UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 17 Apr 2015 09:35 AM PDT
Antes de la II Guerra Mundial, Gran Bretaña —dueña de un gigantesco imperio— importaba el 70% de sus alimentos, lo que implicaba transportar 20 millones de toneladas cada año. Se traía del exterior el 50% de la carne, el 70% del queso y el azúcar, el 80% de la fruta, el 70% de los cereales y aceites y el 91% de la mantequilla. Puesto que al poco de
comenzar la guerra toda la costa noroeste europea estaba en manos alemanas, los generales de Hitler intentaron cortar las rutas de abastecimiento inglesas para, como se había hecho desde tiempos remotos, forzar la rendición de la población sitiada —en este caso todos los británicos— por hambre. En los primeros meses de la guerra, barcos cargados con setecientas mil toneladas de comida fueron hundidos antes de que pudieran llegar a los puertos ingleses. El ataque alemán al transporte marítimo empezó a generar carestía de distintos alimentos en las ciudades inglesas. Una primera línea de actuación fue aumentar la producción nacional y se puso en marcha la campaña Dig for Victory (Cavar por la Victoria) por la cual los jardines, los parques públicos y los solares vacíos se convirtieron en huertas y se sustituyó el césped por patatas y las flores por coles y otros cultivos que produjeran alimentos. También se puso en marcha lo que se llamó The Kitchen Front (el Frente de la Cocina) que buscaba incorporar a las amas de casa al esfuerzo bélico e incluía la publicación de nuevas recetas que sustituyeran platos típicos con ingredientes imposibles de conseguir por otros de más fácil disponibilidad, consejos de nutrición para una alimentación sana con los productos existentes, instrucciones para aprovechar los alimentos sin desperdiciar nada y una intensa campaña para usar todo lo posible dos productos de los que había cantidades suficientes: las patatas y las zanahorias. Una emisión radiofónica de la BBC y dos dibujos animados, Dr. Carrot y Potato Pete —Dr. Zanahoria y Perico Patata— popularizaron en canciones, pósteres y tiras cómicas ese mensaje: come zanahorias y come patatas. En los grandes almacenes se hacían demostraciones culinarias con zanahorias y se filmaron y emitieron películas cuyos románticos argumentos transcurrían en cocinas donde no se pelaría mucho la pava, pero se hacían maravillas con verduras y hortalizas. Como el azúcar escaseaba se utilizaron zanahorias para endulzar algunos platos —es rica en dos azúcares como la fructosa y la glucosa— y a los niños se les dio para chupar, en vez de caramelos y chupa-chups, zanahorias pinchadas en un palo de madera. Pero aunque las amas de casas mantenían en pie el frente doméstico y se popularizaban las tartas de zanahorias, era necesario detener a los pilotos de la Luftwaffe y para eso, curiosamente, también ayudaron las zanahorias. En los primeros meses de la guerra, Alemania había conquistado gran parte de Europa basándose en su superioridad aérea: Polonia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Luxemburgo, Bélgica y Francia habían perdido primero el control de sus cielos frente a los Messerschmidt y los Heinkel y luego habían caído bajo el control del ejército, la Wehrmacht. Las fuerzas francesas y las inglesas habían sido derrotadas en el continente y los supervivientes habían tenido que ser evacuados, a duras penas, de las playas de Dunquerque. Hitler quería ahora centrarse en el asalto a la Unión Soviética y pensaba que los ingleses buscarían un tratado de paz honroso. De hecho, muchas ciudades alemanas empezaron a engalanar sus avenidas para los desfiles de las tropas victoriosas pero en contra de la opinión de su ministro de Asuntos Exteriores, Lord Hallifax, y de una parte de la opinión pública, el nuevo primer ministro británico Winston Churchill se negó a ningún tipo de armisticio con Hitler. El premier británico preparó a la población para las dificultades que venían y en un discurso el 18 de junio de 1940 dijo «la batalla de Francia ha terminado. Supongo que la batalla de Inglaterra está a punto de empezar» y emitió su famoso discurso en el que comunicó a propios y extraños que «defenderemos nuestra isla, sea cual sea el coste, pelearemos en las playas, pelearemos en tierra firme, pelearemos en los campos y en las calles, pelearemos en las colinas; no nos rendiremos nunca». La resistencia británica dio tiempo a que Estados Unidos entrase en la guerra y el conflicto mundial diera el vuelco que todos conocemos pero eso es otra historia. Hitler contaba con tres flotas de aviones: la Luftflotte 5, con base en Noruega; la Luftflotte 2, con aeródromos en los Países Bajos y norte de Francia; y la Luftflotte 3, establecida al oeste del Sena. Estas tres fuerzas contaban con unos 3.600 aviones, frente a los apenas 871 aparatos de la Royal Air Force (RAF). A pesar de esta enorme disparidad, los británicos conseguían superioridad en el aire gracias al radar, un invento desarrollado unos años antes por el físico británico Robert Watson-Watt. La red de estaciones de radar en la costa sur y oriental, en combinación con los puestos de observación visual en la costa y en los propios objetivos, conseguían localizar a las escuadrillas atacantes estableciendo su localización, altura, rumbo y número de aviones. Con esa información, el mando de caza situado a las afueras de Londres, enviaba los aviones disponibles en un lugar y momento adecuado