UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 03 Dec 2014 04:59 AM PST
En 1912, Leonard Rowntree, un médico americano que estaba de vacaciones en Inglaterra escribió un artículo que empezaba:
Nacido y criado inglés, médico y científico inglés, olvidado por los ingleses y por el resto del mundo —ése es el destino de James Parkinson.
James Parkinson había nacido en Shoreditch, una pequeña población en las afueras de Londres. Hijo de un boticario-cirujano, aprendió con él y entró a trabajar a los 17 años en su consulta cuyo placa rezaba «Parkinson e hijo, cirujano, boticario y matrón», un negocio que se mantuvo durante cuatro generaciones y ochenta años. James era un buen paleontólogo —un fosilista se decía entonces— y además escribía de temas diversos incluyendo una enciclopedia de consejos médicos para el hogar y artículos de temas tan diferentes como la gota, la normativa de los manicomios o cómo reanimar a alguien alcanzado por un rayo. Fue también el autor de un manual de química y un activista de causas políticas que publicaba panfletos bajo el seudónimo de El Viejo Hubert en los que defendía una composición más equilibrada del Parlamento —los pobres no tenían representación alguna—, el sufragio universal (masculino, claro) y la prohibición del trabajo infantil. Vamos, un radical de todas todas. La vida de Parkinson coincide con la Revolución Industrial. La zona donde vivía la familia pasó de ser un pequeño pueblo con huertas y granjas a llenarse con docenas de fábricas, alrededor de las cuales se construyeron filas y filas de casas para los obreros que se fueron degradando a barrios infectos y al menos tres manicomios, siempre saturados de pacientes. James Parkinson estuvo ligado durante más de treinta años a uno de ellos, Holly House. En 1817 Parkinson escribió An essay on the shaking palsy (Un ensayo sobre la parálisis agitante). El libro empieza con disculpas pues la enfermedad que va a describir no ha sido objeto de un estudio experimental y no tiene resultados anatómicos que mostrar pero «la enfermedad es tan grave y los efectos sobre el paciente tan devastadores que no se puede retrasar el hacerlo público con la esperanza de que algunos anatomistas decidan investigarla». Es un estudio basado en solo seis casos, de los que solo tres habían sido examinados adecuadamente; de los otros tres, a dos se los encontró «por la calle» y el otro «fue visto a cierta distancia». En el librito de tan solo 66 páginas, Parkinson recoge estas señales:
Movimientos trémulos involuntarios, con una fuerza muscular disminuida, en partes que no están actuando, e incluso cuando está apoyado, con una propensión a doblar el tronco hacia delante y pasar de un ritmo andando a corriendo: los sentidos y los intelectos no muestran daños.
También afirmó que la enfermedad progresaba tan lentamente que sus pacientes no recordaban cuándo habían tenido los primeros síntomas y que normalmente lo primero que habían notado era cierta debilidad y una tendencia a que las manos temblaran. Parkinson también comentaba como los síntomas iban empeorando hasta llegar a incapacitar a los pacientes y argumentaba que esta paralysis agitans, debía ser considerada un nuevo tipo de enfermedad.Parkinson describió con bastante claridad casi todas las características de la enfermedad que lleva ahora su nombre: La edad de inicio era superior a 50 años, el temblor era progresivo, los pacientes tenían dificultad para iniciar un movimiento, andaban con pasitos cortos y poco balanceo de sus brazos. No pudo hacer ninguna autopsia pero propuso, con buen ojo clínico, que se trataba de un problema del sistema nervioso central —como en realidad es— y no de los nervios periféricos. Especuló que podía ser un problema de la médula espinal cervical con una posible expansión al bulbo raquídeo según la enfermedad progresara, estando en esto equivocado, y expresó su esperanza de que los médicos del futuro pudieran realizar estudios del cerebro para buscar la lesión causante. El que bautizó la enfermedad con el nombre