La buena vida de los profesores. Por Yolanda Barreno.
Ser profesor de secundaria parece, en estos tiempos que corren, sinónimo de tener una buena vida: trabajar pocas horas, tener muchas vacaciones y cobrar un sueldazo. O al menos eso es lo que se oye en las calles, la imagen social de un colectivo cada vez más desprestigiado por la constante labor de unos medios de comunicación de masas al servicio de unos intereses políticos e ideológicos de sobra conocidos.
A pesar de todo, la docencia sigue siendo una buena opción laboral para muchos titulados universitarios, condenados en caso contrario a engrosar las filas del paro y de la emigración forzosa. Pero, ¿es todo tan bonito cómo parece? Intentemos desvelar algunas claves que nos ayuden a responder con conocimiento de causa a esta pregunta.
El punto de partida debe ser la formación necesaria para ser profesor, en la que se aúnan tiempo y esfuerzo a partes iguales. Así, para acceder a un puesto docente en España hay que tener el título de graduado universitario, licenciado, arquitecto o ingeniero superior (como mínimo cuatro años de estudio) y cursar el Máster en Formación del Profesorado(dos años más), que incluye unos contenidos generales (didáctica y pedagogía), otros específicos sobre la asignatura elegida, y una fase de prácticas tuteladas en un IES (Instituto de Educación Secundaria).
Una vez superados estos estudios, hay que presentarse a las oposiciones al Cuerpo de Profesores de Secundaria, que constan de tres fases:
Fase de oposición: en la que se valoran los conocimientos de la materia (tanto teóricos como prácticos) y los pedagógico-didácticos. Los exámenes constan de varias partes: el desarrollo por escrito de un tema (extraído al azar de los aproximadamente setenta que componen el temario), la resolución de una serie de supuestos prácticos y la presentación y defensa oral ante un Tribunal de cinco miembros de una programación anual y una unidad didáctica que forme parte de la misma (esta programación consta de una extensión variable, pero aproximada, de 80 páginas más los materiales adicionales que se utilizarán para su defensa).
Fase de concurso: en la que se tendrán en cuenta aspectos como la formación complementaria (es decir, otras titulaciones universitarias, máster y/o doctorado), los idiomas certificados oficialmente, la experiencia, etc., y cuya puntuación se añade a la de la fase anterior previa ponderación.
Fase de prácticas: si se superan las dos fases anteriores, el aspirante a profesor deberá afrontar esta tercera parte, que abarca un curso académico, en la que además de sus labores docentes dentro de un instituto tendrá que realizar un curso obligatorio y someterse a un proceso de evaluación interno, que llevan a cabo tanto sus superiores dentro del centro educativo como los inspectores de educación.
Hay que tener en cuenta que los procesos de oposición se convocan, con carácter general, cada dos años. Por lo que ese tiempo es el mínimo necesario para poder "entrar a trabajar" como docente. Lo más habitual es que el aspirante apruebe el proceso de oposición (es decir, los exámenes teóricos y prácticos y el oral), pero no consiga una de las plazas convocadas, bien porque la nota de corte sea muy alta, bien porque no tenga suficientes méritos puntuables en la fase de concurso. En este caso, pasa a engrosar una de las listas de interinos destinadas a cubrir las bajas de los profesores titulares y las plazas temporales que quedan vacantes al no ser cubiertas por la oferta pública de empleo de la administración educativa.
Como vemos, tras un mínimo de ocho años desde la finalización del Bachillerato y la superación de la Prueba de Acceso a la Universidad, podremos comenzar a trabajar dentro de un instituto de secundaria. Comenzamos a vivir bien, y esa buena vida comienza por la jornada laboral: cuatro clasecitas y para casa, a relajarse…
Porque, ¿cuántas horas trabaja un Profesor de Secundaria? Como cualquier funcionario, tal y como establece la ley, su jornada semanal asciende a treinta y siete horas y media, que se distribuyen en:
– Treinta horas de permanencia en el IES: Veinte de ellas son períodos lectivos, de docencia directa con los alumnos, incluida una hora de tutoría; y el resto se reparte entre los períodos complementarios (horas de guardia, atención a la biblioteca escolar, reuniones de departamento y tutores y atención a padres), los de obligada permanencia en el centro para preparación de extraescolares, corrección de exámenes, seguimiento del absentismo escolar, etc., y las horas de cómputo mensual destinadas a claustros, sesiones de evaluación, comisiones de coordinación pedagógica, reuniones del Consejo Escolar, etc. Cabe destacar el hecho de que el tiempo de recreo que disfrutan los alumnos no se considera jornada laboral, y a pesar de que los profesores se encuentren en el centro educativo durante el mismo no se les computa a efectos de cálculo de dicha jornada.
– El resto del horario lo conforman las siete horas y media de dedicación fuera del centro escolar, que se destinan a la preparación de las clases, materiales de atención a la diversidad, confección de exámenes, y asistencia a las actividades de formación complementaria y permanente, que son, por ley, obligatorias para todos los profesores. Como vemos, una labor que exige mucho más tiempo que esas siete horas y media asignadas legalmente.
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