UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 11 Feb 2015 12:00 AM PST
El guerrero más famoso de la batalla de Maratón es sin duda Filípides, el famoso corredor que inmortalizó la distancia de 42,195 kilómetros que da nombre a la prueba atlética más dura, la gran carrera de resistencia que nunca se celebró en la antigüedad pero es la competición más épica de las olimpiadas modernas.
La leyenda cuenta que el rey persa Darío I, lleno de ira porque los atenienses no solo habían rechazado someterse a su poder sino que además habían asesinado a sus emisarios, les anunció que tras destruirles en el campo de batalla, saquearía la ciudad e inmolaría salvajemente a sus esposas e hijos. Lanzó una flecha al cielo pidiendo a Zeus que le concediera la venganza sobre los atenienses y encargó a uno de sus criados que cada día, antes de cenar, le dijera tres veces «Señor, recuerda a los atenienses» para mantener vivo su odio. La flota persa atacó y conquistó las islas cícladas y luego asedió y conquistó Eretria poniendo rumbo a continuación hacia su último objetivo, Atenas, desembarcando el ejército cerca de la llanura de Maratón. El ejército ateniense, reforzado por un pequeño contingente de plateos pero muy inferior en número, partió al encuentro de las tropas del rey aqueménida. Los griegos, afrontando lo que los dioses les depararan, pactaron con sus mujeres que si después de 24 horas de la batalla, coincidiendo con la puesta de sol, no habían sabido de su victoria, significaría que los persas habían vencido y serían ellas las que primero matarían a los niños y se suicidarían después. El problema fue —y los griegos crearon la literatura occidental y sabían generar suspense y contar historias— que la batalla de Maratón fue mucho más larga de lo previsto —de hecho las batallas de los hoplitas solían durar minutos y aquella no empezaba nunca— y aunque las falanges atenienses aplastaron a la infantería persa usando una maniobra de tenaza, cuando la batalla terminó y el ejército asiático se retiró derrotado a sus naves, el plazo indicado a las mujeres de Atenas estaba peligrosamente próximo y podrían perderlo todo después de haber ganado. La historia conocida por todos es que el general de los atenienses, Milcíades el Joven, uno de los diez strategos que dirigieron las tropas y al que se le concedió el sobrenombre de Maratonómaco por su éxito en la batalla, pidió a uno de sus soldados, Filípides, que llevaba dos días combatiendo, que corriera a avisar a la ciudad antes de que la alegría de la victoria se tornase en una desdicha inenarrable, lo que aún llamamos en esta época de primas de riesgo y defaults una tragedia griega. Filípides, agotado probablemente ya antes de partir, corrió más allá de sus fuerzas y cuando llegó ante los ancianos y las mujeres, cayó exhausto y antes de morir sólo pudo decir una palabra «νίκη» —Níki— «victoria». De esta historia y esta palabra surgió la marca de una las empresas de zapatillas y artículos deportivos más potentes del mundo: Nike, una marca que ella sola se calcula que vale más de 10.000 millones de dólares. Casi todo lo que sabemos de las Guerras Médicas en la que tuvo lugar la batalla de Maratón es gracias a Heródoto. El historiador griego describe los acontecimientos en el volumen VI de su Historia. Busca preservar la memoria de aquellos acontecimientos que fueron tan fundamentales en el nacimiento de la identidad griega, y por extensión en una Europa tal como la conocemos, diga lo que diga la señora Merkel y las agencias de calificación. Heródoto cuenta una historia distinta de Filípides, de la que luego hablaré, y habla también de otro soldado que combatió en Maratón y es el que me interesa ahora. Se llamaba Epizelos y su particularidad la cuenta el llamado padre de la historia en el párrafo 117 de su obra:
En la batalla de Maratón hubo una matanza de bárbaros de cerca de seis mil cuatrocientos hombres y de los atenienses, ciento noventa y dos. Así fue el número que cayó en ambos bandos; y también pasó allí una cosa asombrosa única en su caso, un ateniense, Epizelos, el hijo de Cuphagoras, mientras luchaba cuerpo a cuerpo y mostraba ser un hombre valiente, perdió la vista de sus ojos, sin recibir golpe en ninguna parte de su cuerpo ni habiendo sido alcanzado por ningún objeto y por el resto de su vida desde ese momento continuó estando ciego: y me informaron que él solía contar sobre lo que le pasó un relato de esta naturaleza, que un hombre alto completamente cubierto de armadura se puso delante de él, que tenía una barba que cubría su escudo, y que esta aparición pasó a su lado pero mató al camarada que estaba junto a él. Así, según me informaron, era como Epizelos contaba la historia.
