UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 25 Jan 2015 02:03 AM PST
A Alfonso Domenech
Michel Eyquem de Montaigne fue un escritor, humanista y político del Renacimiento francés. Con su libro Ensayos definió este género literario para la modernidad y lo refundó como un espacio de pensamiento, de libertad intelectual, de introspección sincera y profunda en la naturaleza del hombre y de uno mismo. Escribe Montaigne «Quiero que se me vea en mi forma simple, natural y ordinaria, sin contención ni artificio, pues yo soy el objeto de mi libro».Sus Ensayos son una combinación de crónica, de relato, de pensamiento, de poesía; aderezados con numerosas citas clásicas de los grandes escritores de la Antigüedad: Horacio, Virgilio, Cátulo, Cicerón, Juvenal… El dominio de esas obras no era causal, el padre de Montaigne prohibió a los criados que le hablaran y contrató un profesor alemán que no supiera francés; eso hizo que su primera lengua, quizá por primera vez en diez siglos, fuese el latín. Los ensayos de Montaigne han sido un refugio durante siglos para aquellos que buscan una vida interior, que proponen una mirada crítica a la religión, la ciencia y la cultura, un reducto de lo mejor del humanismo. El capítulo XXVII de los Ensayos, uno de mis favoritos, se titula De la Amistad. Muchos animales son sociales pero muy pocas especies tienen eso que llamamos amistad. Lo muestran más o menos claro los primates, cetáceos y elefantes —los tres grupos con los cerebros más grandes— y también algunos caballos y algunos camélidos. Todos ellos viven en grupos estables con una intensa interrelación pero al contrario que los rebaños de ciervos u ovejas, más igualitarios o más amorfos, hay aquí un escalafón, grados de socialización, niveles de amistad. Hay una peña general, de unos 25-50 individuos, que son con los que se sienten del mismo grupo, se defienden de los mismos enemigos, comparten un territorio; luego hay otra esfera, quizá unos 10-15, que son con los que van a buscar comida, se sienten cómodos y valoran la habilidad o el buen humor de su compañero. Finalmente, hay un núcleo central, quizá de unos 5 individuos, que son los que se acercan cuando las cosas se ponen tiesas, a los que les interesa tu supervivencia tanto como la suya propia, los «amigos de verdad». Ello no obstante, el grupo humano medio es más numeroso que esos 50 animales que forman las poblaciones de babuinos o de macacos. Se aproxima a unos 150, el famoso número de Dunbar, que define el número de personas con las que mantenemos un contacto frecuente y que encaja en muchas de las organizaciones sociales típicas de los humanos. La amistad debe ser cultivada y eso requiere tiempo y pequeños refuerzos. En los simios se logra con ese contacto físico en el cual se rascan unos a otros y se despiojan. Nosotros lo hacemos de forma más sutil, pero entre los amigos es frecuente el contacto, cogerse del brazo, pequeños golpes, cortos abrazos. Seas un mono, un delfín o un ser humano, la amistad es una inversión rentable, ya que es un componente fundamental de la felicidad. Como sospechamos, lo importante es la calidad de esa amistad y no la cantidad. Cuando el grupo aumenta de tamaño, hay que dedicar más tiempo a despiojar y rascar, pero esa actividad se concentra en un número muy reducido de colegas: es mejor contar con pocos amigos buenos, que si es necesario acudan en tu ayuda, a tener muchos seudoamigos que salgan corriendo a la menor dificultad. La amistad se basa en esta distinción y detectar estos vínculos, saber quién es amigo de quién, es una habilidad fundamental en cualquier red social, en particular en grupos heterogéneos. Es algo de lo que se encargan los lóbulos frontales del cerebro, el lugar donde se sopesan las relaciones sociales. En 1985 SOS Racisme inventó un eslogan que luego se convertiría en su lema oficial: «Touche pas à mon pote». «No toques a mi amigo», un mensaje que triunfó en los institutos donde los estudiantes de origen europeo se pusieron del lado de sus compañeros de origen magrebí. El mensaje es muy sencillo: tus