UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 19 Oct 2015 04:11 AM PDT
Un audífono es un dispositivo electrónico que capta el sonido, lo amplifica y lo modifica para facilitar su comprensión, mejorando la vida a las personas que han sufrido una pérdida auditiva. El funcionamiento es muy sencillo: un micrófono recoge el sonido ambiental, lo transforma en señales eléctricas que, tras ser amplificadas y transformadas, son enviadas a un altavoz que las vuelve a transformar en sonidos que emite junto al oído. Buscando en la web, hay una amplia oferta de audífonos, de todas las gamas, tamaños y modelos.
Los aparatos modernos son obras maestras de miniaturización y electrónica pero no ha sido siempre así. En el siglo XVI se empezó a educar a los sordos y al mismo tiempo se inventaron algunos aparatos para ayudarles a oír. En Magia Naturalis (1558) Giovanni Battista della Porta, inventor de la cámara oscura y la linterna mágica, menciona que el emperador Adriano usaba una «cáscara hueca» así como otros instrumentos que imitaban las orejas de animales con oído fino. En su Sylva Sylvarum, publicado poco después de su muerte en 1626, Francis Bacon contaba que había unas «gafas de orejas» con formas de cono y trompeta, hechas en España, y que servían para los «duros de oído». El nacimiento de la trompetilla es peculiar. Durante siglos los marinos, cazadores y soldados se comunicaban usando trompetas que actuaban como megáfonos. Dos investigadores del Renacimiento, Samuel Morland y Athanasius Kircher entraron en una competición a ver quién diseñaba la trompeta más poderosa. En su libro Tuba Stentora-Phonica (1671) Morland describe una trompeta de cobre con una longitud de siete metros y una campana de 60 centímetros, que llevaba la voz a más de dos kilómetros. Francis Digby, capitán del Deal Castle mandó una carta a Morland testificando que usando una trompeta al revés, poniendo el extremo pequeño al oído, las palabras expresadas a cierta distancia se oían con más claridad. Athanasius Kircher, por su parte, reclamó la prioridad del descubrimiento basándose en que su tratado sobre acústica publicado en 1650 Musurgia universalis, ya había descrito un cono enroscado y enorme que estaba instalado en la pared exterior de un edificio que sus propietarios usaban con el doble propósito de enviar mensajes a la ciudad como si fuera un sistema de megafonía y escuchar lo que la gente hablaba por la calle. De ahí surgió la idea de usar trompetas para mejorar la sordera, dando el mensaje complementario de que las personas interesadas podían comprar una del trompetero del rey. Fue el nacimiento de la trompetilla, un instrumento que se usaría durante tres siglos, hasta el XIX. El norteamericano Richard Silas Rhodes (1842-1902) tenía una situación boyante como presidente de la editorial Rhodes and McClure en Chicago pero sufría una pérdida sustancial de oído que le tenía amargado. Además, odiaba las trompetillas, el instrumento que era prácticamente la única opción disponible. La trompetilla era de cierta utilidad en su caso porque lo que sufría era una pérdida conductiva del oído, es decir, el nervio auditivo estaba bien y algo fallaba en el tímpano o en la cadena de huesecillos del oído medio y el sonido no se transmitía bien. Si hay daño en las células ciliadas del oído interno o en las neuronas de los corteza auditiva primaria, mecanismos como la trompetilla que lo único que hacían era concentrar o amplificar el sonido, no servían para nada. Rhodes se dio cuenta de que si metía su reloj de bolsillo en la boca podía oír el tic-tac y saber si seguía funcionando o se le había parado. Eso le inspiró la construcción del primer audífono, un aparato que explotaba el hecho de que las ondas sonoras se pueden transmitir por los dientes y por los huesos del cráneo. Esta idea era conocida desde la antigüedad, con referencias a su uso en la Grecia clásica. En los siglos XVII y XVIII vieron que los sonidos de sucesos lejanos, un ejército avanzando por ejemplo, podían oírse clavando una barra en el suelo y sujetando el otro extremo con los dientes. Los médicos, los maestros e incluso las propias personas sordas probaron una serie de materiales, tales como distintos tipos de maderas, para ver qué objeto posibilitaba una mejor transmisión del sonido. En septiembre de 1879 Rhodes patentó un aparato que llamó «audífono para el sordo» (patente de los Estados Unidos nº. 319.828). Estaba hecho de una lámina de vulcanita negra pulida, llevaba un mango ebonita y tenía forma de abanico. La vulcanita era una goma endurecida con azufre, vulcanizada, bastante dura, y que se usaba para hacer peines, botones y forrar cables. El primer modelo tenía una anchura de 24 cm, una longitud de 27,7 cm y un grosor de 1 cm. Llevaba unos bramantes en la parte superior que se recogían con una presilla en la empuñadura lo que permitía tensarlo, formando un arco con la curvatura deseada. Un modelo posterior estaba hecho con dos planchas, de manera que el usuario pudiera escuchar su propia voz. El modelo normal costaba 10 dólares y el doble 15, lo que era dinero en su época. Tenía también algunos extras, destinados a camuflar el artilugio y hacerlo pasar por un abanico normal. Se manejaba sujetándolo en la mano y con el extremo superior apoyado sobre los dientes superiores, mientras que los dientes inferiores no debían tocar la vulcanita. El aparato se vendió bien y en 1881 Rhodes consiguió una nueva patente sobre un nuevo audífono que se podía plegar como un abanico en láminas de un centímetro de anchura. Este nuevo modelo recibió un premio en la Exposición Internacional de Chicago de 1893. Rhodes publicó un folleto publicitario titulado «El audífono: un nuevo invento que permite oír a los sordos». El título era «Buenas noticias para los sordos» y la mejora de la audición llegaba hasta los 30 decibelios, equivalente a una conversación tranquila oída a pocos metros en una habitación tranquila. De hecho, los usuarios, podían no solo oír las conversaciones normales sino también asistir a misa, a conferencias, conciertos, obras de teatro, posibilidades que Rhodes no dejaba de recalcar en su propaganda. También insistía en que podía ser una herramienta útil para la enseñanza de los sordomudos:
El mudo notará la influencia del sonido poniendo su mano en la garganta del instructor, lo imitará con su propia garganta, oirá la voz del que habla en el audífono y le ayudará a imitar al que habla viendo sus labios, y oirá también su voz en el audífono, aprendiendo fácilmente a hablar.
