UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 13 Feb 2015 09:12 AM PST
En 1997 un grupo de investigadores liderado por Arthur Aron de la la State University of New York (SUNY) en Stony Brook publicaron un artículo en la revista Personality and Social Psychological Bulletin titulado La generación experimental de proximidad interpersonal: un procedimiento y algunos resultados preliminares. Los resultados preliminares incluían determinar que la asociación romántica de dos individuos y el desarrollo de esa relación se basan en variables que se pueden analizar y manipular y el desarrollo de una metodología para estudiar una relación de pareja y su evolución. x
Este grupo ha publicado artículos científicos con títulos tan sugerentes como:
Para el grupo de Aron —y muchos estaríamos de acuerdo— un aspecto clave en el avance hacia una relación de pareja es un proceso de apertura emocional que debe ser sincero, recíproco, respetuoso, cada vez más profundo y mantenido en el tiempo. La intimidad es un proceso en el que cada uno siente que su esencia más personal, tras ese «abrirse al otro», es aprobada, entendida, respetada y valorada por el otro miembro de la pareja. La idea de los investigadores fue forzar ese proceso, hacer que dos desconocidos tuvieran que hablar de temas cada vez más personales siguiendo un proceso pautado, convertir eso tan sugerente e impredecible del inicio de un noviazgo en un experimento de laboratorio. Los sujetos eran estudiantes universitarios voluntarios, emparejados por los investigadores, que se sentaban alejados de los demás participantes en un espacio agradable. Cada pareja de participantes no tenía información previa del objetivo del estudio y solo se les dijo «buscamos voluntarios para un estudio de interacción social en el que participareis en parejas» para evitar que llegasen con ideas preconcebidas al encuentro. Tras hacerles encuestas y entrevistas previas, los emparejamientos, siempre entre personas que no se conocían previamente, fueron diseñados cuidadosamente para evitar situaciones que generasen un rechazo de partida. Así, excluyeron a quienes hubiesen marcado como importantes temas donde los dos tuviesen posturas opuestas (como que uno fumase y el otro odiase el tabaco) o que tuviesen criterios muy diferentes sobre cosas que uno de los considerase un tema significativo (como por ejemplo el estilo de ropa o las opiniones políticas). En el experimento, cada pareja debía seguir durante 45 minutos un cuestionario diseñado para sincerarse y establecer una confianza progresiva. De forma alternante, cada uno leía la pregunta en voz alta, los dos contestaban y seguían con la siguiente cuestión. Para hacer un control del experimento se hicieron dos grupos: uno tenía la encuesta que podríamos llamar de intimidad progresiva mientras que el otro tenía una encuesta de extensión similar pero eran preguntas neutras, lo que podríamos llamar conversación trivial o impersonal. Después, los conejillos de Indias, perdón, los estudiantes universitarios, seguían cada uno su camino pero se les sometía a varios cuestionarios independientes a lo largo de las semanas siguientes incluyendo un cuestionario realizado siete semanas después, en el examen final. La encuesta «del amor» es la siguiente: Grupo I
Grupo I
El análisis a posteriori encontró que de las 58 parejas participantes en el estudio, un 57% habían vuelto a conversar, el 35% habían hecho algo juntos y el 37% se habían sentado juntos en clase desde entonces. Lo más famoso es que una de las parejas se casó seis meses después del experimento e invitaron a todo el laboratorio a la ceremonia. Mandy Len Catron, una escritora, decidió hacer el experimento con un hombre al que conocía de la universidad y con el que coincidía en una pista de escalada. Él le había dicho comentado que porqué nos enamoramos de una persona y no de otra y ella le habló del estudio de Aron, los dos acordaron probarlo. Catron dice que «la mayoría de nosotros pensamos en el amor como algo que nos pasa. Caemos. Tenemos un flechazo. Pero lo que me gusta de este estudio es como asume que el amor es una acción. Asume que lo que importa en mi pareja me importa a mí porque tenemos al menos tres cosas en común». Sabemos que la biología es importante para el amor, las hormonas, los neurotransmisores y quizá las feromonas hacen muchas cosas sin que seamos conscientes de ellas. Sabemos que una vez superada la etapa de mirar a alguien a distancia es fundamental una nueva interacción mucho más cercana: hablar. Y entonces es fundamental qué decimos y cómo lo decimos, cómo es nuestra voz y los gestos que la acompañan, todo nuestro lenguaje corporal y nuestra inteligencia y personalidad en acción. La tercera fase sería entonces cuando la charla impersonal, la que usa el grupo control del experimento, la del «estudias o trabajas» y «¿vienes mucho por esta discoteca?» pasa a un acercamiento, el estar dispuestos a compartir, desear conocer a la otra persona y desear que ella te conozca, una fase de confianza e intimidad, el sol y el agua con los que crece esa semilla plantada en las fases anteriores. La pregunta obvia es si Catron y su pareja se enamoraron y la respuesta es sí. Ella dice que puede ser excesivo darle todo el crédito a la encuesta, pues podía haber sucedido en cualquier caso pero «el estudio nos dio una vía hacia una relación que se sentía deliberada. Pasamos semanas en el espacio íntimo que creamos aquella noche, esperando a ver en qué se convertía. El amor no es algo que nos pasó. Nos enamoramos porque cada uno de los dos decidimos hacerlo». Por último, si decide hacer el experimento, que sepa que es bajo su exclusiva responsabilidad, la empresa no se hace responsable de los posibles resultados, basta con que me mande una botella de champán para celebrarlo. Para leer más:
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario