-
UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 29 Apr 2015 01:18 AM PDT
La guerra de Vietnam duró veinte años, desde el 1 de noviembre de 1955, fecha en la que el gobierno de los Estados Unidos estableció un mando específico para las tropas en Indochina, hasta el 30 de abril de 1975, con la caída de Saigón. Aunque la guerra era teóricamente entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, el primero estuvo apoyado por China, la Unión Soviética y otros países comunistas, y por el Viet Cong, un movimiento comunista survietnamita y guerrillero. Vietnam del Sur, por su parte, tenía un fuerte apoyo militar de Estados Unidos y otros países «capitalistas» de Asia, Oceanía y Europa. Las cifras de vietnamitas muertos, tanto militares como civiles varían entre 800.000 y 3.100.000, a los que hay que sumar entre 200.000 y 300.000 camboyanos, entre 20.000 y 200.000 laosianos y 58.220
norteamericanos. William F. Caveness, un neurólogo veterano de la Guerra de Corea trabajó durante la Guerra de Vietnam como jefe del Laboratorio de Neurología Experimental de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH). Pidió a los hospitales de campaña norteamericanos que le mandaran información sobre los soldados que hubieran sufrido traumatismos craneoencefálicos porque había tratado en Corea soldados que después de una herida en la cabeza sufrían ataques epilépticos (epilepsia postraumática) y quería investigar esta conexión. Caveness preparó un formulario que los cirujanos militares debían rellenar cuando trataran a un soldado herido en la cabeza, anotando fecha, hora y lugar; si llevaba casco cuando fue herido, la localización y extensión de las heridas y su historia clínica (temperatura, pulso, presión arterial; pérdidas de consciencia, vista o habla; respuesta al dolor o a las órdenes que se le dieran; si tenía algún reflejo afectado y un largo etcétera). Aunque uno podría pensar que un cirujano de guerra no estaría por la labor de rellenar papeles, aquellos médicos entendieron la importancia del estudio y los formularios rellenos empezaron a llegar desde los campos de batalla y los hospitales de Vietnam adjuntando datos de soldados lesionados por proyectiles de artillería, por balas, por fragmentos de misiles y por otros tipos de metralla. Los avances en los protocolos de asistencia a los heridos como las evacuaciones en helicóptero que tantas veces hemos visto en las películas o el establecimiento de equipos de neurocirugía cerca del frente hicieron que la supervivencia fuera muy superior a la de conflictos previos con lo que los casos fueron abundantes. Entre 1967 y 1970 Caveness recopiló información sobre unos 2.000 soldados con daño cerebral y al final excluyó los que tenían historias clínicas incompletas y seleccionó 1.221. Fue la puesta en marcha del Estudio de Daños en la Cabeza de Vietnam, una investigación que ya alcanza sus primeros 50 años y que ha permitido ver las consecuencias a corto, medio y largo plazo de los traumatismos craneoencefálicos, ver qué factores influyen en la recuperación y entender más sobre el funcionamiento del cerebro. A lo largo de los años, el estudio ha ido recogiendo más de 20.000 ítems de información de cada participante y más de la mitad de aquellos soldados fueron trasladados a Washington para que Caveness los pudiera examinar directamente. Con los datos recogidos y el seguimiento a posteriori se han publicado más de cien artículos científicos con temas tan diversos como las agresiones patológicas por veteranos con lesiones cerebrales, la base neural de la resolución de problemas sociales o la relación entre los cuidados recibidos por un veterano de guerra y su declive cognitivo. A pesar de su triste origen, el estudio ha sido definido como «un regalo que sigue haciendo regalos». La información sobre las heridas más frecuentes en la cabeza impulsó un rediseño de los cascos y el estudio de las heridas penetrantes cambió su abordaje. Aproximadamente en la mitad de los casos los soldados heridos tenían que someterse a una reconstrucción quirúrgica del cráneo, lo que se llama una cranioplastia. Tomando los datos del estudio se vio que el riesgo de complicaciones tales como infecciones o pérdida de líquido cefalorraquídeo era menor cuando se realizaban más de un año después de sufrir la lesión. El estudio recomendó que los neurocirujanos dejaran pasar ese tiempo para el inicio de los procedimientos de reconstrucción craneal. ¿Y qué pasó con la presencia de epilepsia postraumática, el objetivo inicial de Caveness? Los datos fueron abrumadores: más de la mitad (53%) de los soldados con traumatismo craneoencefálico sufrieron ataques epilépticos posteriormente. También se pudieron identificar cuáles eran los principales factores de riesgo: la extensión de las hemorragias dentro y alrededor del cerebro y la presencia de pequeños fragmentos de metralla que no hubieran sido extraídos durante la operación. También se pudo evaluar el deterioro cognitivo en el corto, medio y largo plazo. Al ingresar en las fuerzas armadas, todo el personal realiza diferentes pruebas (Armed Forces Qualification Test) que incluye varios test de inteligencia. Cuando se hizo el seguimiento a los veteranos, se descubrieron dos aspectos enormemente llamativos:
