Muchos de la larga lista de santos y santas, beatos y beatas de la iglesia católica recibieron esa dignidad por haber fundado alguna orden religiosa, haber levantado un cenobio o alguna otra acción de gran magnitud. El caso de la beata Juana de Aza es distinto.
Juana subió a los altares de la iglesia católica principalmente por haber sido madre de otro santo, Santo Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los dominicos. Al margen de los milagros que se le reconocieron, la vida de Juana fue una vida de piedad, recogimiento y, sobre todo, entrega a los demás. Dispuesta siempre a ayudar a los más necesitados, su nombre fue recordado como el de una mujer buena y solidaria muchos tiempo después de su muerte.
El perro y la luz
Juana Garcés nació el año 1135 en el seno de una familia noble. Su padre, García Garcés, era mayordomo y tutor de Alfonso IX y su madre, Sancha Bermúdez de Trastámara, pertenecía a una de las casas nobles más importantes de Castilla.
De su niñez poco se sabe. Sabemos que tenía unos 25 años cuando se casó en 1160 con Félix Núñez de Guzmán, señor de la villa de Caleruega, hombre de alta posición del que tampoco se conocen demasiados datos biográficos.
Juana y Félix tuvieron tres hijos, Antonio, Manés y Domingo, que dedicarían su existencia a la vida religiosa. Pero fue la llegada de Domingo la que estuvo precedida de una visión extraordinaria. Según cuenta la tradición hagiográfica, Juana tuvo un sueño antes de traer al mundo a su último hijo. En dicho sueño vio cómo un perro saltaba de su seno portando en la boca una antorcha. Al salir de su vientre, aquello luz iluminaba todo el mundo.
Aturdida por la visión que tuvo en sueños, Juana rezó a Santo Domingo de Silos quién la iluminó mostrándole el significado de aquella visión. Sabedora entonces que de ella nacería un hombre que iluminaría el mundo no dudó en darle el mismo nombre del Santo que había guiado sus visiones y sus miedos.
El milagro del vino
Además de la milagrosa visión del nacimiento de Santo Domingo de Guzmán, a Juana se le atribuyeron una serie de milagros. El más conocido es el de la bodega de su esposo. Cuenta la tradición que cuando Félix marchó a la guerra ella dio a los pobres el vino que su marido guardaba en una cuba en su propia casa. Al volver Félix, éste oyó rumores de la desaparición de todo su vino y pidió a su esposa que le sirviera una buena copa de su caldo. Mientras iba en busca del vino inexistente, angustiada, Juana rezó para encontrar una solución. Cuando fue a abrir la cuba, esta estaba llena de nuevo.
Milagros aparte, Juana se la reconoció como una mujer piadosa, entregada a los demás. Ayudaba a los pobres y a los más necesitados sin guardarse nada para sí.
Fallecida en la localidad burgalesa de Caleruega, el 2 de agosto de 1205, fue beatificada seis siglos después, en 1828, por el Papa León XII. Su festividad se celebra en conmemoración del día de su muerte.
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