Del original en gallego
Lo primero que nos enseña la sociolingüística es que las lenguas no son las cosas concretas y fijas que la inmensa mayoría de la gente tiende a creer la mayor parte del tiempo, a menudo confundida por metáforas tan cómodas cuanto a engañosas, ni son organismos que nacen, crecen, maduran, decaen y mueren, ni son agentes o pacientes de contactos, conflictos, opresiones y abusos; tampoco son titulares de ninguna clase de derechos. Las que nacen, viven y mueren son las personas que hablan las lenguas, igual que las que entran en contacto y conflicto, las que cometen o padecen los abusos son esas personas y los grupos sociales de distinto tipo que ellas configuran. Esas mismas personas y grupos, y no las lenguas, son también los titulares de los derechos lingüísticos, si tal cosa hubiese.
Por tanto, el gallego y el castellano no están en contacto ni en conflicto. El castellano no está superpuesto al gallego, ni el gallego subordinado al castellano. Somos las personas que hablamos y escribimos uno, u otro, o los dos idiomas y los grupos sociales formados por esas personas, que nos identificamos con y a través del uno, o de los dos idiomas, las y los que estamos en contacto o en conflicto, y también somos nosotros las y los que nos podemos encontrar por causa del idioma (pero raramente por causa de él) en situación de superioridad o inferioridad, de privilegio o de marginación, de convivencia o de conflicto. Lo diremos de una vez, y quede dicho para siempre hasta el final del texto que ahora comienza: cuando aquí tratemos de idiomas, nunca o raramente vamos a tratar de unas entidades abstractas y evanescentes, dotadas de no se sabe cuáles atributos; vamos a referirnos más bien a los grupos formados por personas de carne y hueso que los hablan y escriben, que los oyen y los leen, que se identifican con uno, con el otro y/o con los dos (o más), vamos a tratar de las personas que trabajan, actúan, se entretienen, conversan, monologan, negocian, alaban, quieren, ultrajan o hacen el amor con ellos, con ellos, piensan el mundo que las rodea y fantasean mundos de ensoñación, vamos a hablar de las gentes que los construyen, deconstruyen y reconstruyen sin parar, todos los días y todas las noches a todas horas.
Dicho lo dicho, echaremos a singlar el navío.
Al mismo tiempo hizo tres aclaraciones, a su entender fundamentales para comprender su tesis sobre el vínculo necesario entre normalización del gallego y construcción nacional de Galicia: a) el (auto)reconocimiento de Galicia como nacionalidad no implica necesariamente una opción a favor de su independencia; b) la normalización lingüística no es sinónimo o eufemismo del monolingüísmo social, por lo tanto, el reconocimiento del gallego como lengua nacional no supone merma ninguna de los derechos de los gallegos castellano hablantes; c) considera un anacronismo enarbolar hoy un proyecto nacional en la Europa del siglo XXI.Por ello, vincula la normalización lingüística a la innovación, no a la restauración.
Con un lenguaje sencillo, lleno de giros y expresiones que lo remiten a su tierra de origen, el sociolingüísta fue desgranando una disertación en la que tocó la crisis del proceso de normalización lingüística, el cambio lingüístico, el bilingüismo, las razones por las que la gente cambia de lengua, la libertad vs. la necesidad, la ruptura de la cadena de transmisión de la lengua, las políticas lingüísticas de facto y de iure, el discurso neoliberal y la falacia de la libertad lingüística.
Terminó con uno dicho muradano, "Estamos pasando el Este", y concluyó: tenemos derecho al desaliento, pero con la única condición de que sepamos solevantarnos, coger rumbo y ganar nuevo empuje."
Su discurso fue respondido cariñosamente por Rosario Álvarez Blanco, que reseñó su enorme capacidad de trabajo y su talante integrador siempre abierto al diálogo y a la colaboración, siendo capaz de anteponer el interés social común a los pequeños problemas, a las diferencias ideológicas y a las apetencias personales.
Tras la presentación de los méritos que llevan a Monteagudo a ocupar una sillón en la RAG, la académica cerró con un decálogo: 1º) no aceptar la progresiva minusvaloración social del gallego; 2º) asumir que las políticas de reversión de la sustitución lingüística son viables; 3º) insistir en la necesidad de una política lingüística programada; 4º) aceptar que somos las personas las que entramos en conflicto, no las lenguas; 5º) desenmascarar la falacia de la libertad lingüística; 6º) hacer compatible el derecho lingüístico con una realidad social que no es de monolingüísmo; 7º) proclamar el valor y la importancia de nuestro capital lingüístico; 8º) reconocer que la normalización del gallego interesa a todos; 9º) asumir sin reparos la posición del gallego en la sociedad de hoy; 10º) recordar que el de la normalización lingüística es un camino abierto, con retorcidas veredas por las que transitar juntos, en un esfuerzo común de aprendizaje continuo, con afán constructivo. Como corolario, terminó diciendo que no aceptemos la uniformización, ni mucho menos que toleremos que se nos presente como un avance de la humanidad la pérdida de la diversidad cultural y lingüística.
Esperamos que en breve se pueda disponer de los dos discursos en formato electrónico, pues consideramos que se convertirán en un documento de referencia y de consulta para todas aquellas personas que coincidimos con lo allí expuesto.
Desde aquí un enlace a una edición sin maquetar, pero que permite leerlo entero.
Fue para nosotras una gran ocasión estar presentes en el acto de ingreso de Henrique Monteagudo, con el que, además de otras muchas cosas, amistades, hechos y pensamientos, nos une el amor y el respeto por nuestras lenguas, pese a que soñemos en gallego.
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