Me preocupa lo que se está vendiendo desde determinados púlpitos acerca de lo que es conveniente o no hacer en el aula. Me preocupa que, grandes proyectos muy mediatizados, nos impidan asumir que el aula no es tan maravillosa como se puede llegar a pintar. El aula, por desgracia y los que trabajamos en ella lo conocemos bien, es tan cambiante y difícil de gestionar como los alumnos que la componen. No hay dos aulas iguales. No hay dos grupos de alumnos que respondan de la misma manera frente a la misma estrategia. No hay dos alumnos, por desgracia para algunos, que puedan ser tratados de la misma forma.
En las aulas tenemos la realidad. Una realidad incómoda que no interesa vender cara al exterior por miedo a qué dirán.
Miedos que, por desgracia, se basan en un fracaso profesional que existe. Sí, todos los docentes hemos y estamos fracasando en muchas ocasiones con nuestros alumnos. Podemos contarlo o encubrirlo como consideremos, bajo la publicación de determinados proyectos guays que se están haciendo en nuestras aulas e, incluso, bajo el paraguas del buenismo tan imperante de hoy en día disculpando la disrupción habitual de muchas ocasiones bajo el pretexto de que son alumnos que viven en un mundo diferente al nuestro. Bueno, yendo más lejos, exportando toda la responsabilidad hacia las familias. Y eso es un error.
Lo importante para el docente debería ser asumir el fracaso. Asumir y mediatizar lo que no ha funcionado. Plantear en voz alta que hay alumnos que, por muchas estrategias y recursos que pongamos, nos van a molestar en el aula. Plantear que hay alumnos que, por culpa de otros, no van a poder evolucionar en su aprendizaje como podrían. Plantear que la heterogeneidad de alumnos también se traslada a los resultados que obtenemos con los mismos. Que no todos los alumnos van a disfrutar en nuestra asignatura. Que no todos van a aprender de la misma manera. Que va a haber algunos que, por mucho que utilicemos la técnica más novedosa, van a fracasar. Y el fracaso es algo que debería venderse para aprender de ello.
Hablamos de la necesidad de reconocer el error de los alumnos y no reconocemos los nuestros como profesionales. El aula no es la ficción que se vende en un libro por parte de uno que ha decidido libremente huir de ella. El aula es la realidad incómoda que se encuentran cada día los cientos de miles de docentes que trabajan, dejándose la piel, en la misma. Algo que no es fabulable. Algo que, en muchas ocasiones, es muy incómodo porque, sabéis qué, es muy incómodo reconocer que cada cierto tiempo hay cosas que no funcionan y alumnos que no trabajan. Podemos esconderlo bajo una alfombra pero la realidad se empeña en ser incómoda y, a veces, la alfombra no da para más.
Me gustaría poner las experiencias que uno publica en los blogs en cuestión. Me gustaría que, más allá de lo bonito que puede ser hablar de emociones, de trato personal e, incluso de emular a aquellas películas cuyos docentes saben triunfar en una clase conflictiva, habláramos de realidades. Realidades más incómodas que los planteamientos buenistas. Realidades que suceden dentro del aula y que muchos no se atreven a reconocer.
Yo en este post reconozco mi fracaso en múltiples ocasiones. He tenido alumnos que no he conseguido que aprendan. He dado clase a grupos complicados en los que, la máxima, era la pura supervivencia. He diseñado estrategias educativas y probado múltiples maneras de hacer cosas que no me han funcionado. A pesar de ello, estoy contento en líneas generales de como me ha tratado el aula. Contento a pesar de los fracasos. Contento a pesar que, en ocasiones, las cosas no han salido, ni por asomo, como estaban planificadas. Algo que debe reconocerse para la mejora profesional porque, si todo es tan bonito como lo plasmamos en los blogs cuando contamos experiencias o eliminamos la parte desagradable de la profesión edulcorando las realidades, estamos haciéndonos un flaco favor y vendiendo que vivimos en una ficción.
Me gustaría que hubiera alguien más que dijera en voz alta que hay cosas que no funcionan en sus aulas, que hay alumnos con problemas a los que no puede darles solución, que, en definitiva, el aula no es tan bonita como nos la pintan desde fuera porque, si no reconocemos lo que no va bien y sólo mediatizamos los éxitos, es imposible cambiar.
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