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Profesor Atticus |
Posted: 27 Feb 2016 02:39 AM PST
La actualidad es impetuosa y hasta hoy no he podido hablar de la presentación oficial de Contra la nueva educación, que tuvo lugar en Casa del Libro de Barcelona el pasado día 24. ¿Qué podría contarles? Lo primero, que fue un lujo contar con Jordi Nadal y con Gregorio Luri, (quien dio una clase magistral -con perdón- de cómo se debe afrontar el debate educativo), como fue un gusto saludar a María, a Carlos, a Alexandre, a Sandra, a Miriam, a Miguel, a Xavier, a David, a Felipe, a Josep, a Juan, a Andrés, a Antonio, a Rocío y a otros amigos y conocidos en un día muy especial. No sé si, como tan generosamente afirmó Luri, "es imposible entender la pedagogía actual sin haber leído este libro", pero sí que agradezco mucho unas palabras que suponen un reconocimiento a mis intentos, mejor o peor ejecutados, de aportar una visión diferente de la hegemónica a la hora de pensar la educación.
No era el miércoles un día para extenderse en divagaciones (aunque es más que reconfortante que el buen número de asistentes fuera tan participativo y reflejara tan bien el propósito de abrir la discusión para incluir puntos de vista alejados del Discurso Único). Traté de agradecer a Plataforma su apuesta decidida por un texto pedagógicamente incorrecto y quise reflexionar sobre el entusiasmo, acerca de lo cual dejaré a continuación algunas notas ampliadas sobre lo que intenté transmitir.
Decía Rubén Darío: "no dejes apagar el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura". Uno de los requisitos que hoy se exigen al docente (porque al docente nunca se le pide nada, siempre se le exige) es la vocación. Tengo muchas dudas de que esta sea una cualidad imprescindible para enseñar. Y muchas más de que se deba infravalorar a quien no la atesore. Si algo tiene de bueno escribir es que le permite a uno cuestionarse sus propias certezas. Poner por escrito lo que se piensa, unas veces te reafirma en tus planteamientos y otras te hace desechar ideas preconcebidas, prejuicios o posicionamientos equivocados. Si además tienes la oportunidad de conversar con quien opina diferente, todo resulta aún más eficaz y provechoso. Durante un tiempo yo mismo creí que la vocación era algo relevante a la hora de transmitir conocimiento, pues todos estamos de acuerdo en que un profesor que no sepa no tiene nada que transmitir, pero uno que sepa y no sea capaz de hacerlo llegar en las condiciones adecuadas al alumno, tendrá similares dificultades. Pero empiezo a estar casi seguro de que lo que necesita un profesor, además de, por supuesto, un buen dominio de la palabra (la herramienta esencial que ninguna tecnología podría sustituir) y un amplio conocimiento de su materia, no es vocación, pues esta es perfectamente reemplazable por la profesionalidad. Lo que convierte (o ayuda a que se aproxime a este ideal) a un maestro en un Maestro es el entusiasmo, una cualidad, por cierto, que tanto Gregorio Luri como Jordi Nadal poseen y que, además, es indiscutiblemente contagiosa. Hice esta reflexión porque de alguna manera es el entusiasmo el que ha provocado la publicación de este libro. El entusiasmo por defender algo en lo que creo: una enseñanza pública que cumpla con su misión de ser palanca de ascenso social, que ampare la igualdad real de oportunidades y que permita a quien lo merece llegar más lejos que quien no se lo gana. Considero que el ideal de una sociedad meritocrática no es posible sin un sistema educativo exigente, que premie el esfuerzo y valore el conocimiento. Sé bien que defender esto puede ser incómodo pero también que es lo más honrado moralmente hablando. Es incómodo porque no se puede reclamar exigencia sin ser uno mismo autoexigente. No se puede reivindicar que se valore el conocimiento sino no se aspira a este, ni se puede hablar de esfuerzo sin estar dispuesto a ser ejemplo de constancia. Solo quien no está dispuesto a esmerarse puede sentirse molesto cuando se le habla de perseverancia. Solo quien no tiene interés en aprender es capaz de menospreciar el saber y la cultura. En definitiva, solo quien no quiere dejar de ser mediocre o ve peligrar sus privilegios considera elitista el mérito. Quiero recordar una idea de Antonio Muñoz Molina que me parece especialmente apreciable; él la llama "microética" y la describe así: "el eje de una vida decente creo que está en hacer lo mejor posible aquello que uno tiene que hacer, sea un artículo, un guiso de judías, un cuadro, una hora de clase, una mesa, una operación de urgencia. En el ámbito de la propia vida cotidiana cada uno tiene posibilidades infinitas de hacer que el mundo sea un poco mejor o un poco peor".
