Esta semana en mi centro educativo hemos tenido Juntas de Evaluación. Sí, esas reuniones en las que nos dedicamos a calificar a los alumnos y comentamos la evolución de los mismos. Unas Juntas que, después de años en la profesión, cada vez veo más innecesarias. Bueno, más que innecesarias, las veo como poco efectivas si lo que se pretende es mejorar el aprendizaje de nuestros alumnos. Una fotografía muy puntual llena de insuficientes, aprobados, bienes, notables y excelentes que se verán reflejados en un boletín de notas que, tal vez, no refleje la realidad de nuestros alumnos.
No es sólo el tema de las Juntas de Evaluación ni el relleno de actas. Es todo el modelo de evaluación. Sé que no lo estamos haciendo del todo bien porque, por mucho que intentemos ser lo más objetivos posible, las calificaciones de un alumno van a depender de tantos parámetros subjetivos que, al final, no tengo muy claro qué van a significar las mismas. Incluso ayer una alumna me preguntó por qué no la aprobaban si íbamos a cobrar igual y no tuve demasiado claro cómo justificar el modelo de notas para reflejar su aprendizaje real. No lo sé. Quizás se deba a mi incompetencia de justificar cada vez más lo que me rodea en mi labor profesional. Me cuesta justificar mis calificaciones para intentar ser justo con mis alumnos. Me cuesta valorar mediante notas numéricas. Me hastía no poder realizar otro tipo de evaluación por tener un marco legal -o más bien tradicional- que me impide hacerlo. Ni evaluaciones objetivas, ni rúbricas, ni nada que se le parezca. Quizás mezcla de intuición y observación basado en la experiencia. No lo sé.
El problema que veo ahora es la pérdida de sentido de la proporcionalidad de muchos con el tema de la evaluación. Entre los defensores a ultranza de más sistemas de control (léase pruebas estandarizadas) y los que defienden la abolición de la evaluación creo que hay un margen importante para el sentido común. Un sentido común que debería primar la observación personalizada del alumno y su correcta evaluación. Una evaluación que, quizás no deba convertirse en un proceso de selección y, más bien en un estímulo de mejora. Ya sé que pido imposibles pero, por pedir que no quede. Evaluaciones abiertas potenciando lo que falla e incorporando más personalización a la evaluación. Porque no todos los cincos son iguales por mucho que algunos quieran verlo así. No todos los alumnos deben ser brillantes en ciencias o en la generación del 27. Quizás convendría ir adecuando las estrategias de evaluación a conseguir que nuestros alumnos fueran competentes para la vida. Y la competencia para la vida (tanto personal como profesional) tiene muy poco que ver con boletines de nota uniformes y atenciones a la diversidad que sólo inciden en bajar los niveles para conseguir aprobarles. Aprender no es un camino de rosas y a veces exige esfuerzo. Y el esfuerzo, mal nos pese, no provoca felicidad. Porque, eliminar las evaluaciones para conseguir alumnos felices es tan nocivo como plantear el sistema educativo como una carrera de obstáculos mediante pruebas cada vez más estandarizadas y habituales.
Yo sigo preguntándome a día de hoy, ¿nos estamos pasando de frenada con la evaluación? O, ¿tan sólo es una apreciación personal muy subjetiva de alguien que, esta semana, ha acabado agotado después de unas Juntas de Evaluación con calificaciones que no entiende? Evaluar sí pero, ¿es necesario tanto y de esta manera?
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