Me tengo por una persona comprensiva con las circunstancias de las familias del alumnado, pero puede que ya esté mayor, porque cada día me gusta menos lo que veo. Cada vez merman más el tiempo que "permanecen" con sus hijos, y si esto, hace años les ocasionaba problemas de conciencia, a día de hoy lo entienden como un privilegio de la vida de la infantil. Es decir, se sacrifican por el "bien de los niños/as".
Acabo de acoger a un nuevo grupo de 3 años, y en las entrevistas que mantuve con sus familias constaté las huellas de la crisis en nuestro entorno. De cada unidad familiar, al menos uno de los miembros está en el paro. Desde el punto de vista económico esto es una mala noticia, pero como contrapartida suponía que les dedicarían más tiempo a los suyos y a la atención a los hijos/as pequeños.
Y aquí llega lo paradójico del asunto: el 70% del alumnado del centro en el que trabajo queda al comedor escolar, amén de a todo el rosario de actividades que se desarrollan en la tarde. Y todo esto tiene un elevado cueste -hasta llego a pensar en las tesis de la economía sumergida"-, tanto económico como emocional para las criaturas.
Comenté aquí que la rigurosa planificación del período de adaptación, así como la entrevista con las familias, habían sido determinantes para que a finales de septiembre los niños/permaneciesen serenos y acomodados en la escuela. Y ahora resulta que desde el día 1 de octubre -fecha de inicio del comedor- tenemos doble sesión de llantos, matutina -en la que ya anuncian que no quieren ir al comedor- y desde la 1 de la tarde cuando se percatan de que la prolongación de su jornada es algo irremediable. Hicimos una adaptación de libro, y ahora, en quince días pasaron de 0 a 100 en 2 segundos como los coches de carreras. No tengo nada en contra del servicio del comedor, ni de quien no tiene otra alternativa que recurrir a él, ni contra los menús dietéticamente perfectos, ni contra las personas que trabajan en él. Con quien estoy indignada es con los padres y madres, que no teniendo nada que les impida recoger a sus hijos a las 2 de la tarde, los dejan confinados en el centro todo el día. Estoy hablando de criaturas que aun no cumplieron los tres años, que lloran a rabiar, que sufren, que se angustian y que crispan al resto de la clase, maestra incluida. Cuando salgo, me pregunto todos los días, si es mi responsabilidad consolar a niños que gritan enloquecidos porque su madre quiere "que se acostumbre a comer de todo", "que se socialice", "que se lo pase bien" y "que participe en todas las actividades porque a este es el mejor momento para empezar cualquier cosa", y de paso, por qué no decirlo, dejarla despreocupada para todo el día.
Si los niños hubiesen llorado de esta manera en los primeros días, no faltaría quien acusara a la maestra de falta de feeling con los pequeños, incluso la llevarían al Tribunal de Derechos Humanos de La Haya, pero ahora, cuando le comentamos los cambios en los niños escuchamos respuestas de este tipo:
"sí lloras no te vendré buscar", "campeón, sabes que sí lloras llamo a la Policía, porque tú eres un valiente", o "tu pasa, porque son mimos; yo ya no le hago caso". Pero no señora, yo no puedo pasar de ellos; yo no puedo tolerar que un niño llore porque lo dejan todo el día en el centro mientras usted está paseando y tomando cafés, y quien va a llamar a la Policía voy a ser yo por dejación de responsabilidades y por violencia psicológica con los menores.
Atiendan de una vez: la esperanza de vida cada vez es mayor, por lo tanto aunque no coman soja antes de los 3 años, porque no practiquen judo, o porque no jueguen partidos de padle infantil, le quedan muchos años por delante para hacerlo. Lo que no se volverá a repetir es el tiempo en el que sus padres son unos dioses o héroes que los libran del todo mal. Y eso sí que es una verdadera lástima que lo descubran antes de tiempo.
Llamemos a las cosas por su nombre. Y no me cuenten milongas porque llevo muchos años en esto, y ya vi padres que, con horarios imposibles, si quieren, hacen malabares para estar con sus hijos; y vi también a muchos egoístas que tratan de venderle a sus hijos el gran favor que le están haciendo, delegando sus responsabilidades paterno-filiales en el primero que les pasa por delante, esperando a que las criaturas se resignen y dejen de llorar. Entonces, llegado ese momento, yo siempre les recuerdo que los niños/as de los orfanatos no lloran.
Imaxe: Rocking chair nº2 de Henry Moore
LA VERDAD QUE EN MUCHOS ASPECTOS ESTOY DE ACUERDO CON ESTE ARTÍCULO.
ResponderEliminarA MI PERSONALMENTE LO QUE MÁS ME MOLESTA DE LOS PADRES DE HOY ES EL QUE NO SEPAN PRIORIZAR LAS NECESIDADES DE SUS HIJOS E HIJAS Y CUAL DE TODAS ESAS NECESIDADES DEBE SER LA PRIMERA, HABRÁ QUE IR PONIENDO ARTÍCULOS Y MENSAJES POR TODO INTERNET PARA QUE SE EDUQUEN ESTOS PADRES Y MADRES