamiento social asociado con la pérdida de visión en mayores. El desgaste de la experiencia lectora puede incluir no sólo perder vista sino cierta fatiga al leer el papel, el audiolibro puede ser una experiencia novedosa y, una vez explorado, una solución. Concluimos que a cualquier edad nuestras redes neuronales se reestructuran después de cada libro leído. Los libros nos llevan a bordo del Pequod a buscar al cachalote blanco y Scheherezade nos agarra de la mano para guiarnos por las calles de Bagdad. El medio por el que la esencia de las palabras llegue a nosotros puede ser visual, táctil o auditivo, da igual. Lo importante es que nos emocione y nos anime a elegir otra lectura al acabar la que tenemos entre manos. Lo dice Alberto Manguel: tal vez por eso leemos, por eso volvemos a los libros en momentos de oscuridad, para encontrar palabras para lo que ya sabíamos. Referencias
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