UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 08 Apr 2015 12:27 AM PDT
Durante el primer invierno de la Gran Guerra, el de 1914-1915, apareció un problema médico y militar entre los soldados que se agazapaban en las trincheras mientras recibían un auténtico diluvio de artillería por parte del enemigo. Los médicos británicos lo llamaron«shell shock», los franceses «obusitis», los españoles «psicosis del alambre de púas», los alemanes«Kriegszittern» (temblores de la guerra) y se supone que fue análogo a lo que ahora llamamos reacción al estrés del combate o neurosis de guerra. Solo entre los británicos hubo 80.000 casos. 50.000 de los cuales seguían en tratamiento después del armisticio. Tras la subida al poder de los nazis en Alemania, la ley de 3 de julio de 1934 (Ley de Medidas de Defensa del Estado) puso en marcha la eutanasia de los enfermos mentales y terminó con el asesinato de entre 4.000 y 5.000 veteranos de la I Guerra Mundial que seguían ingresados en hospitales psiquiátricos tras este trastorno psicológico.
Los afectados por el shell shock, normalmente expuestos a la onda expansiva de una explosión o que habían quedado enterrados en la trinchera tras el impacto de un obús, aparecían silenciosos, a veces sordos, mudos o ciegos, en ocasiones doblados por la mitad o en cuclillas e incapaces de ponerse en pie (los médicos militares lo llamaban torcedura vertebral), algunos estaban totalmente paralizados o tenían vómitos incontrolables, corea rítmica (movimientos en todas direcciones), contracturas de manos o pies, temblores, tínnitus, fatiga, indecisión, hipersensibilidad al ruido, pesadillas, diarrea, incapacidad para priorizar y desconexión de todo lo que les rodea, algo que queda de manifiesto en sus miradas perdidas. Los síntomas son, por tanto, sobre todo físicos, por lo que es diferente -o quizá una variante- de lo que conocemos como trastorno de estrés postraumático donde la mayoría de los síntomas son psíquicos. Era un comportamiento anómalo, que se presentaba de forma aguda como resultado del trauma de la guerra y que reducía en gran medida el espíritu y la eficiencia del soldado. La obusitis afectaba en la Navidad de 1914 a un 10% de los oficiales ingleses y a un 4% de las tropas. Los síntomas estaban relacionados con la experiencia vivida: los que habían clavado la bayoneta en la cara de un enemigo, tenían tics histéricos de sus músculos faciales, los que lo habían hecho en el abdomen de otro, tenían fuertes punzadas en el estómago, los francotiradores sentían que perdían la vista y muchos de los que habían participado en combates cuerpo a cuerpo sufrían terribles pesadillas donde soñaban que no conseguían separarse del cuerpo de sus enemigos. Algunos jefes y oficiales lo calificaban sin más de cobardía frente al enemigo. Franceses, ingleses y alemanes lo afrontaron de manera distinta. Los franceses pensaron que eran simuladores, aunque pudiera ser inconscientemente, por lo que anestesiaban a los soldados con cloroformo. Si la contractura era real se mantendría aún estando anestesiado; si era fingida, desaparecería como por ensalmo. Probaron además y pusieron a punto distintos tratamientos como grilletes rectificadores o descargas eléctricas, técnicas que ahora calificaríamos probablemente de torturas. Aunque en algunos casos estos durísimos tratamientos permitían su vuelta al frente, los problemas resurgían al cabo de unos días o unas semanas y volvían a causar baja poco después. Los ingleses también pensaron al principio que era un problema de cobardía. Algunos soldados fueron juzgados, condenados y ejecutados pero no fue algo común. En el ejército británico hubo durante la contienda 240.000 consejos de guerra que resultaron en 3.080 sentencias de muerte pero que solo se consumaron en 346 casos. En Francia hubo unas 2.000 condenas y unos 700 fusilamientos mientras que en Alemania se retiraron del frente para evitar contagiar a sus compañeros y solo hubo 150 condenados y 48 ejecutados, aunque al menos 20 más murieron a consecuencia de los tratamientos y muchos otros se suicidaron. Para algunos médicos eran casos de lesiones difusas en el cerebro causadas por la onda expansiva mientras que otros decían que se trataba de envenenamientos causados por el monóxido de carbono generado por las explosiones. Sin embargo, según la guerra fue avanzando se vio que aparecían cada vez más casos con síntomas de obusitis sin que hubieran estado expuestos al fuego de artillería. El 7 de julio de 1916 un soldado inglés, Arthur Hubbard, escribía a su madre intentando explicarle porqué ya no estaba en Francia sino que había sido trasladado a un hospital. En sus propias palabras, era por «una visión terrible que no podré olvidar mientras viva». Decía así:
Teníamos órdenes estrictas de no coger prisioneros aunque estuvieran heridos. Mi primera tarea cuando terminé de cortar sus alambradas, fue vaciar mi cargador sobre los que habían salido de uno de sus profundos escondites, sangrando profusamente, y liquidarlos. Gritaron pidiendo piedad, pero tenía mis órdenes, ellos nos daban igual, los pobres diablos… hace que mi cabeza estalle cuando pienso en eso.