El Indiannapolis Journal describía una demostración de los audífonos, bajo la supervisión del propio Rhodes, en una institución para mudos y sordos. Los resultados fueron calificados de asombrosos y en palabras del representante del periódico «aunque no vivimos en época de milagros… un nuevo aparato ha conseguido que los sordos oigan y los mudos hablen».Un médico inglés, James Samuelson, publicó en el British Journal of Medicine que en una visita a América había comprado uno de estos aparatos. Samuelson describe el aparato y aunque dice que no lo ha estudiado científicamente hace una serie de observaciones. Para algunos pacientes, no hay diferencias frente a la trompetilla pero hay algunas personas que oyen mucho mejor con el nuevo invento. En el caso de «un hombre público muy famoso de Liverpool», los resultados fueron aún más llamativos: este paciente pensaba que «su sentido del oído se había recuperado gracias al audífono y había encargado un par de ellos a los fabricantes» pero mientras tanto había comprado un abrecartas de marfil grande y plano «y me cuenta que es para él un gran disfrute mientras lee su periódico poner un extremo en sus dientes y el otro en una caja de música, cuyas melodías son ahora claramente audibles». Samuelson también avisaba de los problemas causados por el «temperamento« de algunos pacientes, pues algunas personas «eran demasiado estúpidas o esperaban grandes resultados demasiado pronto», y comentaba que algunos creían que con colocar el audífono en los dientes, sus viejas facultades retornarían de repente. Por otro lado pensaba que el nuevo instrumento podía ser de gran utilidad para los otorrinos y para los maestros de sordos: los primeros porque podrían utilizarlo como un instrumento de diagnóstico. De hecho, se usaba el truco del reloj en la boca para discriminar el tipo de afectación del sistema auditivo. Para los maestros, Samuelson pensaba que podría ayudar en los casos en que el niño es mudo por alguna lesión o imperfección de las porciones mecánicas del aparato auditivo. Finalizaba diciendo «todo esto está bastante en su infancia». De hecho, el audífono se empezó a usar en escuelas para sordomudos, en particular en Francia, pero las opiniones fueron muy diversas. Algunos maestros consideraban que ayudaba de una forma muy importante a que los niños sordos hablaran mientras que otros profesores pensaban que era superfluo e innecesario. Así, Mary McCowen, una maestra de Nebraska decía que aunque había trabajado durante meses con los audífonos, no había conseguido encontrar un solo niño a quien le hubiera sido realmente de ayuda. Por el contrario, algunas escuelas de sordomudos de Inglaterra decían que más del 20% de los pupilos que habían usando el audífono mantenían suficiente oído para participar en las clases de hablar y colaborar en su aprendizaje. El aparato de Rhodes se siguió usando hasta entrado ya el siglo XX. Luego fue sustituido por otros instrumentos que decían tener un mejor sistema de conducción del sonido, un mejor precio o un diseño más atractivo. Al mismo tiempo otra función fue cada vez más demandada: que no llamaran la atención sobre su propietario, que pasaran lo más desapercibidos posibles. Algunos de los primeros aparatos se esmaltaban del color de la carne o se teñían del color del pelo del usuario del audífono. Otros se adornaban con encajes, seda, cintas o plumas para camuflar su verdadera función y hacerles pasar por adornos del cabello o la cabeza. Un nuevo diseño fue ocultar los grandes audífonos debajo de turbantes y badanas, y años más tarde, dentro de las patillas de las gafas. Tuvo que pasar tiempo hasta que el avance tecnológico, primero con tubos de vacío, luego con transistores y finalmente con circuitos impresos permitió una nueva estrategia: disminuir su tamaño de manera que pudieran ocultarse dentro del canal auditivo o detrás de la oreja. El audífono había venido para quedarse y, sin embargo, no pudo evitar la desgraciada muerte de su inventor. Rhodes murió cruzaba las vías en Illinois probablemente por haber sido incapaz de oír la inminente llegada del tren. Para leer más:
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