En pleno siglo XXI, era de la tecnología, de Internet, en la que los padres parecen saberlo todo acerca de lo que es esperable y de lo que no en su bebé; en la que existen cientos de guías del desarrollo del niño, en la que "todo el mundo parece saber de todo" (y si no es así, basta con teclear en un segundo lo que nos causa duda o desconocimiento) es claro que ante una pregunta como la de "¿es normal que mi hijo no hable…?", una respuesta así no quepa en nuestro entendimiento.
En una era en la que los lazos interprofesionales se van uniendo más, en la que el conformismo informativo ha dado paso a la avidez por descubrir; es inevitable dudar y no emitir este tipo de juicio a la ligera.
En una profesión en la que entre un 10 y un 14% de la población atendida presenta una dificultad en el lenguaje; en la que la palabra prevención es sinónimo de salud; ir más allá del simple hecho de dejar pasar el tiempo constituye no solo un reto sino más bien una necesidad.
Por ello, presentar de una forma lo más clara y funcional posible algunas claves para dilucidar hasta qué punto el patrón de habla, la estructuración del lenguaje o los hitos de comunicación que presenta el niño que acude a consulta están dentro de los parámetros de la normalidad o no, resulta de gran utilidad en la práctica pediátrica. Máxime si tenemos en cuenta que las bases del lenguaje oral se establecen en torno a los ocho primeros años, que los seis primeros son los de máxima plasticidad neuronal y que de una correcta y rápida derivación e intervención temprana va a depender la instauración o gravedad en el tiempo de patrones de desviación.
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Autora: F. Fernández Martín Logopeda, Málaga. España.
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