Una de las mayores fuentes de insatisfacción profesional viene dada por las discrepancias entre nuestras creencias educativas y aquello que nos vemos en el deber de hacer a diario arrastradas por las circunstancias de la realidad en la que trabajamos.
Esto mismo es lo que pensamos hoy cuando vimos el
Protocolo de absentismo publicado por la consejería. No es que no le demos la razón o que no le veamos utilidad, pero nos produce una honda tristeza que tengamos que llegar a esto.
A pesar de que en dicho protocolo no se cita la educación infantil, hay centros en los que se aplicará debido a la transferencia de los niveles superiores (caso de los CEIP y CPI), en otros porque se encuentran con problemáticas similares, y en otros porque siempre hay gente más papista que el Papa y no quieren ser menos.
Vayamos por partes y centrémonos en esta nuestra etapa y focalicemos la atención en lo mejor para los niños y niñas.
De nuestros inicios profesionales en escuelas unitarias o en centros pequeños recordamos aquella cercanía con las familias, cuando por las mañanas nos entregaban en mano a sus hijos e hijas, haciéndonos algún pequeño comentario sobre el niño/a, disculpando una ausencia o explicando un retraso. Por aquel entonces los pequeños entraban a las diez de la mañana y venían de su casa, los recogían a la una de la tarde de comer y luego teníamos la sesión de tarde de tres la cinco, en la que se volvía a repetir aquel ritual de comunicaciones breves pero continuas. Visto con la distancia del tiempo nos parece la situación ideal. Era, como luego pudimos conocer, como en las escuelas italianas, en las que aún en los centros grandes cada aula tiene un acceso al exterior por la que los padres/madres llevan los niños/as junto a su tutora, un horario de entrada flexible hasta las diez de la mañana. Llegadas serenas, amigables, relajadas, sin prisa, y aun así había tiempo para todo. Aquí todo cambió con la jornada única, con los madrugones, las broncas con las familias por los retrasos, controles, justificaciones de faltas, etc, las presiones laborales de los progenitores, los programas de apertura de centros, las actividades extraescolares…, en definitiva, todo mudó con la reconversión de las escuelas infantiles en centros de día para menores. Se rompió el día en el que la escuela en lugar de pensar en el bien de las criaturas se puso al servicio de los intereses adultos de los padres/madres, de los docentes y de la administración.
Hoy en día trabajamos en macrocentros de cuatro o cinco líneas de infantil, con horarios de servicio desde las 7:30 a 21:00. Muchos niños/as ya están dentro cuando nosotras llegamos, otros vienen en bus y otros deben entrar en un espacio de diez minutos, de lo contrario tienen que esperar hasta el siguiente cambio de hora, ya que, un único conserje no puede andar acarreando niños para sus aulas. Tenemos que controlar quién los trae y sobre todo, que quien los recoge esté autorizado por los padres/tutores (contrastando DNI); tenemos que saber de la adjudicación de turnos de padres separados; tenemos que pedir justificación de faltas, de retrasos; tenemos que registrar ausencias (horas, días) en el XADE y llegamos a debatir si se evalúa o no a un alumno/a en función de si superó el 10% de faltas de asistencia (recordando que esta es una medida que sólo está establecida para la enseñanza obligatoria).
Lo peor es que somos conscientes de las razones que nos condujeron a esto y, en muchos casos, tenemos que aceptarlo a pesar de que no se parece en nada a nuestra idea de lo que es una escuela infantil 3-6. Entendemos que para algunas familias la escuela es un lugar seguro donde dejar los hijos/as tantas horas como ellas precisan para trabajar, pero no sólo cuando les conviene que no queden en la casa. Entendemos que debemos extremar precauciones debido a los conflictos existentes entre algunos progenitores separados, así debemos llevar control de si el niño/a asiste o no al centro; al igual que cuando los padres/madres delegan la responsabilidad de los niños en otras personas. Entendemos que a pesar de ser infantil un tramo voluntario, desde el momento en el que los padres optan por escolarizar a su hijo/a tiene que ser con todas las consecuencias, aprovechando así los recursos que se ponen a su servicio (máxime cuando otros quedan privados de los mismos). Entendemos que el absentismo constante pode ocultar situaciones no gratas para los niños (desatención, desamparo), motivo por el que es preciso hacer un seguimiento de las faltas. Entendemos, entendemos …
Lo entendemos casi todo, pero no comprendemos cómo es que la escuela infantil y las docentes tenemos que adoptar estas funciones pervirtiendo lo que le es propio, la atención educativa de los niños y de las niñas. Incluso llegamos a preguntarnos si lo de convertirnos en figuras de autoridad no tendrá nada que ver con hacernos agentes judiciales.
¿Tiene sentido a día de hoy reivindicar escuelas respetuosas con la infancia?
Tenemos nuestra conciencia profesional partida. En breve ya no sabremos bien cuál es nuestra función en la sociedad. No sabemos con certeza si hacer lo que debemos o lo que tenemos que hacer.
Nos están conduciendo, nos conducimos o nos dejamos conducir, pero la verdad es que estamos yendo hacia donde no queremos.
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