de Parkinson fue Jean-Martin Charcot, el gran neurólogo francés, que amplió el número de casos —presumió de llenar su sala de espera de pacientes afectados por el mal de Parkinson para que sus estudiantes pudieran ver todas las fases de la enfermedad—, lo describió en aún más detalle —se fijó en detalles como la rigidez, la posición de las manos con los dedos como si sujetaran un lápiz o cómo la escritura se volvía mas pequeña, lo que denominó micrografía— e incluyó un capítulo sobre esta patología en su Leçons sur les maladies du système nerveux. Charcot prestó mucha atención a diferenciar el tipo de temblor que mostraban los pacientes con párkinson de los que sufrían una esclerosis múltiple. Para que sus estudiantes los distinguieran hacía que los pacientes sujetasen grandes plumas de las que usaban las damas en sus sombreros: al contrario de lo que sucedía en los pacientes con esclerosis múltiple, el temblor de la paralysis agitans se presentaba también cuando los pacientes estaban quietos y la pluma en su mano no paraba de oscilar. Los dos buscaron alguna forma de aliviar a sus pacientes. Parkinson había indicado que los remedios internos eran inútiles pero también comentaba que un tratamiento temprano con fisioterapia, linimentos y sangrías ayudaba a ralentizar el avance de la enfermedad. Charcot, por su parte, hizo una lista de los medicamentos probados por él y otros (opio, estricnina, belladona y nitrato de plata) y dijo haberse fijado en que los pacientes mostraban un cierto alivio cuando habían hecho un largo viaje en tren o en carruaje para ir al hospital y pensó que las sacudidas eran beneficiosas así que que construyó un sillón vibratorio al que llamó un «trépidant». Estudios posteriores por Gilles de la Tourette mostraban que el sillón suavizaba la rigidez, mejoraba la forma de caminar y favorecía un sueño reparador. La dosis se estableció en media hora de trépidant al día. Charcot Hubo que llegar al siglo XX para que se conociera la causa de la enfermedad. Charcot pensaba que era una neurosis causada por un estrés emocional o por una fuerte impresión y John Hughlings Jackson argumentó que podía estar originada por un daño cerebelar. En 1871 Theodor Meynert propuso que estaba provocada por un fallo en el funcionamiento de los ganglios basales y Edouard Brissaud sospechó que el daño podía estar en la sustancia negra, un grupo de neuronas pigmentadas que forma parte del sistema de ganglios basales pero no es un núcleo basal propiamente. No fue hasta 1919 cuando Constantin Trétiakoff estudió en una serie de autopsias la substantia nigra y vio que los pacientes con Parkinson presentaban lesiones o inflamaciones en esta región. En 1915-1926 una extraña epidemia, la encefalitis letárgica, había asolado Europa causando decenas de miles de muertos. La mortandad era en torno al 40% pero la mitad de los supervivientes terminaban mostrando síntomas de Parkinson en los cinco años después de su encefalitis por lo que se pudieron estudiar numerosos casos en todos los grandes hospitales. En esas primeras décadas del siglo XX se postularon tratamientos que ahora nos asombran, como la ablación quirúrgica de la corteza motora, de la corteza premotora o de ambas o también las cirugías de los ganglios basales o realizar incisiones en el globo pálido. También se postuló la sección del tracto piramidal cuando entraba en la médula espinal. Afortunadamente, la mayoría de los médicos se opusieron a estas cirugías pues en los pacientes que sobrevivían -la mortandad era muy alta- aunque había algo de alivio en los temblores, se producía una pérdida de fuerza muscular y no se veía ninguna mejoría en la rigidez o en la discapacidad. Desde 1953 se supo que la enfermedad de Parkinson iba ligada a la caída de dopamina, el neurotransmisor que utilizan las neuronas de la sustancia negra. En los pacientes con párkinson las neuronas se van inactivando o mueren, producen menos dopamina y los músculos que no reciben señales se van tensando y contracturando generando los efectos