Quien no reflexiona es un animal con ropa. Vivir sin reflexionar es peligroso, sin embargo las escuelas en la actualidad, no preparan a las nuevas generaciones en habilidades reflexivas ni en toma de decisiones lúcidas. Como explicamos la existencia de tanta inteligencia durante la niñez y tanta estupidez en el mundo adulto? ¿Son las escuelas espacios abiertos donde se fomenta la creatividad, el autoconocimiento, la solidaridad y el aprendizaje de la vida? ¿No será que las escuelas de la actualidad, terminan matando la creatividad, la curiosidad, la rebeldía y las mismas ganas de aprender y en su reemplazo transmite contenidos inservibles, mientras actúan como aparcamiento de niños, rigurosamente vigilados para que no se escapen? No es casual que muchos niños se enferman cuando terminan las vacaciones.
¿Donde aprenden nuestros niños a ser individualistas, a competir ferozmente con el prójimo, a callar y obedecer, a ser inseguros y dependientes, donde aprenden a sufrir y complicarse, en definitiva a ser infelices? ¿No será que docentes infelices dan mal ejemplo a los niños que luego creen que la felicidad es imposible? ¿No será que las metodologías carentes de amor, fabrican seres incapaces de amar? ¿Que luego se gradúan de drogadictos? Los niños son grandes investigadores espontáneos hasta que van a la escuela.
Mamá- preguntaba un niño a su madre mirando un manicomio- ¿donde se estudia para ser loco? el silencio de ella dijo tantas cosas. Cuando decimos algo distinto a lo que pensamos y vivimos en otra dirección, terminamos confundidos y confundiendo a cualquiera. La mejor escuela es aquella que enseña a vivir, es decir a soñar y reinventar el mundo a tiempo de ir construyendo identidades auténticas que les habiliten para asumir los desafíos que habitar este tiempo.
Quizá tenemos como familias que dar menos importancia a la escuela y jugar más en casa, a mirar más a los niños desde el corazón, permitir más que los pequeños decidan y dar más ejemplos caseros de felicidad cotidiana. Los padres tenemos que acompañar y dar buen ejemplo y los profesores también, detrás de cada docente, tiene que haber un feliz asalariado, un funcionario, no del Estado sino del amor, quizá lo primero que tienen que aprender los niños, es a renunciar, esa es la mejor vacuna contra el sufrimiento futuro.
La escuela tiene que enfatizar más en las preguntas, potenciar la capacidad de preguntarse, de dudar, de buscar e investigar, las respuestas siempre serán secundarias. Es recomendable el aprendizaje auto dirigido, el énfasis en que cada uno se haga responsable de todo lo que hace y de los efectos colaterales de lo que produce. Ahora podemos preguntarnos, ¿de donde salen los jóvenes desequilibrados que necesitan drogas y alcohol para funcionar?
Escuelas o aparcamientos para niños de manera que los padres puedan cumplir las actividades laborales con las cuales financian los gastos que implica vivir en este tiempo, pero el afecto, imprescindible para los seres vivos, ¿de dónde lo extraemos? También existe una desnutrición afectiva que luego se somatiza y por ejemplo baja la calidad inmunológica del cuerpo y nos predispone para enfermarnos.
Si la escuela no construye seres humanos, ¿dónde nos humanizaremos? Sin embargo con frecuencia me pregunto, or qué la escuela insiste en el aprendizaje de conocimientos inservibles mientras se niega a transformarse a pesar de saber que la vida es movimiento constante. Sin duda necesitamos escuelas para aprender a vivir.
Quizá sea necesario, abolir el monopolio de la educación que detentan las escuelas y extenderla a las calles, a la naturaleza y en especial al hogar, sucursal predilecta de la escuela. Entonces, lo fundamental ya no será la escuela sino la educación y ella se paseara libremente por todo lo ancho de la vida, no olvidemos que las nuevas generaciones son el reflejo de cada sociedad y si ahora están como están, es precisamente porque confundimos escuelas con educación.
En muchos casos será necesario emprender caminatas de desaprendizaje creativo. Es tan saludable olvidar aquello que no contribuye a elevar nuestra calidad e intensidad existencial. Necesitamos verdaderas escuelas para la vida para niños y jóvenes, precisamos escuelas para desaprender para adultos, liberarlos de tantas creencias falsas y hábitos inoportunos, precisamos ayudar a cambiar cosmovisiones y paradigmas y aprender a aprender y recuperar solidaridades y capacidad de soñar y evitar odiosas evaluaciones que nunca son justas ni reflejan nuestra situación integral y abolir el compararse y competir con el otro y dar mas importancia a lo que se siente y aprender a gobernar las emociones y que niños jóvenes y adultos aprendan a ser libres. Solo habrá adultos realizados si de niños fueron felices.
El papel del docente será de motivar e inspirar, de los padres, dar buen ejemplo. Es necesario admitir que somos diferentes y disfrutar de esa diversidad. Todos somos hiperactivos hasta que nos vuelven conformistas.
Mas allá de premios y castigos que huelen a manipulación, enseñemos a disfrutar, si esa capacidad innata ya fue malograda, respetemos el ritmo de los niños y acompañémosles a descubrir el mundo, descartando verdades inmodificables, recordemos que no nacemos humanos, que venimos con la semilla que incluye un inmenso potencial y que al encontrar las condiciones adecuadas, puede crecer y florecer y elevarnos hasta niveles sorprendentes de humanidad.
Desescolaricemos las escuelas y escolaricemos al vida, la educación no se tiene que parecer a una fábrica de una cadena de montaje. Si queremos construir seres humanos, eduquemos para el autogobierno, para la pregunta y la exploración, para el disfrute y la renuncia, para el cambio y la creatividad. Eduquemos para una vida donde solo sobreviven, quienes aprendieron a aprender de todo lo que les pasa y a disfrutar, de todo lo que hacen, siempre que esto se encuentre en coherencia con sus principios y nutrido por sus mejores sueños.
Construyamos niños y adultos con gran capacidad de aprender y convirtamos a la vida toda, en una escuela sin muros y con una material fundamental: aprender a vivir.
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