para interceptarlos y los pilotos alemanes de bombarderos comentaban con desánimo que los aviones ingleses siempre parecían estar esperándolos. Por el contrario, los cazas alemanes muchas veces tenían que volver a sus bases sin haber conseguido ver ningún avión inglés. La diferencia era aún más marcada durante la noche pues los ingleses conseguían detectar a los aviones atacantes mientras que los alemanes no veían absolutamente nada. Pero había un problema, esa superioridad táctica solo se mantendría mientras la nueva tecnología no fuera descubierta por los alemanes y reforzaran el bombardeo de las estaciones de radar de la costa, a las que Göring no había prestado mucha atención, o desarrollaran ellos, con el altísimo nivel de la Física en Alemania, sus propios radares. Lo que hicieron los servicios de inteligencia ingleses fue promover una campaña publicitaria diciendo que sus éxitos en los cielos los debían a la formidable visión nocturna de sus pilotos conseguida gracias al alto consumo de zanahorias. Los periódicos realizaron entrevistas a un oficial de la RAF, John Cunningham —pronto apodado Ojos de Gato— donde confesaba su pasión y la de sus compañeros pilotos por las zanahorias. En realidad, Cunningham era el primer piloto que había derribado un avión enemigo localizándole con el radar y consiguió abatir 17 bombarderos alemanes. La propia población inglesa se creyó la historia. Las ciudades inglesas se oscurecían por las noches, apagando todas las farolas y escaparates y tapando las ventanas para dificultar su localización por los aviones enemigos. Los ciudadanos ingleses pensaron que tener una buena visión nocturna sería una cosa muy útil en esas condiciones y también se pusieron a comer zanahorias con entusiasmo. Además, a los propios alemanes les decían desde niños que tenían que comer zanahorias para tener buena vista —algo que también nos decían en España años después— así que estaban predispuestos a creer que cuanto más de algo bueno, mejores serían aún los resultados. Parece que algunos pilotos alemanes se pusieron a comer grandes cantidades de zanahorias pero sin lograr los buenos resultados de sus colegas ingleses a la hora de localizar aviones en la oscuridad. En realidad, las zanahorias sí tienen cierta relación con la visión pero no como los ingleses hicieron creer a los alemanes. La vitamina A es necesaria para la vida, para la piel, el crecimiento óseo, la reproducción, el sistema inmune y la visión. No es sintetizada por nuestro organismo y debe obtenerse de la comida. El retinol, una forma de la vitamina A, está en algunos productos animales como los huevos o los lácteos y en particular en el hígado. El propio Hipócrates recomendaba dar hígado envuelto en miel a los niños que decían ver mal por la noche. Por cierto, el hígado se llama hígado porque los romanos lo comían acompañado de higos, es decir «higado». Por otro lado, muchas frutas y verduras, incluidas las zanahorias, contienen unos pigmentos llamados carotenos y xantofilas. Con algunos de esos pigmentos, en particular el β-caroteno, el organismo de los animales herbívoros y los omnívoros como nosotros produce las moléculas que denominamos vitamina A. La vitamina A viaja por la sangre hasta el ojo y en la retina es convertida en otra molécula llamada retinal. Allí se une a una proteína llamada opsina y forma un pigmento visual llamado rodopsina. Cuando la luz llega a la rodopsina cambia su forma y ese cambio genera un proceso que termina con unos impulsos eléctricos viajando hasta la parte posterior del cerebro donde generan una información sensorial que llamamos visión. La rodopsina de los bastones permite detectar cantidades muy pequeñas de luz y por eso es importante en la vista nocturna. Una deficiencia en vitamina A afecta a nuestra adaptación a las situaciones de poca luz, causa ceguera nocturna y si la deficiencia es muy grave o se mantiene bastante tiempo puede acabar en una ceguera permanente. Por otro lado, un exceso de carotenos como el que puede producirse con esos banquetes de zanahorias podría ser en teoría tóxico porque la vitamina A es liposoluble y se elimina mal pero la cantidad en las zanahorias no es tan alta aunque sí ha habido problemas en los exploradores polares que se comían el hígado de sus perros para sobrevivir. En las sociedades occidentales los carotenoides derivados de las plantas proporcionan menos del 30% de las necesidades diarias de vitamina A y más del 70% proviene de productos animales. En los países en desarrollo, por el contrario, la proporción está invertida y los carotenoides vegetales proporcionan más del 70% de las dosis requeridas. Los datos epidemiológicos muestran que la alimentación rica en carotenoides está asociada a un menor riesgo de enfermedades crónicas incluidas el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, la degeneración macular asociada con la edad y las cataratas. El resultado de la propaganda bélica durante la II Guerra Mundial fue que la población británica aumentó su dieta de vegetales y disminuyó la de carne y mantequilla. Así fue como estas humildes raíces no solo ayudaron a ganar la Batalla de Inglaterra y la II Guerra Mundial sino que la población británica emergió de la contienda con mejores hábitos alimenticios y más sana de lo que había estado nunca antes. Un auténtico servicio a la comunidad. Para leer más:
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