Y el propio Muñoz Molina recordaba en su ensayo "Todo lo que era sólido", aquello que decía Machado: "Qué difícil es / cuando todo baja / no bajar también", y decía que "donde no reina la exigencia ni se reconoce el esfuerzo costará mucho más que alguien dé lo mejor de sí, o incluso que descubra sus mejores capacidades. Pero lo contrario también es cierto, y la excelencia puede ser emulada igual que la mediocridad, y la buena educación se contagia igual que la grosería. Por eso importa tanto lo que uno hace en el ámbito de su propia vida, en la zona de irradiación directa de su comportamiento, no en el mundo gaseoso y fácilmente embustero de la palabrería".
Veo que en el mundo de la enseñanza no reinan ni la exigencia ni el reconocimiento del esfuerzo. Al contrario, los llamados expertos educativos, los gurús de la educación, apuestan por el éxito fácil, la igualdad en la ignorancia y la felicidad insustancial. Y veo también que ocupan un espacio en los medios de comunicación totalmente desproporcionado e inversamente proporcional a la sensatez de sus propuestas. Por eso he querido defender desde el entusiasmo, insisto, y la racionalidad otra visión de la enseñanza que, en mi humilde opinión, estaría mucho más cerca de lo que está la pedagogía oficial de alcanzar el objetivo kantiano de desarrollar al máximo las capacidades de cada uno. Y lo hago por puro convencimiento y porque creo, como el mismo Kant dejó escrito, que "únicamente por la educación el hombre llega a ser hombre". Y en esa batalla estoy.
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Posted: 26 Feb 2016 06:13 AM PST
No me reconozco como representante de la antipedagogía y me remito al argumentario del capítulo séptimo de mi libro, titulado "Análisis de la pedagogía", en concreto al apartado "Acuerdos y desacuerdos".
El Mundo publica hoy, en su edición nacional, un reportaje, cuyo enfoque, desde luego respetable, no termino de compartir, porque enfrenta dos concepciones de la enseñanza que podrían (no de esta manera, claro) buscar algunos puntos de concordia. Tampoco comparto, mucho menos que la óptica del reportaje, declaraciones como las de Enrique Javier Díez, profesor titular de la Facultad de Educación en la Universidad de León, quien afirma que existen dos modelos de educación (el roussoniano, que asocia con una visión más optimista, que confía más en el ser humano, y la hobbesiana, que parte de la idea de que el hombre es un lobo para el hombre y de que el estudiante va a ir a engañar. Habría resultado preferible, ya puestos, haber distinguido entre un modelo bueno y otro malo. Igual de burdo, pero mucho más directo y eficaz.
Carmen Rodríguez, profesora titular de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de Málaga y experta en Psicología Clínica, vincula el mérito con la competitividad y el elitismo (nada nuevo, nada bueno) y pone en boca de Antonio Muñoz Molina algo que este jamás ha defendido: la supuesta pretensión de que solo los buenos alumnos tengan derecho a la educación (¡!) Cualquiera que conozca a Antonio o haya leído y/o escuchado sus numerosas manifestaciones públicas, sabe que esta sospecha no tiene ningún fundamento; es más, su compromiso con la educación pública ha sido siempre contundente e inequívoco. La que fuera directora general de Innovación Educativa en la Junta de Andalucía entre 2004 y 2008 e impulsora del Foro de Sevilla "Por Otra Política Educativa", asegura también en la información de El Mundo que los que no comulgamos con ruedas de molino, planteamos modelos de pura transmisión del conocimiento, de pura memoria, una manipulación ciertamente tosca de la defensa del conocimiento como base de un buen sistema educativo que algunos propugnamos. Pero no crean que la Sra Rodríguez critica que algunos reivindiquemos la memoria como algo necesario para el aprendizaje porque piense que no lo es o porque conozca una fórmula más acertada para la adquisición de conocimientos, no. Lo hace porque eso a muchos niños no les interesa. Los alumnos fracasan porque se aburren. ¿Qué podemos decir? Que el aprendizaje puede ser apasionante pero no "debe ser apasionante". O no puede serlo en todo momento. Que el aburrimiento o entretenimiento no ha de condicionar el conocimiento provechoso. Que el alumno no fracasa porque se aburre sino porque no se esfuerza. En fin...
