UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 11 May 2014 09:49 AM PDT
Las razas son un sistema de clasificación de los seres humanos donde amplias poblaciones son consideradas un grupo por criterios biológicos (anatomía, genética), culturales (lengua, historia, religión, tradición) o geográficos. En la actualidad, y gracias en parte a los nazis, el concepto de razas está desprestigiado y para muchos investigadores deberían denominarse simplemente variaciones geográficas. De hecho, la palabra "raza" cada vez se usa menos y se opta por términos políticamente más aceptables como grupos étnicos, culturas, comunidades o pueblos, aunque algunos de ellos sigan siendo vellocinos para ocultar al lobo.
El estudio biológico de las razas tiene un precursor en el médico francés François Bernier (1620-1688) quien después de viajar por todo el mundo y ser durante doce años el médico personal de Aurangzeb, el último emperador mogol, publicó su "Nouvelle division de la Terre par les différentes espèces ou races qui l'habitent" (1694). Aunque asoció las razas de los cuatro continentes conocidos a cuatro colores de piel también incluyó otras características físicas tratadas con bastante subjetividad. Así, los asiáticos tenían "ojos de cerdo, rasgados y hundidos", mostrando otra de las conductas persistentes en los estudiosos de las razas que, con escasas excepciones hasta hace muy poco, han considerado siempre la suya propia superior a las demás. Un siglo después de Bernier, Linneo, el clasificador de las especies, incluyó en la edición de 1758-1759 de su obra cumbre, el "Systema Naturae" el término primate, indicando que el primer orden de los primates (Homo sapiens) podía dividirse en Europaeus, Americanus, Asiaticus y Afer. Linneo tampoco estaba libre de los prejuicios de su época y escribió que Europaeus "llevaba ropa y era amable, inventivo y gobernado por leyes" mientras que, en contraste, Afer, el hombre africano, era "taimado, negligente, indolente y desvergonzado". Hasta esa época los pocos negros que vivían en países europeos eran esclavos o sirvientes propiedad de las clases altas. En 1784, Samuel Thomas von Sömmerring pudo estudiar los restos de dos que habían fallecido en el palacio de un aristócrata en Kassel. Eran dos jóvenes de 14 y 20 años y al estudiar sus cráneos escribió que eran más pequeños que los de los europeos y llegó a la conclusión, consonante con los prejuicios de la época, de que aquellos encéfalos estaban más cerca del orangután que los de los hombres europeos, una idea —considerar a los africanos intermedios entre los simios y el hombre blanco— vergonzosa y vergonzante que seguiría dando coletazos hasta bien entrado el siglo XX. Pero la relación entre el tamaño del cerebro y las distintas razas se ha planteado también entre naciones o entre distintos grupos de la misma nación. Stephen Jay Gould en su libro "La falsa medida del hombre", 1994, cuenta magníficamente el enfrentamiento entre Gratiolet y Broca sobre cerebro e inteligencia. Paul Broca había fundado la Société d'Anthropologie de Paris en 1859 y Louis Pierre Gratiolet, catedrático de zoología en la Universidad de París, estudiaba también la Antropología física, la Neuroanatomía y la Fisionomía del hombre. En 1861, Gratiolet presentó en la Société una ponencia que desafiaba el postulado de Broca, negando que el tamaño del cerebro tuviese relación con el nivel de inteligencia. Broca, siempre amable, respondió a la audiencia:
Entre las cuestiones discutidas hoy, ninguna iguala el interés e importancia de la cuestión ahora planteada… La gran importancia de la craneología nos ha impactado a los antropólogos con tal fuerza que muchos de nosotros hemos abandonado otras partes de nuestra ciencia con la idea de dedicarnos casi exclusivamente al estudio de los cráneos… En estos datos, confiamos encontrar información relevante sobre el valor intelectual de las diversas razas humanas.
Gratiolet no se desdijo de su posición y Broca remachó la discusión con la siguiente afirmación:
En general, el cerebro es mayor en los adultos maduros que en los ancianos, en los hombres que en las mujeres, en hombres eminentes que en hombres de un talento mediocre, en las razas superiores que en las inferiores. … Con las demás cosas igualadas, hay una relación notable entre el desarrollo de la inteligencia y el volumen del cerebro." Pero también advertía que una "persona cultivada no puede empezar a pensar en medir la inteligencia midiendo el cerebro".
