Seguimos disfrutando de los "Cuentos al amor de la lumbre II". Como un ritual, recreamos un ambiente propicio para escuchar estas historias; todos en círculo "alrededor del fuego" (ahora no hay peleas por ver las imágenes), con poca luz, y "el contador" en un lugar destacado desde donde todos pueden verlo y escucharlo.
En el segundo volumen encontramos un cuento muy interesante. Con mucha ceremonia empleamos las f
órmulas de inicio -terminaremos también con las de cierre-, usamos un tono más propio de un narrador que el de un lector, empleamos muchos gestos para acompañar las palabras, y medimos mucho los silencios. No le decimos más que el título antes de empezar a contarlo, aun sabiendo lo que iba a suceder en cuanto lo reconociesen.
Se titula "La hormiguita", y sobre él había aclarado Antonio R.Almodovar:
Sorprenderá a muchos que se trate de una hormiguita y no de una "ratita" como quieren las versiones comerciales de años atrás. El origen de este cambio lo hemos rastreado y llegado a la siguiente conclusión: en las versiones del siglo XIX, y todavía en algunas del XX, el marido de nuestro personaje es el "ratompérez", que, contra lo que pueda parecer, ni es ratón ni se llama Pérez de apellido, sino que se trata del inofensivo y asustadizo insecto así llamado en Andalucía occidental. Este falso "ratón", andando el tiempo, debió creer en algún arreglista que se trataba de un auténtico múrido y, ni corto ni perezoso transformó a la hormiguita en ratita, para mayor acuerdo de especies a matrimoniar. Semejante fuga de imaginación ha contribuido seguramente a la pérdida de la segunda secuencia, donde la hormiguita se come al maridito, el cual imprudentemente, se ha asomado a la olla y caído dentro de ella. De esta manera, el cuento queda desvirtuado y reducido a la mera coqueterías de la "ratita" que no es más que el inicio de esta historia.
A nosotras nos hizo mucha ilusión ver este "arquetipo" recuperado por Almodovar, porque en nuestra infancia así nos lo contaban -versión rata-, pero en el que su marido terminaba en la olla intentando sacar un cascarón de cebolla. Y finamente, en una pirueta, para nosotras, casi "caníbal" era comido con mucho deleite por la ratita. Nunca más volvimos a ver ni a escuchar nada semejante, de modo que pensamos que era fruto de la desbordante imaginación de nuestra tía que nos lo contaba.
Cuando se lo contamos a los niños, inmediatamente después de terminar, nos dicen que les recuerda a otros tres cuentos de los que "debieron copiarlos; detectan semejanzas con "
La Ratita presumida", con "
Ratón Tom y Rata Tomasa" -en el devenir de los acontecimientos tras la desgracia-, y con el "
Ratón Pérez". Se hace preciso aclararles que esta versión que acaban de escuchar es anterior a los libros que ellos conocen, porque era de cuando la gente contaba cuentos sin tener que leerlos en los libros. Les parece imposible. Nos hacen muchas preguntas sobre cómo podían recordarlos todos, o cómo podían contar siempre el mismo cuento; esto nos da pie a hablar de las distintas versiones.
Hacemos una prueba; nos ponemos en situación y pedimos voluntarios para contar el cuento de "Caperucita Roja", salen seis niños y niñas. Los invitamos a salir de clase. Uno a uno, irán contándole su versión a los demás sin escuchar la de los anteriores. Nadie lo hace igual que los otros. Perciben que los personajes son casi fijos, que la trama también, pero la manera de contarlo, las palabras que se emplean, y los elementos que adornan la historia son totalmente diferentes. Una niña recién llegada de Canarias, les dice que Caperucita le llevaba plátanos de Canarias a la abuela, lo que provoca el enfado de unos y la hilaridad de otros.
Ahora, como tarea para el fin de semana, llevan una nota para sus familias, en la que solicitan colaboración para aprender a contar un "cuento de boca" y luego poder ofrecérselo a los compañeros de clase, como si fuesen cuentacuentos amateur.
Terminamos leyendo las versiones de los cuentos nacidos a partir de "La hormiguita".
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