observados en la postura y el movimiento. La dopamina no se podía administrar por vía oral o intravenosa pues esta catecolamina no atraviesa la barrera hematoencefálica pero en los años 1960 se descubrió la L-dopa que sí llegaba al cerebro. Disponer de un fármaco eficaz generó una dramática recuperación de los pacientes que la encefalitis letárgica había postrado en la cama desde hacía décadas, una historia que contó magníficamente Oliver Sacks en Despertares. Desgraciadamente —como pasa también con otros medicamentos contra el párkinson— la L-dopa fue perdiendo eficacia y los pacientes volvieron a aquel terrible estado semivegetativo. En junio de 1973 se celebró la Conferencia internacional sobre catecolaminas en Estrasburgo (Francia). Los organizadores, como hacían siempre, mandaron invitaciones a los principales centros de investigación incluyendo a la Academia China de Ciencias. Nunca nadie había respondido así que se quedaron gratamente sorprendidos cuando una abundante delegación de científicos chinos de primer nivel se sumó al congreso. Los chinos eran gente simpática y divertida que estaban más que felices después de haber podido recuperar sus puestos en las universidades y centros de investigación, tras haber tenido que trabajar en el campo como labriegos durante la Revolución Cultural. Esta enorme y terrorífica campaña de reafirmación de los principios revolucionarios había sido la estrategia usada por Mao Tse-tung para recuperar el poder y barrer a sus opositores. En ella, se alentó al ejército y a los jóvenes a condenar a todos aquellos cuyos actos se apartaban de la ortodoxia del espíritu revolucionario y ahí se incluía a todos los intelectuales, profesores, investigadores que fueron sometidos a un proceso de «reeducación» —abonar con estiércol humano los arrozales, por ejemplo— para que eliminaran su forma aburguesada de pensar. La reunión tenía lugar después del viaje de Nixon a Pekín, que avanzaba lo que se había conseguido con la diplomacia del ping-pong —el intercambio de jugadores de tenis de mesa entre Estados Unidos y la República Popular China— y se pensó que era una muestra de buena voluntad de aquel deshielo político. Sin embargo, el objetivo era mucho más específico: los agentes del FBI y de la CIA descubrieron que el Gran Timonel había sido diagnosticado con enfermedad de Parkinson y las autoridades chinas buscaban ponerse al día de los últimos avances científicos para intentar ayudar a su líder. A finales del siglo XX se intentó una nueva estrategia contra el párkinson, la terapia celular. Se usaron células productoras de dopamina procedentes de abortos terapéuticos y también células no nerviosas —fibroblastos— modificadas por ingeniería genética para producir dopamina. Aunque los investigadores que hicieron los trasplantes en México, Suecia y China comentaban cierto progreso en los pacientes, fueron experimentos muy controvertidos. Además, el material procedente de abortos era una fuente muy irregular y con graves problemas éticos. En 2014 se han realizado trasplantes en ratas con un modelo de enfermedad de Parkinson utilizando células madres embrionarias. Estas células sobreviven al trasplante, se transforman en neuronas dopaminérgicas, establecen conexiones adecuadas a larga distancia y restauran la función motora. Los resultados son comparables en eficacia y potencia a los obtenidos con neuronas fetales, no tienen los problemas éticos pues las células madre se pueden cultivar indefinidamente y abren a puerta a realizar ensayos clínicos en humanos para ver si por fin podremos tener algo eficaz contra una enfermedad descrita por primera vez por aquel médico y científico inglés olvidado por los ingleses hace casi 200 años. Para leer más:
|
You are subscribed to email updates from UniDiversidad. Observaciones y pensamientos. To stop receiving these emails, you may unsubscribe now. | Email delivery powered by Google |
Google Inc., 1600 Amphitheatre Parkway, Mountain View, CA 94043, United States |
No hay comentarios:
Publicar un comentario