Pero la cosa no terminó ahí. Gratiolet, en un intento algo desesperado, se atrevió a comentar que, según los datos de Emil Huschke, director del Instituto de Anatomía de la Universidad de Jena (Alemania), los cerebros alemanes eran de media 100 gramos más pesados que los cerebros franceses. Por lo tanto, —quod erat demonstrandum— la talla del cerebro no podía tener nada que ver con la inteligencia pues ningún galo con uso de razón aceptaría que un alemán sea más inteligente que un francés. Broca respondió:
Monsieur Gratiolet ha casi apelado a nuestros sentimientos patrióticos. Pero será fácil para mí demostrarle que puede dar algún valor al tamaño del cerebro sin dejar, por eso, de ser un buen francés.
Tras recabar los datos originales —una decisión básica de cualquier buen investigador— Broca se puso a revisar las medidas y pudo ver que la diferencia entre los encéfalos alemanes y los franceses caía de 100 a 48 gramos, alguien había hecho un redondeo un tanto exagerado. A continuación fue estimando el impacto que una serie de factores, no relacionados con la inteligencia, tienen sobre el tamaño cerebral:
Paul Broca había estudiado el origen biológico de su nación, Francia, formada como todos los países europeos por una serie de poblaciones que habían ido llegando y compartiendo, con mayor o menor violencia, el mismo solar patrio. Para él, la diferencia más importante en los pueblos de la Francia debía estar en la estructura cerebral. Para muchos de sus compatriotas, la superioridad moral e intelectual, así como la nobleza, estaban ejemplificadas por las cabezas alargadas (dolicocefálicas) de los Celtas, la raza de Vercingetorix, el vencedor de los romanos en Gergovia. El caso opuesto eran las cabezas anchas y cortas (braquicefálicas) y esto apuntaba directamente a los vascos del sudoeste francés, un grupo inferior y menos noble para muchos eruditos franceses que aquellos dolicocéfalos del norte. Durante los 1860, al igual que había hecho en su luna de miel, Broca pasó las vacaciones en los Pirineos atlánticos, alojándose en San Juan de Luz, en el País Vasco francés. En 1862 Paul Broca hizo amistad con el segoviano Pedro González Velasco, anatomista y fundador de la Sociedad Antropológica Española y del Museo Nacional de Antropología. González Velasco se había comprado un terreno en Zarauz para las vacaciones y no debía tener los miedos de las teleseries norteamericanas o de Stephen King, puesto que la finca incluía un cementerio que él excavó para construirse su casa. De aquellas sepulturas obtuvo 78 cráneos vascos que envió a Broca para su estudio y comparación con los cráneos de los parisinos, la capital de los dolicocefálicos. Desde luego la relación de González Velasco con los cadáveres era un poco peculiar. Tuvo una única hija, Conchita, que murió de tifus a los quince años. El médico y apenado padre, que había trasteado con su tratamiento, se echó la culpa de lo sucedido y obtuvo un permiso especial para embalsamarla. Parece que la vistió de novia y la sentaba a la mesa para comer y cenar, llegando a decirse que la sacaba a pasear y la llevaba a la ópera oculta en carruaje. Ramón J. Sender escribió un relato sobre esta truculenta historia. Con respecto a la convivencia de ambos tipos de cráneos, la idea del momento, basada en los estudios de Anders Retzius, era que los vascos descendían directamente de pueblos de la Edad de Piedra que habían sido invadidos por razas arias superiores, aquellos guerreros rubios y altos con sus cráneos alargados. La primera sorpresa fue que aquellos zarauzanos o zarauztarras tenían cráneos menos braquicéfalos que los parisinos, tanto al compararlos con un grupo de aristócratas enterrados en el siglo XII como con los parisinos modernos. Los cráneos vascos dieron una media de índice craneal de 77,67, mientras que el índice craneal de los parisinos modernos era 79,45 y los aristócratas parisinos de la Edad Media tenían una media de 79,18. Broca consideraba dolicocefálicos puros a los índices por debajo de 75, subdolicocefálios entre 75 y 77,77, mesaticefálicos entre 77,77 y 80, subbraquicefálicos entre 80 y 85 y braquicefálicos puros, por encima de 85. Ninguno de los cráneos vascos era realmente braquicefálico. Pero la segunda bofetada, fácil de asimilar para todos los que hemos sufrido la visión