"Happy children", Paul Barthel, tomado de Children in art history
Hoy recibimos la visita de una compañera que estuvo con nosotras varios años como provisional en el centro. En este curso le dieron el definitivo en una unitaria de la zona. Cuando marchó se lamentaba porque estaba acostumbrada a esta escuela, le gustaba el ambiente y no conocía otra cosa. Al incorporarse a su nuevo destino nos echaba de menos. Ahora ya no es así. La encontramos feliz, nos hablaba del cambio, de estar en un centro con 325 niños/as a uno con 11; de estar condicionada por los horarios que tenemos que seguir aquí por mantener una organización operativa a dejarse llevar por el tiempo de los niños; de las problemáticas sociales de las familias a la la serenidad que se respira en una unitaria de aldea; de la desasistencia en la que viven algunos de los niños de aquí a la integración en la vida familiar cotidiana de sus actuales alumnos. Nos habló de la noche y del día. Incluso sentimos una envidia profesional por su actual situación. Pensamos que ahora tiene una vivencia ajustada de lo que se idealiza como lo que es ser maestra de infantil. Nos alegramos por ella. Alguna vez en la vida profesional hay que tener esa percepción de la escuela y de la profesión.
Siempre digo que para resistir en ambientes como el nuestro hay que estar muy acostumbrado. No es fácil de soportar. Incluso se pierde la noción de la normalidad. Las que aquí estamos, por lo general, pasamos todas con anterioridad por escuelas más pequeñas y de menos difícil desempeño. Eso creo que es lo que nos ayuda, echando mano de la veteranía frente a todo lo que día a día nos supera por desconocido, recordando de vez en cuando con nostalgia lo que es una escuela infantil "de las de libro" de esas con las que soñábamos cuando estudiábamos para ser maestras.
Con todo y desde nuestra experiencia, le rogamos a los responsables educativos que no construyan macrocentros. No se engañen, pueden ser fantásticos en su diseño arquitectónico, ser todo lo funcionales que quieran, estar dotados con los últimos avances, cumplir todos los requisitos de seguridad, pero no dejan de ser almacenes de niños/as. Cierto que no sólo es culpa de la administración educativa; las familias también tienen su responsabilidad, pues muchas prefieren llevar los hijos a grandes centros donde disfrutan de todo tipo de servicios con horarios de apertura de 12 o 14 horas todos los días del año excepto los fines de semana. En eso y en las actividades que se ofertan parece estribar, para ellos, la calidad de un centro, lo que conduce la que se cierren unitarias próximas por falta de matrícula.
Están todos engañados. La calidad de la escuela infantil se mide por la serenidad de su vida diaria. Y un centro que pasa de 6 unidades ya requiere de una organización de tiempos, de espacios y de personal que hace perder la esencia de escuela infantil en la que niños y niñas pueden vivir una infancia tranquila, plena y satisfactoria.
Nota: para quien se pregunte por qué no pedimos el traslado, una de las respuestas puede ser que nos suponen un desafío profesional conciliar nuestras concepciones en la situación actual, resistiéndonos a dejarnos llevar por las inercias a las que nos conduce la masificación de alumnado y de unidades.
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