Las heridas de metralla, aunque son una tragedia para sus víctimas tienen una ventaja para los neurocientíficos: suelen ser limitadas en extensión y localizadas en su distribución. Así se pudieron establecer relaciones entre zonas concretas dañadas y comportamientos específicos. Por ejemplo, los veteranos de Vietnam que habían sufrido heridas en una zona particular del lóbulo frontal (la corteza prefrontal ventromedial) eran más agresivos, tenían menos inteligencia emocional y mostraban unas actitudes estereotípicas sobre los dos sexos (machismo) que otros veteranos con heridas en otras zonas cerebrales que actuaban como grupo control. Ello sugería que esta zona intervenía en el procesamiento cerebral de la conducta social. Finalmente hubo dentro de la tragedia de una lesión cerebral, un hilo de alegría y esperanza: la enorme capacidad plástica del cerebro, la posibilidad de recuperación de funciones mentales incluso tras daños que eran valorados como catastróficos. Uno de los investigadores que trabajaron con estos veteranos comentaba «Si observabas un escáner de uno de ellos y veías la cantidad de tejido cerebral que faltaba, decías ¿Dios mío, tiene que estar en una residencia para incapacitados totales». Y sin embargo, muchos de ellos llevaron vidas relativamente normales, se casaron y formaron familias. La mayoría volvió a trabajar, algunos incluso siguieron en el ejército. Tenían sus discapacidades y déficits pero a través de una combinación de motivación y fuerza de voluntad, y con los cuidados de sus familiares y amigos, la mayoría fueron capaces de reincorporarse a la sociedad. Los ex-soldados participantes, que ahora están en sus sesenta y sus setenta han colaborado en el estudio con una enorme generosidad. Algunos han expresado su intención de donar sus cerebros al morir para proseguir la investigación y su motivación principal ha sido ayudar a otras personas que pasaran en el futuro por lo mismo que ellos han pasado. Es importante porque el traumatismo craneoencefálico sigue siendo un problema actual: es la principal causa de muerte y discapacidad en las personas menores de 35 años —los malditos accidentes de tráfico— y aproximadamente dos tercios de los soldados americanos destinados en Irak y que son trasladados al hospital militar Walter Reed, el principal hospital militar de los Estados Unidos tienen este traumatismo. Es poco conocido pero España también estuvo en la Guerra de Vietnam. En septiembre de 1966, a petición de los Estados Unidos, el gobierno de Franco envió un destacamento médico, la Misión Sanitaria Española. Se hicieron cargo de un viejo hospital en Gò-Công, una pequeña ciudad del delta del Mekong, de unos 30.000 habitantes y situada a 45 kilómetros de Saigón, la actual capital Ho Chi Minh. Los miembros de la misión fueron muy bien valorados por la población local y por los militares sudvietnamitas y norteamericanos. Sus principales tareas eran atender a los civiles de la zona, afectados de enfermedades tropicales como paludismo, amebiasis y fiebres tifoideas, así como tétanos, hepatitis, tuberculosis, lepra y malnutrición infantil. A ello se unían los heridos en accidentes de tráfico, los mutilados y los afectados por explosiones de minas, impactos de metralla y los efectos del napalm, la gasolina gelatinosa utilizada por las fuerzas armadas norteamericanas durante el conflicto. Los militares españoles recibieron varias condecoraciones, la visita del máximo responsable de las tropas norteamericanas en Vietnam, el general William Westmoreland, así como -algo que les hizo más ilusión- de diversos actores y actrices estadounidenses, como Robert Mitchum, Henry Fonda o Jayne Mansfield. En total más de cincuenta médicos y sanitarios pasaron por Vietnam. Uno de ellos era el capitán Guillermo Antona, desgraciadamente fallecido, de quien fui vecino. Guillermo me habló de un fraile dominico que hablaba vietnamita a la perfección, que iba por aquellas tierras con su espectacular hábito blanquinegro y que intentaba sacar, aprovechando los aviones militares, un biombo de oro macizo. En septiembre de 1971 Franco ordenó el retorno de los últimos españoles en Indochina. Su vuelta fue ocultada hasta el punto de que ninguna autoridad, ni política ni militar, recibió a los militares españoles a su regreso a España. Así fue como acabó, con más pena que gloria, la aventura vietnamita del ejército español y del biombo de oro, por mi parte al menos, nunca más se supo. Para leer más:
|
You are subscribed to email updates from UniDiversidad. Observaciones y pensamientos. To stop receiving these emails, you may unsubscribe now. | Email delivery powered by Google |
Google Inc., 1600 Amphitheatre Parkway, Mountain View, CA 94043, United States |
No hay comentarios:
Publicar un comentario