En estos tres estudios se nos presenta una situación con una mayor prevalencia de la que estamos dispuestos a admitir. En días como el de mañana, cuando escuchamos en los medios datos relacionados con el maltrato infantil, solemos pensar que eso sucede en otros contextos, pero, lamentablemente, cada vez lo tenemos más cerca de nosotros: en los centros, en el vecindario o en el barrio.
La mayor parte de nosotras no fuimos ni estamos preparadas para afrontar esa situación. Nunca sabemos si nos movemos en el terreno de las percepciones, de las especulaciones o de la realidad, pero la escuela debería ser el primer ámbito en el que se detecten y denuncien que tanto dolor y tan terribles consecuencias ocasionan a los menores.
Suelo decir que cuando se tiene la sospecha es porque algo hay. Una maestra que pasa cinco horas diarias con una criatura, que la observa, que sabe de sus cambios de carácter y de sus silencios es quien dispone de más información para poder detectar una situación de maltrato. Puede ser que nos pase desapercibida, pero si tenemos la sospecha debemos profundizar más porque nuestra prioridad es el bienestar de los niños y de las niñas. Pero la verdad es que no fuimos preparadas para eso, por ello siempre nos genera mala conciencia pensar que nos podamos estar equivocando en nuestras apreciaciones, que podamos hacer acusaciones falsas o que conduzcamos los niños a situaciones más duras todavía que en las que viven.
Lo primero que debemos tener presente es que hay formas de violencia que no dejan marcas. Puede haber maltrato físico, psicológico, sexual o maltrato por negligencia; esta última es precisamente la que tiene mayor incidencia en las edades en las que nosotras trabajamos, y también la que más se incrementó en los últimos años. Para el olfato de una maestra hay muchos indicadores cotidianos que nos pueden apuntar si esto está sucediendo.
En cualquiera caso, nada más tener la sospecha debemos comunicarlo al Departamento de orientación y al Equipo directivo. Si luego hay indicios que indican la existencia de esa posibilidad, se trasladará a los Servicios Sociales del ayuntamiento.
Sensibilidad, confidencialidad, responsabilidad y compromiso serán las condiciones que tendremos presentes en nuestras actuaciones, pero nunca silencio ni mirar hacia el otro lado.
Es lamentable pero tenemos que aprender a detectar esas situaciones tan sutilmente recogidas en el álbum "
La niña silencio", de Cécile Roumiguiére, magníficamente ilustrado por Benjamín Lacombe, publicado en el 2011, que trata sobre una "niña silencio" de las muchas que hay, ya que callan porque acaban siendo convencidas de que son merecedoras de los castigos que se le infringen.
Los y las docentes –entre otros- tenemos la responsabilidad de dar voz a esos silencios.
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