miércoles, 26 de junio de 2013

Sin becas no hay paraíso




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Sin becas no hay paraíso

by profesorgeohistoria

cerditos
Excelente artículo:
Estudié una licenciatura de cuatro años de duración y, sin la beca concedida curso a curso por el Ministerio de Educación en concepto de matrícula y alojamiento, no hubiera podido terminarla. Hace ya un lustro que me licencié y no tengo pudor en decir que sí, creo que aproveché ese dinero de la manera correcta: me sirvió para cubrir los gastos de alquiler años tras año, exceptuando el primer curso, en el que destiné gran parte, y también lo digo sin ningún tipo de remordimiento, a comprar un ordenador portátil que me acompañó durante cinco años y que fue tan vital para estudiar en la universidad como la certeza de contar con un alojamiento a lo largo de cada curso.

Por otra parte, soy totalmente partidario de la exigencia académica en la Universidad. Prefiero al médico ( o al traductor, al enfermero, al profesor, al abogado) que saque un 6,5 antes que al que saque un 5 . Pero el problema de supeditar las becas de ayuda al estudio al rendimiento académico, tal y como ha propuesto el Ministerio de Educación esta semana, es que se confunden dos conceptos de base de una manera alarmante y tremendamente fascistoide:  se crea una confusión entre  el ideal de igualdad de oportunidades y  el de la búsqueda de la calidad en el rendimiento académico. Y no es lo mismo. Y resulta falaz pretender convencer de lo contrario. Una cosa es incentivar a quien se esfuerza (puestos a hacerlo, un 6,5 me parece una nota bastante mediocre, la verdad) y otra, muy distinta, facilitar el acceso a las mismas oportunidades educativas a todos los ciudadanos. Para saber si puedes sacar un 6,5, un 8 o un 2, primero es necesario que  te puedas matricular. Si cercenan incluso esa posibilidad, serán muchos los que se queden por el camino. Así que lo ideal sería que se dejaran de eufemismos y dijeran, directamente, que están en contra de la igualdad de oportunidades y que prefieren becar sólo a los pobres que sean inteligentes. La cuestión que me irrita, por tanto,  ya no es de fondo, algo que doy por perdido dada la ideología del partido gobernante, sino de forma. Me molesta especialmente que me tomen por tonto, quizá porque tengo la suerte de ser una persona que ha recibido una formación académica de calidad e intento ver más allá de mis narices.
Pero precisamente por ser una persona formada, gracias, insisto, a haber sido becario durante la totalidad de mi vida universitaria, puedo llegar a considerar el esfuerzo de intentar entender, de empatizar con esta decisión. Hagamos gala de espíritu democrático, me digo, estos señores están ahí porque les han votado once millones de españoles, prácticamente una de cada cuatro personas que te cruzas por la calle cada día, pienso. No seas antisistema, que la voluntad del pueblo legitima las decisiones del gobierno elegido en las urnas, me digo. Es necesario recortar gastos, igual la Universidad no tiene que ser para todos. Quizá tengan razón y la formación superior sólo la pueda recibir la élite social y un puñado de mentes despiertas a la par que mendicantes. Quizá la Universidad es un coladero de dinero, una vía para el despilfarro más obsceno y vergonzante de este país. Quizá me llevan vendiendo la moto de la justicia social y la equidad demasiados años y no soy más que un pobre joven alienado y confuso, me digo.
Y justo cuando estoy a punto de claudicar y otorgarles el beneficio de la duda, salta a la palestra una señora que, al amparo de un periódico de tirada nacional y centenario, afirma sin tapujos que las becas se destinan, en su mayor parte, a operaciones estéticas. Becas para ponerse tetas, titula su post, plagado, por cierto, de errores de puntuación y faltas de ortografía (se ve que no pudo ser becada en su momento para aprender a ejercer de periodista con un mínimo de corrección lingüística), donde se basa en el caso puntual que le cuenta una amiga (nueva prueba de calidad y rigor periodístico), de una irresponsable que gastó su beca en ponerse las tetas más grandes, para cuestionar la validez del sistema en su conjunto. Y entonces es cuando olvido el espíritu democrático, el impulso conciliador y el interés empático que empezaban a aflorar en mi humilde naturaleza de joven alienado y maldigo el daño que hacen las generalizaciones, la estrechez de miras de ciertos sujetos que se hacen llamar periodistas, el clasismo obsceno y recalcitrante del que hace gala la mierda de gobierno que decide por mí y la burda hipocresía con la que pretenden tomarnos por tontos.
Cuando he leído el blog de Paloma Cervilla me he sentido insultado. He sentido que insultaban a mi esfuerzo  de cuatro años. He sentido que insultaban a mi expediente, en el que, dicho sea de paso, rara es la nota que está por debajo del 6,5.  He sentido que insultaban a mi hermana, que a día de hoy no sabe si podrá licenciarse el año que viene por culpa de la más que probable rebaja en la beca que, como yo,  ha recibido durante toda su vida universitaria, y que puedo asegurar que no ha gastado en ponerse tetas, precisamente.  He sentido que insultaban a todos mis compañeros de promoción, a todos los amigos de otras titulaciones universitarias  que, como yo, pudieron licenciase gracias a las ayudas concedidas por el Estado. Ayudas, que no cheques en blanco como los que se firman en determinadas instituciones académicas de dudoso rigor científico en las que, previo pago, se garantiza la obtención de títulos superiores. Ayudas.
Llamen a las cosas por su nombre y digan, simplemente, que no quieren que todos tengamos las mismas oportunidades. Porque alguien formado es capaz de cuestionar y alguien sin formar, acata y no rechista. Y este segundo tipo de personas es mucho más fácil de gobernar.

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