actos tendrán consecuencias: si te metes con mi amigo, te las verás conmigo. En lo que se ha llamado la hipótesis del cerebro social, relaciones complejas de amistad requieren cerebros más grandes o los cerebros más grandes permiten que surjan, cada vez con más fuerza, patrones de amistad. Curiosamente no hace referencia solo a las especies sino también a los individuos. Los estudios de neuroimagen, tanto en macacos como en humanos, muestran que a mayor número de amigos más tamaño de los lóbulos frontales. Las relaciones sociales se basan en una dedicación constante e intensa: todos los animales con amigos dedican tiempo a tocarse mutuamente, a hacer cosas juntos, un esfuerzo que consume una buena parte de la jornada. Entonces, ¿cómo conseguimos nosotros atender a tanta gente, a ese grupo que alcanza las 150 personas? Primitivamente mediante tres mecanismos: reír, cantar y bailar. Curiosamente, la mejor herramienta para predecir si establecerás una amistad con una persona que acabas de conocer es si os gusta la misma música. Reír, cantar y bailar son actividades que hacemos normalmente en pequeños grupos, por lo que estamos cimentando simultáneamente una relación con varias personas y, desde luego, es más divertido que rebuscar piojos y comérnoslos como hacen los chimpancés. La llegada del lenguaje mejoró aún más las cosas: podíamos generar las situaciones que nos hagan reír (alguien que sea bueno contando chistes) y las letras de las canciones añaden una nueva dimensión emocional al baile y el canto. El lenguaje también posibilitó el desarrollo de las leyes, los mitos religiosos, la literatura, que permitieron a su vez que los grupos tribales adquirieran una dimensión superior y se formaran super-grupos (nacionalidades, religiones, hablantes del mismo idioma, miembros de la misma cultura…) La amistad es una parte fundamental de nuestro bienestar. Los amigos tienen un impacto potente en nuestra salud, nuestra situación económica y nuestro disfrute emocional. Las personas sin amigos tienen un 50% más de probabilidades de morir en un período determinado que aquellos con fuertes vínculos de amistad. Se calcula que la carencia de lazos sociales es tan mala para la salud como el beber o el fumar, genera experiencias que se parecen al dolor físico, aumenta los niveles de estrés y provoca una mayor vulnerabilidad a las enfermedades. Por eso, la evolución ha primado a las personas sociales, a los que establecen vínculos de amistad. Para ello utiliza nuestro sistema de recompensa, tener amigos nos proporciona placer, nos sentimos bien cuando estamos con en su compañía y vivimos el tiempo pasado con ellos como algo tan importante, necesario y divertido como comer, beber o nuestra relación de pareja. La oxitocina, la misma hormona que se libera en el orgasmo o cuando la madre da de mamar a su bebé, se vierte a la sangre cuando dos amigos se abrazan, se tocan ligeramente, se cogen para hacerse una foto juntos. La oxitocina genera también lo que se llaman decisiones prosociales: aumenta la generosidad y refuerza la confianza. Un aspecto fundamental de la amistad está basado en la llamada lateoría de la mente: nuestra capacidad mental para ponernos en el lugar de otro, de entender de una forma casi instantánea cómo se siente, lo que está pasando por su cabeza. Las personas con trastornos del espectro autista tienen dificultades con la teoría de la mente y eso les dificulta hacer amigos o mantener una amistad. Aún con estas ideas generales, cada uno somos distintos y es evidente que hay personas que mantienen redes más amplias o intensas de amistad mientras que otros aseguran sentirse especialmente bien cuando están solos. La razón parece ser, como casi siempre, una mezcla de factores biológicos -algunos estudios señalan que los solitarios tienen más pequeña la amígdala, la región cerebral que se encarga de la memoria emocional- y culturales – los miembros de familias numerosas tiene menos amigos sin lazos de sangre que los que tienen familias menos extensas, lo que sugiere que en aquellos, el papel de los amigos lo