del ver cómo se encogía la pantalla del televisor al asomar el cabezón de Arzallus, fue que los chavalotes del cementerio de Zarauz tenían también más capacidad craneal (1485, 88 cm3 de aquellos guipuzcoanos frente a los 1427, 56 cm3 de los parisinos medievales o los 1484,23 cm3 de los parisinos modernos). Aquello debió ser un golpe para Broca pues aunque procedía también del sudoeste francés (Sainte-Foy-la Grande, Burdeos) aquello no cuadraba con lo que esperaba obtener y se resistía a llegar a la conclusión de que los vascos eran más inteligentes que los parisinos, así que escribió que "la inteligencia… depende del desarrollo relativo de las partes del cerebro". Midiendo cada parte por separado llegó a la conclusión de que el lóbulo frontal, lo que Huschke había llamado "el cerebro de la inteligencia", era más pequeño en los vascos que en los parisinos, y que lo que hacía mayor el encéfalo de los vascos era el considerable desarrollo de la región occipital, la zona fundamentalmente relacionada con la visión. Es decir, Broca introducía un cambio para salvar su teoría: los vascos tenían cráneos más grandes no porque fueran más inteligentes sino porque las partes de su encéfalo que no estaban relacionadas con la inteligencia eran mayores. Alguien que siguió de cerca estos estudios sobre la craniometría de los vascos fue Miguel de Unamuno. La tesis doctoral del joven bilbaíno se tituló "Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca" en la que habla sobre el euskera y plantea las bases con las que más adelante se opondría a las teorías racistas, absurdas y sesgadas de los hermanos Arana Goria. Unamuno resumía la investigación sobre los cráneos vascos realizada por Retzius, Broca, Argellies, Virchow, Tubino y Landa. Además, el 3 de enero de 1887 dio una conferencia en la sociedad bilbaína "El sitio" titulada "Espíritu de la raza vasca" donde intentó presentar un estudio científico de las razas o de las medidas del cerebro femenino para justificar sus alabanzas a la mujer vasca, algo para lo que no hace falta ningún argumento científico. El catedrático salmantino de Griego —los de Bilbao nacen donde les da la gana y, después de decidir nacer en Bilbao, Unamuno decidió volver a nacer en Salamanca— se fue metiendo así en algunos charcos y es por ejemplo curiosa y disparatada su teoría sobre el impacto de la geografía sobre el cerebro desarrollada en "En torno el casticismo"
Es incalculable el efecto sobre nuestra cultura de haber activado la vida periférica de las costas al descubrimiento de América. Como la superficie crece a menor proporción que la masa, en el cerebro se repliega aquella para acrecentarse a medida que crece la complejidad y delicadeza de sus funciones, razón por la que son mayores las circunvoluciones en el cerebro humano que en los de los demás animales, y mayores en el del blanco que en el de razas inferiores. Y bien puede decirse que el tener el europeo más periférico el cerebro que el negro de África es reflejo de tener Europa más perímetro de costa, seis veces más respecto al área que el África. (III 92)
Afortunadamente, Unamuno dejó de meterse en esos berenjenales y abandonó las elucubraciones neuroanatómicas y se dedicó a la literatura, la política y a sus contradicciones personales, y los cráneos vascos fueron estudiados por Telesforo de Aranzadi –primo de Unamuno— y que por cierto encontró que los índices craneales eran bastante diferentes entre vascoespañoles y vascofranceses, y por un cura que me recibió hace años muy cariñoso en su casa, José Miguel Barandiarán. De esos estudios, como en época de Linneo, de Broca o del Ku-Klux-Klan surgieron teorías destinadas a sostener los intereses más espurios, los prejuicios, el racismo o el nacionalismo sectario y excluyente, para justificar lo injustificable. Como en este tema, a poco que te metas te dan de palos, usaré el principio de autoridad de alguien fallecido e incuestionable, para que no le sacudan los que se creen mejores que sus vecinos —señal inequívoca de ser peores— y es que como dijo Albert Einstein "El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la Humanidad."Para leer más:
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este hombre hace unos articulos magnificos me gustan
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