Nuestro sistema educativo es tan parecido a un modelo productivo de factoría tradicional que no hay por donde cogerlo. Un modelo cuya base se sustenta en priorizar la globalización del currículum, manteniendo asignaturas (o cambiándoles el nombre) y, como no, potenciando una enseñanza basada en la homogeneización de productos (que, en este caso, serían los alumnos) es algo que no tiene ningún sentido.
Esta semana he estado leyendo un
artículo (del año 2006 pero totalmente extrapolable a fechas actuales) que hablaba acerca del modelo productivo de Toyota. De como General Motors y Ford habían dejado en la calle a más de cuarenta mil empleados en Estados Unidos y como, Toyota, mediante un modelo productivo basado en el análisis de errores y continua actualización del modelo productivo, aumentaba sus beneficios. Sí, el modelo tradicional de producción de automóviles en esos años se estrelló frente a modelos más flexibles y, como no, adaptables a las realidades siempre cambiantes.
Entonces, uno se plantea, ¿por qué no hacemos lo mismo en el ámbito educativo? ¿Por qué no, en lugar de mantener estrategias y sistemas educativos rígidos que se dejan al albur de los docentes, no se plantea un análisis de problemas? Porque el problema no es que haya el 30% de abandono escolar, el problema es que nuestro sistema educativo tiene fallos estructurales de calado a los que nadie quiere meter mano. Y quizás convendría parar un tiempo la producción educativa. Sí, hablo en ese lenguaje industrial que tanto gusta a los que mandan. La fábrica tiene muchos problemas y hay trabajadores que tienen ideas... ¿qué cuesta escucharles?
El sistema educativo no ha experimentado ningún cambio desde que yo estudiaba. Ahora, desde la docencia, veo que los timbres marcan los inicios y finales de la producción, los libros de texto mayoritariamente los manuales de instrucciones, la tecnología el robot cuya utilidad es realizar una única función prediseñada y, como no, los encargados de los centros educativos planteando el modelo de producción en cada vez más tablas de Excel y menos en relación con nombres y apellidos.
Un sistema eficiente reconoce sus errores. Un sistema eficiente reduce la carga burocrática del sistema. Un sistema eficiente es aquel que permite incorporar las ideas de sus trabajadores. Un sistema eficiente es aquel que, más allá del modelo de producción, consigue satisfacer a más clientes con un producto de calidad. Y un producto de calidad es caro de fabricar. Caro porque debe estar sometido a continuos ensayos de prueba-error. Caro, porque exige contar con los mejores profesionales. Caro, porque no tiene modelos fijos y se dedica a solucionar los problemas, cueste lo que cueste, antes de que surjan.
¿Qué tal si primero nos dedicamos a analizar los problemas y a proponer soluciones? Porque de problemas hay muchos y la solución no pasa por articulados legislativos, distribución de asignaturas, tecnología educativa o actuaciones individuales. Quizás podemos parar un poco la línea de producción para mejorar nuestro modelo productivo.
Por cierto, no me gusta nada hablar del sistema educativo como si de una factoría se tratase (porque hay parámetros bastante más difíciles de medir) pero, si conviene jugar al juego que plantean las administraciones educativas, conviene jugar con sus fichas.
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