Hoy traigo otro de esos mantras tan habituales cuando se habla del uso de la tecnología en las aulas. En este caso, por cierto, avalado por la OCDE quien, dentro de una de sus múltiples y variadas publicaciones (sinceramente, me sorprende la capacidad de publicar cientos y cientos de hojas del organismo) nos expone el
nulo efecto que tiene el uso de la tecnología en el aprendizaje de nuestros alumnos. ¡Paren las rotativas!, la organización económica que se halla tras las pruebas PISA afirma que la tecnología no tiene ningún tipo de afección sobre el aprendizaje de nuestros alumnos. Supongo, más bien, que se refieren a que no tiene ninguna afección en el resultado de PISA pero, con la manía de globalizarlo todo y mediatizar titulares, queda mucho más bonita la afirmación distribuida masivamente en todos los medios de comunicación en los últimos días.
No dicen nada que no sepamos algunos: una concepción tecnológica del aprendizaje con la finalidad de ser evaluada, siguiendo los mismos parámetros que se usaban para evaluar el aprendizaje mediado por los libros de texto, no va a tener ningún tipo de connotación positiva. Sustituir el libro de texto por un libro digitalizado y el papel por pantallas de diferente tamaño ya os digo yo que, sin necesidad de gastarme miles de euros en publicar informes ni dedicarme a hacer perder el tiempo a estudiantes de medio mundo en pruebas PISA, no va a tener ninguna diferencia en los resultados de nuestros alumnos. Y sí, también afirmo que la mayoría de prácticas que se dan en el aula mediadas por esa tecnología que ha desembarcado con fuerza, no están aportando ningún valor añadido.
Ahora bien, ¿es la tecnología tan neutra en el resultado del aprendizaje de nuestros alumnos? ¿La facilidad de acceso a la información no ofrece nada positivo para ellos? ¿Los redactados masivos que realizan nuestros alumnos en sus grupos de Whatsapp o Facebook no mejoran la capacidad de escritura? ¿Los juegos no mejoran las capacidades espaciales de nuestros alumnos? Pues, lamentablemente y ciñéndonos a unas pruebas estandarizadas, la respuesta va a ser no. Entonces, ¿quién tiene el problema? ¿La tecnología o el uso que se hace de ella? ¿El sistema de medición de su impacto o las organizaciones que, por diferentes tipos de interés, deciden realizar una evaluación del aprendizaje de una determinada manera? Sinceramente creo... bueno, estoy convencido... que usar la tecnología aporta un valor añadido al aprendizaje de nuestros alumnos. Que, bien usada, una herramienta digital puede llegar a cubrir unas necesidades que, simplemente, no pueden llegar a ser cubiertas por ninguna herramienta "de toda la vida". Que, más allá de informes de nulo interés por muy mediáticos que sean, hay una realidad digital en nuestro contexto que debe ser trasladada al aula.
No es cuestión de que la tecnología no mejore el aprendizaje. Hay cuestiones que, quizás hagan que dicho
aprendizaje, mal mediado en muchos casos por herramientas, tenga como objetivo la herramienta. Y si a lo anterior sumamos la
incompetencia digital de demasiados docentes de nuestro país, la apuesta de la administración por distribuir maquinaria en lugar de dotar de estrategias para su uso y, como no, a multitud de intereses económicos que lastran dicho desembarco tecnológico, es muy complicado poder afirmar con rotundidad que la tecnología mejora el aprendizaje. Pero, si el informe manipulado por estar gestionado por una organización que, demuestra en muchas ocasiones que no es tan fiable como algunos se creen, dice que usando mal la tecnología se siguen dando los mismos resultados que sin usarla... imaginaros qué podríamos hacer con un
buen uso de la misma :)
A propósito, no me gustaría dejar en el tintero ese gran ejemplo de lo que, en muchas aulas, supone usar las TIC. Conecten el ordenador a internet y hagan el ejercicio X.
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