A lo largo de estas vacaciones y previo a los días fuertes, aprovechamos para hacer un viaje corto, de esos casi domésticos. Queríamos desconectar, dejar atrás este prolongado invierno, cargar las pilas de cara al tramo final de curso, e incluso tener tiempo para conversar y estar juntas.
Habíamos pactado en silencio no hablar de la escuela ni de la educación. Esto, lo saben todos/as los que se dedican la docencia, es casi un imposible. Pero nosotras teníamos planes suficientes como para no dejarle un hueco de entrada al tema. Incluso evitamos mirar hacia los colegios cuando llegábamos a una población.
No lo conseguimos, porque para que surja la cuestión educativa llega con observar los comportamientos, relaciones y maneras de estar de niños, niñas, jóvenes y personas adultas. Al igual que nosotras, cientos de padres y madres eligieron esa zona para viajar acompañados de hijos y hijas. Así vimos padres con niños, niños acompañados de padres, niños arrastrados por los padres, y padres lastrados polos niños.
Al igual que en la vida diaria, se nota perfectamente cuando padres y hijos están acostumbrados a pasar tiempo juntos respetándose, y cuando no.
Se acepta comúnmente que viajar es enriquecedor. Todos y todas queremos mostrarle a nuestros hijos aquellos lugares que creemos pueden abrir su mirada, ampliar su cultura y mostrarle otras realidades. Muchas y muchos queremos que nuestros hijos/as tengan acceso a aquello que nosotros sólo conocimos ya de mayores. Solemos pensar que los críos que pueden viajar son unos privilegiados.
Pues no. No todos los niños que viajan en vacaciones son unos afortunados. Todo estriba en el respeto que los padres/madres tengan por los hijos, por sus intereses, por sus gustos, por sus tiempos y por sus características.
Que los chavales se ponen pesados a una hora u otra lo sabe cualquiera. Que a veces hay que mantener una tensión continua con ellos para hacerles interesarse por algo, también. Pero eso es una cosa y otra bien distinta son algunas de las escenas que presenciamos en cada una de las paradas que hicimos, y que nos llevaron a preguntarnos qué fue lo que motivó ese viaje, los gustos de los padres o el disfrute de los niños. Gritos, amenazas, castigos, reproches, acusaciones y culpabilizaciones evidencian mucho más que el cansancio de una ruta. La agresión verbal, la violencia de alguna de las expresiones que escuchamos nos hicieron pensar en lo que es ser niños afortunados o desafortunados.
Para estar así, a lo mejor estarían más a gusto en su casa y en el colegio.
Lo peor de todo es la evidencia constatada de que la mayor parte del colectivo que podemos permitirnos viajar en esas fechas prefestivas a esos lugares somos la gente que nos dedicamos la la educación. Parece imperdonable e injustificable precisamente cuando nosotros sabemos que la mediación entre el conocimiento y los niños/as es el afecto y el respeto.
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