Felicidad Loscertales, Profesora Emérita de la Universidad de Sevilla y Coordinadora del Área de Psicología del Aula de la Experiencia, ha plasmada en este escrito, realizado para Aularia,
la primera parte de una reflexión sobre la
relación profunda –y no siempre positiva- que hay entre los objetivos, leyes y contenidos de la enseñanza y la esencia del "ser docente". Dada su densidad se ha dividido en dos artículos. En este primero examina el panorama actual, con su problemática y en el segundo hará una reflexión esperanzada sobre el posible futuro.
Según la profesora, en el momento histórico en que vivimos y con las formas de respuesta arbitradas, hemos llegado a estructurar la llamada sociedad contemporánea (globalizada, tecnológica, consumista…) Una sociedad múltiple y compleja en la que la educación es un punto común que concentra los afanes de individuos y colectivos, ocupando un lugar preponderante entre los objetivos sociales. En ella, los docentes padecemos en primera persona todos los problemas que pueden afectar al resultado de nuestro trabajo. Y, en efecto, si hay algo que nos distingue a los profesores actuales de los de generaciones precedentes, es un sentimiento que se podría calificar de desconcierto y quizás también de ansiosa búsqueda.
De la educación actual sale, en líneas generales, un alumnado privado de libertad y creatividad, principalmente a causa del desorden en las líneas directrices, y superado por el desconcierto de los docentes y la burocratización esclerosante que predominan en los sistemas tradicionales.
Es necesario que el profesorado evite la impermeabilidad de los métodos de enseñanza a las disciplinas próximas que podrían ayudarle a evolucionar. Seleccionando algunos pocos ejemplos podemos citar los trabajos sobre docimología (comenzados en 1930), las investigaciones de Piaget sobre la psicología infantil y la evolución de la inteligencia (a partir de 1920), las aportaciones algo más recientes de Lewin (años 40) y Moreno (sobre los 60-80) sobre la conducta de los grupos humanos, las teorías humanistas de Carl Rogers (años 60-80) en psicología social y, finalmente, la valiosa presencia actual (cambio de siglo) de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación.
Parece, pues, llegado el momento de hacerse cargo de que la educación no sólo tiene que constituirse como ciencia y como actividad básica al servicio de la persona individual y de los grupos humanos, sino que para poder hacerlo bien tiene que estar sustentada por una filosofía clara y consecuente.
Junto a todo ello, deberá tener un concepto de la persona basado en el auténtico conocimiento de las dimensiones y valores del individuo, como ser singular y social, libre y progresivo, con lo cual la educación no tendrá que limitarse a transmitir los modelos acumulados hasta el momento sino y sobre todo, pasar adelante potenciando capacidades y proporcionando materiales para creaciones y aportaciones originales y enriquecedoras.
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