UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 23 Feb 2015 10:17 AM PST
Apenas leemos los clásicos universales: La Divina Comedia, El Paraíso Perdido, La Celestina o Madame Bovary. En muchos casos, ni siquiera ayudamos a que los niños descubran en un libro las maravillosas aventuras de D'Artagnan y los mosqueteros, Tom Sawyer y Huckleberry Finn, Mowgli y sus amigos de la selva o Lila Sacher. Uno de estos libros que a todos nos suenan pero casi nadie ha leído es Orlando Furioso de Ludovico Ariosto.
Orlando Furioso es un larguísimo poema épico, casi 40.000 versos, con varias tramas al mismo tiempo, algunas heroicas, otras amorosas, alguna cómica como la fabulilla del canto XXVIII en la que una reina retoza con un enano contrahecho, todo ello aderezado con bastante peloteo a la Casa d'Este, los señores de Ferrara, la ciudad donde reside el poeta. La obra tiene como escenario de fondo la guerra entre el emperador cristiano Carlomagno y el rey sarraceno de África, Agramante, el famoso conflicto de civilizaciones que todavía vivimos. Agramante, que ha invadido Europa para vengar la muerte de su padre Trajano, ataca a Carlomagno junto con sus aliados Marsilio, rey de Zaragoza y el arrogante y bocazas Rodomonte, rey de Sarza y Argelia. Orlando, el mejor paladín cristiano, más conocido por otras obras literarias como Roldán, no está centrado en la batalla pues ha traído presa de sus correrías por Oriente a la princesa pagana Angélica, hija del rey de Catay y está perdidamente enamorado de ella «pues loco y en furor de amor devino hombre que antes gozó por sabio estima». Angélica escapa de su prisión y Orlando, sin preocuparse de sus obligaciones hacia el emperador, parte en su busca. Perseguida y perseguidor corren diversas aventuras hasta que Angélica salva a un caballero musulmán herido, Medoro, se enamora de él y huyen juntos a Catay. Cuando Orlando se entera del mal vuelco que ha tomado su pasión, se vuelve loco de desesperación y recorre Europa y África destruyendo todo a su paso. Es Orlando Furioso. Don Quijote, antes de emprender su penitencia en Sierra Morena, nos recuerda esta locura «cuando halló [don Orlando] en una fuente las señales de que Angélica la Bella había cometido vileza con Medoro [ahora lo expresamos de otra manera], de cuya pesadumbre se volvió loco, y arrancó los árboles, enturbió las aguas de las claras fuentes, mató pastores, destruyó ganados, abrasó chozas, derribó casas, arrastró yeguas, e hizo otras cien mil insolencias dignas de eterno nombre y escritura». Es una de las referencias literarias más famosas a ese comportamiento irracional, a estar fuera de sí tras el desengaño amoroso. La relación entre amor y locura es uno de los grandes temas literarios. Platón decía en Fedro que «la locura de amor es una las mayores bendiciones del cielo»; Pedro Calderón de la Barca decía en No hay burlas con el amor «Que cuando el amor no es locura, no es amor»; Shakespeare que el «amor es solamente una locura» y Françoise Sagan que «he amado hasta llegar a la locura; y eso a lo que llaman locura, para mí, es la única forma de amar». Es frecuente asumir que la persona enamorada puede tener comportamientos erráticos, súbitos cambios de humor, falta de juicio lógico, una estimación sesgada o irracional de otras personas y una alteración profunda de sus costumbres y valores. Es omún también que otros comportamientos irracionales se pongan en marcha tras el amor no correspondido. Muchos de estos aspectos se observan también en personas aquejadas de distintos tipos de trastornos mentales y, de hecho, un estudio realizado en Italia —país pasional según dicen— indicaba que personas con enamoramientos recientes tenían algunos síntomas de problemas mentales como el trastorno obsesivo compulsivo. Los procesos cerebrales involucrados en el amor tienen una química compleja donde intervienen sistemas que utilizan neurotransmisores y neurohormonas, en particular oxitocina, vasopresina, dopamina y serotonina. Evidentemente no son circuitos cerebrales ni química cerebral que solo exista para el amor, sino que