La formación docente se basa actualmente en tirar de PowerPoint, Impress, Prezi o herramientas similares. Un formador que, desde un ordenador conectado a una pantalla de proyección, nos presenta las maravillas de una determinada herramienta tecnológica o, mediante unas diapositivas más o menos bien elaboradas, nos intenta introducir determinados conceptos y cuestiones que, por desgracia, la mayoría olvidamos por no haber de demostrar su uso en nuestras aulas. Formación de salones llenos, formación unidireccional que lo único que hace es reproducir prácticas tradicionales. ¿Cómo cambiar el modelo educativo si a los docentes nos están impartiendo el mismo tipo de formación que queremos desterrar? ¿Cómo participar en nuestra formación cuando el formador ya presupone nuestras limitaciones y, por eso, tira de presentaciones y habla de cuestiones que a pocos nos interesa? ¿Cómo no odiar la formación docente cuando se repite lo que hacemos con los alumnos?
Esta semana he tenido la suerte de poder, después de unos años rehusando dicha posibilidad, dar una pequeña charla sobre Google Apps en mi centro. El único requisito que exigía era el de no ser un grupo más numeroso de 8 personas (no tiene ningún sentido la formación docente a gran escala, igual que no tiene ningún sentido hablar de formación personalizada a grupos de alumnos numerosos). Eso y ganas de acudir (no se daba ningún certificado ni nadie me pagaba o reconocía la formación que pudiera impartir -los Centros de Profesorado sólo certifican lo que les interesa y a quien les interesa-). Formación sin PowerPoint. ¡Qué sentido tiene usar una presentación cuando lo que pretendes es explicar a usar determinadas herramientas! ¿No es mejor enseñar su uso mientras tus compañeros van haciendo? ¿No es mejor explicar las potencialidades y uso de Google Drive practicando con esa herramienta? ¿No es mejor ir resolviendo las dudas que van surgiendo y ayudando, en lo posible, a quien las tiene? ¿No es más lógico, más allá de soltar una parrafada siguiendo una presentación prediseñada, adaptarte al ritmo de tus compañeros e ir avanzando o parando según las necesidades? ¡Que no todos tenemos las mismas habilidades digitales! ¡Qué no tiene ningún sentido el púlpito o la tarima para acercar la metodología!¡Qué se debe hablar de qué se puede hacer con la herramienta, no de la herramienta en ella misma!
Formación en pequeño comité, sin presentaciones, solucionando problemas sobre la marcha y, como no, con la posibilidad de feedback posterior. Formación práctica para la mejora educativa. Formación acerca de herramientas o metodología que el formador ya ha usado en sus aulas. Formación sin palabrejas extrañas. Formación sin necesidad de envolverla de cultismos y nombres que lo único que esconden es una falsa intelectualidad (queda muy bien hablar de Prensky, Piaget, Carr, etc. pero realmente, a efectos prácticos, importa poco menos que nada su cita).
La formación docente no funciona por ser llevada a cabo en muchos casos por personas que hace años que dejaron el aula. Tampoco funciona por ir dirigida a una gran cantidad de personas (formación en grupos de más de 20 implica automáticamente la imposibilidad de personalizar o dar solución a los problemas que tiene cada uno de los docentes que participan -que son diferentes para cada uno, ya que un docente de Sociales no tendrá las mismas necesidades que uno de Matemáticas o, incluso, dos de Matemáticas no tendrán las mismas-). Y, como no, tampoco funciona por ir tirando de presentación en PowerPoint o de alguna de las alternativas más guays que existen últimamente.
Si en lugar de haberse gastado (y seguir haciendo) el dinero para formación realizando formación mal diseñada y aún peor ejecutada (salvo honrosas excepciones) hubieran cogido a los docentes que están haciendo cosas en sus aulas, montado píldoras de formación en grupos reducidos y, se formara para la realidad concreta de los contextos (¿alguien me puede explicar qué sentido tiene formar en el uso de iPads a docentes que no tienen iPad en sus centros?), otro gallo nos cantaría. Porque reproducir la formación transmisiva, poco individualizada, al margen de las necesidades de los docentes que pierden parte de su tiempo para realizarla, es un soberano despropósito.
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