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Justo Serra con maestros de la Academia de San Carlos, México, 1910 |
Rosa María Torres
"Si usted sabe de alguna fábrica en que hagan maestros de acero o de palo, que no tengan necesidades morales ni físicas, mándeme el catálogo de precios para que encarguemos los diez o veinte millones que la República necesita".
(Fragmento de carta del Ministro Justo Sierra al Ministro de Hacienda Limantour, México, principios del siglo XX).
Cartas conservadas en archivos mexicanos de inicios de siglo, escritas por maestros y maestras urbanos y rurales, y dirigidas al Presidente Porfirio Díaz, dejan ver la penuria en que se desenvolvía la vida y el trabajo de los maestros en esos días.
¿Qué le pedían los maestros a Porfirio Díaz?
Licencias por enfermedad o simplemente para descansar. Abandonar el puesto por un tiempo, incluso corto, tenía el riesgo de encontrarlo ocupado al regreso.
Jubilaciones, pues únicamente tenían derecho a ellas quienes enseñaban en la capital y tenían al menos 30 años ininterrumpidos de servicio.
Ropa, pues el salario no alcanzaba para vestirse "a la altura de las circunstancias", lo que - según lo narrado por los maestros - provocaba crítica y hasta rechazo por parte de los padres de familia, la comunidad y los propios maestros y autoridades educativas.
Mejores salarios o, en su defecto, préstamos para pagarlos en abonos y poder comprar una máquina de escribir o de coser, a fin de hacerse unos pesos adicionales.
Las cartas expresan queja, descontento, baja moral, desmotivación, pedido de mayor atención y de menor exigencia de sacrificio a los maestros.
Pasó un siglo y corrió mucha agua. No obstante, con las distancias del caso, hay situaciones que persisten: maestros desatendidos y expuestos a toda clase de penurias; Ministros de Educación a la sombra y al antojo de los Ministros de Finanzas; Ministros de Finanzas con la sartén por el mango, siempre dispuestos a retacear el presupuesto destinado a la educación y a creer - en efecto - que los maestros son de acero y palo.
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