Ya hemos llegado. Siete flamantes años, esa especie de
barrera psicológica que te ponen delante tras el diagnóstico de trastorno del desarrollo.
Parece que, de todo lo que tiene que pasar, una parte importante tenga que ser "antes de los siete", y otra, después.
Cuando estás lejos del momento, lo percibes como una sentencia: está demostrado que la mayor plasticidad neuronal se produce antes de los 6 años, y que hay que aprovechar la atención temprana, y que cuanto antes empiezas a trabajar, mejor pronóstico. Y tu hijo tiene 2 años, y los 7 te parecen taaan lejanos.
Sin embargo, cuando va pasando el tiempo (mucho más deprisa de lo que imaginabas), y ves que en la línea discontínua del desarrollo hay hitos que parece que no llegan, y se va acercando a esa edad y parece que hay aspectos en los que no avance, empiezas a oir lo de
la "barrera de los siete", en sentido opuesto: "ya verás, sobre los siete años suelen dar un cambio".
Por la experiencia sabemos que esos cambios, la maduración, o la consecución de los hitos no son una cuestión matemática, y que esa "barrera de los siete" no se refieren al mismo día del cumpleaños ni a otro momento concreto, más aún cuando
el desarrollo de cada niño con dificultades sigue su propia pauta y no es extrapolable a los demás.
Pero igual que hay un paso madurativo significativo anterior en los niños con desarrollo típico, algo tienen los siete años en los niños con trastorno del desarrollo, madurativamemnte hablando, cuando hablas con muchas otras mamás y coinciden en ese comentario.
Algo tienen los siete años.
Alcanzado el paso fronterizo, yo he aprovechado que Mateo los acaba de cumplir para echar la vista atrás, y sorprenderme de cuánto hemos avanzado.
Cuántas cosas que no sabíamos si llegarían, no sólo han llegado sino que han sobrepasado nuestras expectativas. ¡Y cuántas cosas que ni imaginábamos!
El camino ha sido largo y trabajoso, es verdad, y ha habido momentos de duda, de creer que llegaríamos a este día comiendo triturados, o cambiando pañales, o teniendo que llevarle fuertemente agarrado de la mano por la calle ante el miedo de que salga corriendo sin control... y cuidado, que de ser así, lo hubiéramos seguido haciendo con la misma alegría y amor que todo el tiempo anterior. Pero ahora miro atrás y me parece increíble donde estamos, el niño fascinante que es mi hijo, lo mucho que se esfuerza y cuánto disfruta, lo feliz que es... ¿será verdad que el 7 es un número mágico?
Sí, algo de magia tiene: la de la esperanza en todo lo que Mateo puede conseguir.
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