realizan también hermanos o primos. Hay asimismo diferencias entre hombres y mujeres: en ellas es más común tener una mejor amiga, mientras que en los hombres es más habitual un pequeño grupo muy unido. Además, las mujeres valoran una amistad en función de su nivel de conexión emocional mientras que en el caso de los hombres pesa más la cantidad de tiempo que pasan juntos y el tiempo que hace que se conocen. Michael de Montaigne tuvo una amistad inconmensurable con Étienne de La Boétie. De hecho, De la Amistad es en gran medida un homenaje a él. Los dos se tratan de «hermanos» y consideran a la amistad «nombre sagrado, cosa santa». Cuando se conocen son jóvenes, cultos, sensibles, pletóricos de sentimientos caballerescos y comparten la filiación con los clásicos, el compromiso político, el amor por la escritura y la lectura. Cuando Montaigne recuerda el final de su amigo, víctima a los 33 años de la peste, escribe: «Con recomendación amorosa dejó dispuesto en su testamento que yo fuera el heredero de sus papeles y biblioteca. Yo le vi morir.» Para Montaigne su vida está mutilada tras la temprana muerte de Étienne: «desde el día que le perdí […] no hago sino errar y languidecer». Para muchos estudiosos de la vida y la obra de aquel, su retiro en la torre del castillo familiar se debió en gran medida a la pérdida irreparable de La Boétie. Montaigne vive aquella amistad como algo singular, que solo les pasó a ellos: «Tantas circunstancias precisan para fundar una amistad como la nuestra, que no es peregrina que se vea una sola cada tres siglos» y el ensayo contiene —y con esto termino— uno de los lamentos más cálidos y desgarradores a la pérdida de un amigo:
…si comparo, digo, toda mi vida con los cuatro años que me fue dado disfrutar de la dulce compañía y sociedad de La Boétie, el otro tiempo de mi existencia no es más que humo, y noche pesada y tenebrosa. Desde el día en que la perdí,
¡Día fatal que debo llorar, que debo honrar toda mi vida, puesto que tal ha sido, oh dioses inmortales, vuestra suprema voluntad! (Virgilio Eneida, V, 49)
no hago más que arrastrarme lánguidamente; los placeres mismos que se me ofrecen, en lugar de consolarme, redoblan el sentimiento de su pérdida; como lo compartíamos todo, me parece que yo le robo la parte que le correspondía.
Y yo creo que ningún placer debe serme lícito ahora que ya no existe aquel con quien todo lo compartía. (Terencio, Heautont, act. I, esc. 1, v. 97)
Me encontraba yo tan hecho, tan acostumbrado a ser el segundo en todas partes, que se me figura no ser ahora más que la mitad.
Puesto que un destino cruel me ha robado prematuramente esta dulce mitad de mi alma, ¿qué hacer de la otra mitad separada de la que para mí era mucho más cara? El mismo día nos hizo desgraciados a los dos. (Horacio. Od., II, 17, 5.)
No ejecuto ninguna acción ni pasa por mi mente ninguna idea sin que le eche de menos, como hubiera hecho él si lo le hubiese precedido, pues así como me sobrepasaba infinitamente en todo saber y virtud, así me sobrepujaba también en los deberes de la amistad.
Antes me avergüence de mí mismo, que deje de verter lágrimas por un amigo tan entrañable. (Horacio, I, 24, 1.)
¡Oh hermano mío, qué desgracia para mí la de haberte perdido! Tu muerte acabó con todos nuestros placeres. ¡Contigo se disipó toda la dicha que me procuraba tu dulce amistad; contigo toda mi alma está enterrada! ¡Desde que tú no existes he abandonado las musas y todo lo que formaba el encanto de mi vida!… ¿No podré ya hablarte ni oír el timbre de tu voz? ¡Oh, tú que para mí eras más caro que la vida misma!, ¡oh, hermano mío! ¿No podré ya verte más? ¡Al menos me quedará el consuelo de amarte toda mi vida! (Cátulo, LXVIII, 20, LXV, 9.)
Para leer más:
|
You are subscribed to email updates from UniDiversidad. Observaciones y pensamientos. To stop receiving these emails, you may unsubscribe now. | Email delivery powered by Google |
Google Inc., 1600 Amphitheatre Parkway, Mountain View, CA 94043, United States |
Este hombre hace unos artículos maravillosos, quien fuera él
ResponderEliminar