Desde que leímos el artículo, "
Maestras mayores con niños pequeños", publicado en la revista Aula de infantil nº 66, sobre el que ahora se
abrió un foro en la web de la editorial, estamos dándole vueltas al tema: ¿qué es más adecuado para los niños pequeños, una maestra joven o una maestra mayor?
Puede que esta pregunta ni siquiera se debería formular, pero se hace, al igual que se hace sobre la idoneidad de la edad de los padres, a pesar de que cada quien los tiene cuando quiere/puede/decide. Aun así, a los padres mayores y las maestras mayores, a veces, se le pasa esta pregunta por la cabeza. A los jóvenes no tanto.
Poco tenemos que añadir a lo expuesto por la autora Clara Guindulain, y que comienza así:
Cuando me planteo esta cuestión, y pienso en las diferencias entre maestros mayores y jóvenes, lo primero que me viene a la mente es preguntarme qué necesita un niño de educación infantil de su maestra: afecto, seguridad, tranquilidad, firmeza, límites, atención, orden, conocimiento, sensibilidad, alegría, ilusión por la vida... Todo esto puede ofrecerlo una maestra mayor, y también una maestra joven, es más una cuestión de talante que de edad.
Nosotras, las maestras mayores, además de ser maestras, somos personas, de la misma manera que lo son las maestras jóvenes. Pero quizá sí que hay algunas vivencias que experimentamos de manera diferente, precisamente por ser más mayores, y porque los años vividos muy probablemente han hecho cambiar nuestra mirada.
Ahora bien, en más de una ocasión lo hemos tratado en este blog, así como de los motivos que conducen a las maestras de infantil experimentadas a pasarse para primaria.
Es cierto que hay un momento en el que todas pensamos que ya no tenemos las mismas fuerzas que cuando éramos más jóvenes, y que pudiera ser que esto prive a los críos de actividades que poco a poco vamos espaciando cada vez más. En ocasiones, también somos conscientes de la gran diferencia que hay entre nosotras y los padres/madres de nuestro alumnado, siendo conscientes del cambio generacional.
Puede que en esta reflexión haya que diferenciar varios planos: el de cómo se siente una maestra mayor con niños pequeños; el de cómo se sienten los niños pequeños (y familias) con una maestra mayor; y el de las diferencias de opinión/percepción entre las maestras más noveles y las más veteranas (esto se da tanto en infantil como en cualquiera otro nivel de enseñanza).
En los dos primeros supuestos coincidimos plenamente con el expuesto en el artículo: es más una cuestión de talante que de edad. En cuanto a las diferencias de opinión, sin querer atribuírselas a la edad –pues se dan incluso en los grupos más homogéneos-, pensamos que tanto la experiencia o la falta de veteranía pueden ser una fuente de enriquecimiento mutua, siempre y cuando no nos dejemos llevar por prejuicios: ni todas las maestras mayores, por ser mayores, están quemadas, ni todas las maestras jóvenes, por ser jóvenes, están llenas de ideas frescas e innovadoras. Hay de todo, por ello, innovación, desgaste, rutina, dejadez, desidia o fuerza no son palabras que vayan indefectiblemente unidas a las maestras jóvenes o experimentadas. La que sí debería estar siempre presente es respeto. Respetando y escuchando nos daremos cuenta de lo que nos aporta la frescura o ingenuidad profesional de las jóvenes, y la experiencia o bagaje de las mayores.
Diferencias tan sutiles son para pensar pero nunca para pesar en una balanza, pues esta no tiene precisión suficiente para medirlas.
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