Sigo, pues, aunque ya he dicho que no me identifico con la antipedagogía, temo que muchos me incluirían en ella. De hecho, la autora de este artículo cita dos libros de carácter antipedagógico (así los denomina) que saldrán a la venta en los próximos días (el mío, en realidad, está a la venta desde el 17 de febrero) y, advierte: van a avivar las llamas de esta polémica (sic). Son: La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza, de Ricardo Moreno Castillo, prologado Arcadi Espada (Pasos Perdidos) y Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimiento (Plataforma), que escribí yo y lleva prólogo del Antonio Muñoz Molina. Pues bien, José Luis Bernal Aguado, profesor de Ciencias de la Educación de la Universidad de Zaragoza, tiene claro que ellos (¿nosotros?) enseñan, mientras nosotros (¿ellos?) intentamos que los alumnos aprendan. Es fantástico. A nosotros no nos importa si los alumnos aprenden o no. Solo a ellos. Pero pregunto: si desprecian el conocimiento, si arrinconan la memoria, si optan por la felicidad antes que por la cultura, ¿qué es lo que quieren que aprendan?
Rafael Feito, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, opina que los antipedagogos son esa vieja guardia de profesores de BUP que entraron en 1977 en la escuela y que, cuando se encontraron con la Logse, se negaron a entender que se aprendiera mejor en grupo, lo cual, sintiéndolo por los demás, me sirve para salir de ese "grupo salvaje" de los antipedagogos, aunque sea por una cuestión generacional. Pero Feito da lo mejor de sí mismo en esta frase. Lean: La autoridad es una palabra polisémica. Antes de convertir al profesor en una autoridad pública, es más importante convertirlo en alguien querido. Hay que conquistar el corazón de los alumnos, eso entiendo yo que es la autoridad. No comentaré nada. Bueno, sí: ni la palabra autoridad es "polisémica" ni yo la entiendo como el Sr Feito.
Menos mal que todavía hay quien pelea por restablecer la racionalidad en el discurso pedagógico. Javier Orrico aclara por qué internet no es fuente de conocimiento y José Sánchez Tortosa da en la diana cuando explica que la transmisión de conocimiento ha quedado subordinada a todo lo pedagógico y psicológico.
No puedo resistirme a transcribir esta reflexión de Enrique Javier Díez: si un marciano viniera de Marte, vería que la escuela, en muchas cosas, sigue anclada en el modelo de la era industrial. En mi facultad hemos cambiado la distribución de la clase y la hemos convertido en un círculo para que todo el mundo pueda actuar. No podemos seguir con ese modelo de bancos puestos en fila en el que el alumno sólo ve la nuca del de delante. La creatividad y la innovación son lo que permiten avanzar al ser humano. Y el esfuerzo es necesario, claro, pero estamos en contra de obligar a los estudiantes a hacer un esfuerzo inútil. En mi época memorizábamos un montón de cosas, las vomitábamos en los exámenes y las olvidábamos.
Y luego dicen que caricaturizamos...
Termino haciendo referencia al según mi punto de vista poco atinado titular del artículo:
Guerra en la escuela: autoridad y conocimientos frente a creatividad y habilidades.
El titular que me habría gustado leer es este:
Discutamos sobre educación. No es posible el fomento de la creatividad ni el desarrollo de habilidades sin autoridad y conocimientos.
Por lo demás, no puedo sino alegrarme por tres motivos:
Primero, se discute sobre educación desde perspectivas diferentes.
Segundo, El Mundo, en su portada y en el reportaje, hace referencia a dos libros escritos desde la disidencia: el de mi admirado Ricardo Moreno Castillo y el mío.
Tercero, el editorial del periódico expresa con rotundidad que el modelo educativo debe fundamentarse el esfuerzo y los conocimientos, además de hablar de disciplina, exigencia y autoridad.
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