"Nadie es tan grande que no pueda aprender, ni tan pequeño que no pueda enseñar". Pindaro
Criar a un hijo me hace darme cuenta de lo muchísimo que podemos aprender de los niños si sabemos escucharlos de verdad. Y con "escucharlos" no me refiero a lo que dicen (que también) sino a lo que transmiten, a cuánto transmiten desde su ser: con su cuerpo, su movimiento, su mirada, su respiración, su presencia, sus silencios.
Realmente es una delicia lo que muestran más allá de las palabras.
Hoy quiero explorar este último aspecto, el silencio.
En la infancia, el silencio tiene un valor importantísimo para su desarrollo y donde más lo muestran es en el juego, su principal tarea.
Cuando mi hijo juega con otros niños les observo y puedo notar su sabiduría. Muchas veces ni siquiera se hablan, sino que permanecen al lado, centrado cada uno en su juego y siendo conscientes de la compañía del otro. De esta manera se transmiten calidez, entendimiento, se sienten a gusto de compartir ese momento.
Al observar esta escena me doy cuenta de que el silencio les facilita una mayor comprensión de si mismos y de la actividad que llevan a cabo.
Cuando los niños juegan fluyen, se dejan llevar por lo que es, por lo que surge en el momento. Se abren a sentir la experiencia, se dan a lo que hay, a las posibilidades, a lo que ocurra... están conectados con el ahora y en sintonía con su alma. Y esto lo propicia el silencio.
Compartir silencios es algo mágico
Desde hace relativamente poco he aprendido esto en mí misma y también lo pongo en práctica con mi hijo. Le escucho en su silencio, nos conectamos en ausencia de palabra.
Cada mañana desayunamos juntos, unas veces charlamos, otras permanecemos en silencio, pero en ningún caso nos resulta extraño ya que nos acompañamos, nos sentimos, nos respetamos. Somos conscientes de la presencia del otro y es suficiente. Tal y como yo lo entiendo, estar juntos en silencio no significa desconexión con el exterior, sino conexión con el propio interior y en interrelación con los demás y con el mundo.
En el silencio siempre hay una respuesta
Pararse a escuchar el silencio puede resultar incómodo al principio pero tiene un inmenso valor, ya que nos ofrece un espacio de tranquilidad, de calma, de escucha interior. Así uno aprende a comunicarse verdaderamente consigo mismo y con los demás.
Bucear en él, tolerarlo, acogerlo, dejarlo estar... resulta un poderoso aliado que nos guía y orienta en nuestro camino. Es entonces cuando nos topamos de lleno con nuestras emociones y afloran los sentimientos más profundos (las inseguridades, los miedos... o por el contrario, la claridad, la tranquilidad...). Y en esos momentos de conexión es cuando podemos recuperar lo nuestro: la ilusión, la creatividad, los sueños ya olvidados...
Los niños viven el momento presente de manera natural, con plena atención y consciencia en lo que están haciendo. Si nos fijamos en esa facultad que poseen, los adultos podremos vivir de manera más plena y aprenderemos muchísimo de ellos; recuperaremos nuestras capacidades innatas y ya olvidadas para vivir en armonía con nosotros y con los que nos rodean. Escucharnos, sentirnos, conectarnos con nuestras emociones... lo único que nos devuelve a ese estado es el silencio, como hacen los niños al explorar su juego.
Esta es la magia de los niños, la que comunican sin hablar, la que nos transmiten cuando les observamos. De ellos parece desprenderse un aura, un algo especial que nos dice:
"Mira, ¿lo percibes? estoy experimentando mi mundo, lo estoy sintiendo, la vida es apasionante, ¡yo la vivo! ¿a qué esperas?"
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