los procesos de vínculo van cambiando la neuroquímica del encéfalo y ésta a su vez afecta al enamoramiento. Usar el término «adicción» para el amor puede parecer una exageración, pero no lo es: en la formación del vínculo entre la madre y la cría o en la pareja se genera una potente activación del sistema de recompensa dopaminérgico del cerebro, el mismo circuito sobre el que actúan algunas de nuestras drogas ilegales como la cocaína y la heroína. Como canta Sabina «lo malo de los besos es que crean adicción». Se genera por tanto un vínculo entre placer y esa persona concreta, así como un cierto sentimiento de síndrome de abstinencia cuando no está, cuando el amor es despechado, el problema que le acontece a Orlando. En condiciones normales de enamoramiento, nuestros receptores de oxitocina y el sistema dopaminérgico demandan la llegada de más neurohormona. La oxitocina se libera durante las relaciones sexuales, por lo que una buena relación amorosa, como la que tienen Angélica y Medoro, refuerza el vínculo de pareja. Además, ese sentimiento de calidez, compañía y la formación de vínculos facilitan, si la relación sigue adelante, el cuidado compartido de la prole. ¿Y si somos rechazados como el paladín Orlando? Como le acontece, la respuesta más común es amar aún más intensamente, la razón parece ser que en ese trágico momento del rechazo, circuitos cerebrales asociados a ese sentimiento pasional incrementan su actividad y no hay el refuerzo positivo que se produce durante el orgasmo. En cierta manera, se generaría algo parecido a un síndrome de abstinencia, falta el refuerzo que genera el sujeto de la pasión. A continuación, en una segunda fase, la reacción puede ser de protesta y de esfuerzos más o menos sutiles, más o menos dramáticos, para conquistar de vuelta a la persona amada. Es común también una sensación de pánico, algo que se compara al llamado trastorno de ansiedad por separación que es lo que experimentan las crías de muchas especies de mamíferos cuando de repente su madre deja de estar visible. Muchos de los cuentos infantiles transmiten ese pánico a quedarnos solos, perdidos en el bosque, donde podremos ser presa de lobos o brujas pero también algo así se observa en las relaciones de pareja, donde Cenicienta desaparece dejando tras de sí tan solo un zapato o La Bella Durmiente, que debe esperar cien años a que llegue su amado. Quizá lo contrario del amor no es el odio sino la soledad y el abandono. La siguiente etapa neurobiológica en esto del amor y la furia suele ser la de la rabia, el desprecio y el rencor, puesto que curiosamente las regiones cerebrales que contienen los circuitos de recompensa, los que nos premian tras una acción determinada, tienen un solapamiento con las que se encargan de la ira y el enfado. Eso que decimos de que del amor al odio solo hay un paso, en el cerebro parece que tiene cierta razón de ser. Finalmente, cuando el amante despechado se resigna a su destino —como dice Sabina «Mi primera venganza se llamaba "perdón"»— se puede entrar en un período de depresión y desesperación. De estas emociones negativas puede surgir casi cualquier cosa, desde esos acosos obsesivos hasta el asesinato pasando por filtrar datos sobre cuentas en Andorra. ¿Y cómo sugiere la ciencia afrontar un amor no correspondido como el de nuestro furioso protagonista? Pues hay varios caminos:
También es posible actuar químicamente sobre los vínculos. Los perritos de la pradera que son llamativamente monógamos se convierten en polígamos si se bloquea la dopamina o la oxitocina, abriendo también una perspectiva farmacológica para cortar una fijación con un amor no correspondido. ¿Y el dolor ante la pérdida? Bloqueando el factor liberador de corticotropina, una hormona responsable del estrés, se detiene el comportamiento depresivo que los perritos de las praderas experimentan cuando su pareja muere. No es que tengamos moléculas para todo, es que por primera vez en la historia tenemos alguna cosa con cierta eficacia para distintos trastornos mentales.
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