El caso de Epizelos ha sido considerado durante décadas el primer ejemplo registrado en la historia de un trastorno de conversión o trastorno disociativo. Es un trastorno psiquiátrico —así lo califica el DSM-V, la llamada biblia del psiquiatra— cuyos síntomas afectan al comportamiento. Se denomina una conversión porque el paciente convierte el conflicto psicológico, el miedo a la muerte en el caso de Epizelos, en un trastorno físico. Los más característicos son los que tienen una conversión motora, el paciente queda incapacitado de mover alguna parte del cuerpo, o sensorial, alguno de sus sentidos no funciona de forma normal como en el caso del guerrero ateniense. Algunas características del trastorno de conversión son las siguientes:
Este trastorno mental fue ampliamente diagnosticado a finales del siglo XIX y se consideraba un problema mayoritario de las mujeres, se supone que por estar más oprimidas y reprimidas que los hombres. De hecho se llamó histeria, un término que también proviene del griego, de "Hystéra", palabra que significa útero. Fue estudiada por Jean-Martin Charcot, Pierre Janet y Sigmund Freud quienes establecieron que se trataba de un trastorno real y no, como se consideraba hasta entonces, un caso de simulación, fingimiento o querer llamar la atención. El trastorno de conversión tiene el dudoso privilegio entre las enfermedades psiquiátricas de seguir siendo explicado mediante mecanismos freudianos: la carga emocional de las experiencias dolorosos es reprimida conscientemente como forma de controlar el dolor pero esta represión genera la conversión a los síntomas neurológicos. Freud añadió también, marca de la casa, que las experiencias reprimidas podían ser de índole sexual. La versión de la hazaña de Filípides que nos da Heródoto es aún más heroica y atléticamente mucho más exigente. Según él, Filípides no hizo el trayecto de Maratón a Atenas sino que fue enviado desde Atenas a Esparta, corriendo 246 km, para pedir ayuda militar para repeler la invasión de los persas. El problema es que los espartanos estaban en un período sagrado denominado la Carnela en el que no podían combatir. En principio, los atenienses dejaron pasar los días en Maratón porque cada uno que pasaba implicaba estar más cerca de la posible llegada de los refuerzos espartanos pero en un momento determinado parece que los persas embarcaron a su caballería, probablemente con la idea de dejar allí bloqueado al ejército ateniense y atacar su ciudad desguarnecida. Los generales griegos, que consideraban a la caballería enemiga su principal desventaja, decidieron que era su oportunidad y atacaron súbitamente sobre las líneas aqueménidas, destruyendo sus flancos y cerrándose sobre la zona central donde estaban las mejores tropas. Aunque los hoplitas atenienses persiguieron al ejército persa en su retirada y organizaron una auténtica masacre, muchos enemigos subieron a los barcos. Kynegeiros, hermano de Esquilo e hijo de Euphorion fue uno de los que intentó evitar que los barcos persas se hicieran al mar, agarrando la popa de uno de ellos con la mano. Cuando su mano derecha fue cortada con un hacha, Kynegeiros lo sujetó con su mano izquierda. Cuándo esta también fue cortada, según Justino, el bravo ateniense sujetó el barco con los dientes. No parece fácil de creer, pues también dicen que peleó con los dientes, pero nunca la literatura ha permitido que la verdad le estropee una buena historia. En total los atenienses capturaron siete barcos persas pero los demás zarparon hacia Atenas. Eso forzó una nueva maratón masiva, los soldados griegos, recién terminado el combate, corrieron hasta Atenas para defender su ciudad. Cuando los persas desembarcaron y se encontraron la nueva proeza de los atenienses, que estaban allí esperándoles, abandonaron sus intentos de conquista y Grecia ya fue para siempre parte fundamental de Europa. Pero volvamos a Filípides y su carrera de 246 km.Heródoto escribió «En ocasión de la que hablamos cuando Filípides fue enviado por los generales atenienses, y, según su propio relato, vio a Pan en su viaje, llegó a Esparta en el día siguiente después de dejar la ciudad de Atenas». En 1982, oficiales británicos decidieron verificar si esa historia de que Filípides llegó a Esparta al día siguiente era plausible. Tres de ellos lo lograron en treinta y tantas horas. El año siguiente, un grupo de atletas británicos, griegos y de otros países organizó el espartatlón, un ultramaratón de esa distancia, 246 km. El primer ganador fue el griego Yánnis Koúros que empleó 21 horas y 53 minutos y mantiene todavía el récord de la carrera. La maratón tal como la conocemos la inventó el académico Michel Bréal, amigo de Pierre de Coubertin, para las pruebas de los Juegos Olímpicos de Atenas de 1896, los primeros de la era moderna. Su distancia fue variable en las primeras olimpiadas hasta que quedó fijada en 42.195 metros en la por la Federación Internacional de Atletismo (IAFF) en mayo de 1921. La maratón, una prueba que los que la han corrido dicen que el dolor es temporal, el orgullo es para siempre. Para leer más:
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