El mundo educativo y, más aún el laissez faire imperante, hace que en muchos casos uno se sienta desdichado. Más que desdichado, triste. Más que triste, preocupado. Sí, hoy en mi cuerpo se mezclan sensaciones demasiado ambivalentes. Sí, hoy estoy contento por la reacción de mis alumnos y, como no, de nuevo triste por la inanición o, lo que es peor, justificación de dicha inanición por parte de los que deberíamos ser los garantes del sistema.
El sistema educativo no necesita buscar enemigos. Bueno, sinceramente, ni tan sólo amigos. Lo que el sistema educativo necesita es un meneo en toda regla. Un despertar de realidades y un pasotismo menos exagerado. Porque lo del pasotismo no se entiende. Y menos aún el justificarlo bajo frases tan manidas como "en qué líos te metes", "así no se hacen las cosas" o "este no es el lugar para exponer determinadas situaciones". Lo odio. Odio el pasota de turno. Odio al que ve el centro educativo sólo como un lugar de trabajo de ocho a dos y media. Pero, sinceramente, me repatea aún más el que se escuda en descalificar lo que uno intenta hacer o propone para no hacer nada y poder dormir tranquilo. Lo siento, a esto no juego.
Ser docente con ganas de cambiar las cosas es estar abocado, más allá de las satisfacciones que siempre te dan los alumnos, a ser una persona desdichada. Son una serie de cuestiones que hacen, día tras día, replantearte la necesidad de seguir proponiendo mejoras (equivocadas o no). Son muchos días de bregar contracorriente en un contexto donde, por diferentes motivos, cada vez hay menos ganas de ir a una y más en llegar a casa. Me faltan las discusiones de nivel. Me falta, más allá de excepciones, el debate en abierto sobre temas controvertidos. Porque la educación es de valientes. Creo, al menos, que habría de serlo.
A diferencia de la política donde lo importante es salir en la foto me da la sensación que, en docencia, la situación es exactamente la opuesta. Lo importante parece que sea el no salir. El que no se note mi presencia. El dejar pasar los años hasta llegar a la jubilación. El no implicarse. El no estar dispuesto a debatir. El... no sé muy bien como decirlo porque no creo que haya ninguna palabra en nuestro diccionario que englobe todo lo anterior.
Mis desdichas son catastróficas (por la frecuencia y el desasosiego que me generan). Por suerte dicha sensación dura lo que un suspiro y, en poco tiempo, vuelvo a estar proponiendo, investigando y, como no, expresando en voz alta lo que pienso. Y pienso mucho. Intento hacer más pero, por diferentes motivos (y no todos achacables al contexto), a veces me quedo corto. Y a pesar de esas desdichas soy feliz. Me gusta mi trabajo. Me encanta entrar por la puerta de mi centro. A pesar de todo, sigo teniendo esperanzas que lo que pasa en los centros educativos vuelva a brillar con la luz que se merece. Sí, toca hacer pedagogía de centro. Seguro que alguno escucha. Seguro que algunos miran hacia otro lado pero, por suerte, las desdichas, por catastróficas que sean, tienen siempre su lado positivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario