¿Qué debe hacer un docente que sospecha que un alumno o una alumna está siendo irresponsablemente medicalizado con psicofármacos por un diagnóstico erróneo de un TDAH? ¿Un médico debería suministrar este tipo de fármacos sin recoger información del entorno escolar? ¿La familia debería comunicarlo en el centro al tutor del niño? ¿Desde la ética profesional podemos/debemos mantenernos al margen de eso?, en caso negativo, ¿con qué autoridad nos dirigimos a la familia arriesgándonos a molestarlos? ¿Cuánto de culpa tiene la escuela en la patologización y
medicalización de la infancia?
Estas y otras muchas preguntas surgieron recientemente en un foro de docentes. La respuesta fácil y cómoda sería: eso no es nuestro problema. Pero desde la responsabilidad que tenemos en procurarles un desarrollo sano y armónico de sus potencialidades, creemos que algo tenemos que decir al respecto.
En los últimos años, se extendió una nueva plaga, la popularización, frivolización y banalización de la diagnosis de niños con el Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad, y su tratamiento a base de fármacos, incluso en edades muy cortas, cuando la mayor parte de los docentes, pedagogos, psicopedagógos y otros profesionales cuestiona este diagnóstico en tanto lo consideran una moda en la que los medios de comunicación, la publicidad, los cursos de formación y asociaciones varias, contribuyen a la difusión de ese error. Según esa perspectiva, padres y docentes, acostumbran a mirar de forma unidireccional al niño problemático y hacen una diagnosis casera que detecta en sus hijos/alumnos rasgos tipificados. El mero hecho de etiquetar el problema, ya parece tener un efecto tranquilizador, máxime cuando se le atribuye una base biológica que los exime de otro tipo de responsabilidades y de los sentimientos de culpa que pueden generar otro tipo de discursos.
Ya que, alrededor del TDHA subyacen varios discursos: el biológico (el TDAH tiene un origen genético); el sociológico (el TDAH es fruto del clima de la postmodernidad), el ecológico (el TDAH es una respuesta del niño a los problemas de su entorno); el vincular-psicoanalítico (cuestiona el diagnóstico del TDAH y entiende que los problemas del niño son una respuesta emocional-afectiva a los problemas en el vínculo con los padres).
En base a esos discursos surgen diferentes catalogaciones de los niños deficitarios en el momento de detección y abordaje: el niño problema que le provoca perjuicios al grupo clase y al docente; el superdotado, al que la inteligencia juega en su contra; el desconcentrado, que debido a un desorden neurológico no es capaz de mantener la atención pese a que lo intente; el niño desconectado/retraído, que trae de la casa un déficit emocional; el niño en las nubes, que a diferencia del anterior, no está desconectado, sino conectado en otra cosa.
En cualquier caso, se estudia el papel determinante de la escuela en el proceso de medicalización, ya que, tras las prácticas de clasificación escolares, se inicia un circuito que poco a poco va legitimando el tratamiento del problema vía farmacológica o terapéutica. Como dato relevante, se añade que estos diagnósticos de hiperactividad, se dan con mayor frecuencia en centros a los que los niños acceden a muy corta edad, en los que permanecen muchas horas, incluso en actividades extraescolares, y en los que la exigencia no se refiere sólo a lo académico, sino también cara a lo social, con gran presencia de dispositivos disciplinarios.
Una vez que el niño fue diagnosticado y consiguientemente "pastilleado", tiene que darse una situación de convivencia entre la medicamentación y la escolarización; cuestión problemática, ya que, en casi todos los casos, se oculta como un secreto. Oculta, o visible, la "pastilla" cambia la visión de la institución sobre el niño medicado según sea su respuesta en cuanto a comportamiento, actitud y estado de ánimo en el aula, así encontramos: el niño dopado (como si estuviese bajo los efectos de un somnífero), el niño inestable (del que se puede esperar cualquier reacción), y el niño funcional (que responde exitosamente al tratamiento).
Adecuada o inadecuadamente suministrado el tratamiento farmacológico, en la escuela se recogen los frutos del círculo de diagnosis erróneas que en ella se abren, y pese a todo, en casi ninguna se da un debate sobre si las condiciones de ese centro favorecen la aparición de los niños y niñas con déficit de atención con hiperactividad. Nadie se pregunta si esos comportamientos "anómalos" de las criaturas son una respuesta a la falta de espacio, a las dinámicas escolares, a las disciplinas y estilos docentes, a las metodologías poco activas, a los cambios continuos de figuras de referencia, a la falta de juego o a la carencia de tiempos de descanso.
Es para pensar si tenemos algo que decir al respecto o no; si es también nuestro problema o no.
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