¿Existe una correlación entre el desempeño educativo de un país y su competitividad económica? Con los estudios y los informe internacionales disponibles la respuesta es simplemente "no" (Schwab, 2010; OCDE, 2010a). Países como Estados Unidos y Noruega puntúan alto en las clasificaciones de competitividad global –como las del Foro Económico Mundial (Schwab, 2010)–, pero solo modestamente en las evaluaciones del rendimiento académico de sus alumnos, como PISA.
Por otra parte, Corea, Canadá y los Países Bajos obtienen puntuaciones altas en los rankings de aprendizaje de sus estudiantes, pero no están en la cima del ranking de competitividad económica. De forma similar, muchos países parecen alcanzar posiciones opuestas en ambas clasificaciones, en los extremos superior e inferior de las escalas; por lo tanto, no podemos asumir que estas dos medidas correlacionen.
Sin embargo, algunos países se las arreglan para hacerlo bien en ambas clasificaciones.
Finlandia ha sido clasificada como una de las economías más competitivas desde principios de los años 2000 (Routti y Ylä Anttila, 2006). Dos acontecimientos importantes ocurrieron en la década de 1990 que provocaron un cambio significativo en la estrategia de desarrollo económico promovida por los líderes gubernamentales y del sector privado de Finlandia.
(leer más en el desplegable o en la fuente
Finland: A Non-Competitive Education for a Competitive Economy. OECD (2012), Lessons from PISA for Japan, Strong Performers and Successful Reformers in Education, OECD Publishing. p. 101)
El primero fue el inicio del proceso de adhesión que llevó al ingreso de Finlandia en la Unión Europea en 1995. Con el colapso de la Unión Soviética (un importante socio comercial), Finlandia no tuvo más remedio que diversificar su estrategia de exportación y comenzar a alejarse de su dependencia histórica de los productos forestales y otras industrias tradicionales.
El segundo y más poderoso estímulo fue una gran recesión económica en la década de 1990, desencadenada por el colapso del sector financiero que recuerda a la crisis bancaria que los EE.UU. ha experimentado recientemente. El desempleo en Finlandia se acercó al 20%, el producto interno bruto (PIB) se redujo en un 13% y la deuda pública superó el 60% del PIB (Aho et al, 2006.).
El gobierno utilizó esta crisis como una oportunidad para desarrollar una nueva política nacional de competitividad diseñado para apoyar la innovación del sector privado y se centró en gran medida en el desarrollo del sector de las telecomunicaciones, con Nokia como el actor central.
En un tiempo sorprendentemente corto, Finlandia no sólo logró salir por sí misma de la recesión, sino reducir su dependencia histórica sobre sus recursos naturales y transformar su economía en una basada en la información y el conocimiento. Las inversiones en investigación y desarrollo fueron el combustible para el crecimiento. En 1991 sólo cinco trabajadores finlandeses de 1000 trabajaban en la investigación y desarrollo (I + D) . Para 2003 esta cifra había aumentado al 22, casi tres veces el promedio de la OCDE (Routti e Ylä Anttila, 2006). En 2001 la clasificación de Finlandia en el índice competitividad global del Foro Económico Mundial, había subido del puesto 15 al 1º, manteniéndose desde entonces cerca de la cima en este ranking.