Se había venido abajo durante la batalla de Somme. En un principio había pensado que su situación era tranquila ya que le habían colocado en la cuarta línea de trincheras pero a las 3.30 de la tarde prácticamente todo su batallón había sido aniquilado por la artillería alemana. Él mismo había quedado enterrado, había logrado salir a duras penas de entre los restos de la trinchera y durante la retirada estuvo a punto de morir bajo el fuego de ametralladoras. En esa experiencia de horrores, se colapsó.En los siguientes meses, el número de soldados afectados por obusitis fue creciendo. El ejército buscó una solución y le encargó a Charles S. Myers, un psicólogo con formación médica, analizar las causas y los posibles tratamientos pues las bajas eran importantes. Myers era profesor en Cambridge y concluyó que eran bajas psicológicas y no físicas y pensó, de acuerdo al conocimiento de la época, que esos síntomas eran la expresión de un trauma reprimido. Junto con William McDougall, otro psicólogo con formación médica, Myers planteó que la fatiga de combate podía ser curada utilizando una reintegración afectiva y cognitiva. Para los dos investigadores, el soldado afectado había intentado manejar una experiencia terrible reprimiendo, deformando o suprimiendo cualquier recuerdo de ese suceso traumático. Los síntomas físicos como el temblor o las contracturas eran el resultado de un proceso inconsciente para mantener esa disociación entre lo vivido y lo recordado. Myers y McDougall diseñaron un sistema de intervención donde las memorias eran revividas y volvían de esa manera a integrarse en su mente consciente, un proceso que no era automático ni instantáneo y que requería normalmente unas cuantas sesiones de terapia. Aunque Myers pensaba que podía ir tratando con éxito los casos individuales, las nuevas ofensivas del frente produjeron una avalancha de nuevos casos. Estipuló que había tres normas básicas en el tratamiento de las víctimas de la neurosis de guerra: actuar con prontitud, utilizar un ambiente adecuado y usar una terapia psicológica, aunque a menudo estas medidas se limitasen a tranquilizar, animar y reafirmar al paciente. Con respecto al ambiente, planteó que el ejército debería poner en marcha unidades especialidades tan lejos del fragor del campo de batalla como fuese posible, pero al mismo tiempo preservando en la mayor medida la atmósfera del frente. El tema no terminó allí. El Ministerio de Guerra se dio cuenta que tenía un problema serio porque muchos de los pacientes de la fatiga de combate eran dados de alta en los hospitales como inválidos sin posibilidad de reintegrarse a la vida civil ni de conseguir empleo. El Alto Mando organizó una conferencia de emergencia y de nuevo pidió la colaboración de Myers, quien dijo que había que organizar un sistema integrado con puestos avanzados de tratamiento, hospitales intermedios y centros especializados de terapia en el Reino Unido. Siegfried Sassoon (1886-1967) fue un escritor británico considerado uno de los principales poetas de la Primera Guerra Mundial y de los pocos que sobrevivieron al conflicto. En el frente, Sassoon fue de una valentía suicida, con actos de arrojo descabellado, incluyendo la recuperación de heridos y muertos en la tierra de nadie y la captura, él solo, de una trinchera en la Línea Hindenburg donde había sesenta soldados alemanes a los que dispersó con granadas de mano para ponerse después a leer un libro de poesía. Sus hombres le apodaban Jack el Loco, pero deseaban estar junto a él aunque tenía fama de ser inflexible como oficial. Progresivamente fue odiando la guerra al comprobar las condiciones del frente, el engaño de los políticos, la extensión de la carnicería. Su poesía se convirtió en una voz discordante donde llevaba la fea verdad de las trincheras a una audiencia que solo había escuchado hasta ese momento la propaganda patriótica. Detalles como cadáveres en descomposición, miembros arrancados, suciedad, cobardía o suicidios aparecían por primera vez en su obra. Pemiado con alguna de las principales condecoraciones al valor militar, en 1917, tras la muerte de su amigo David Cuthbert Thomas, se negó a reincorporarse al servicio y animado por pacifistas como Bertrand Russell escribió una carta a su comandante en jefe titulada Declaración de un Soldado. Fue enviada a la prensa y se leyó en público en el parlamento inglés por un simpatizante. La carta fue vista por muchos como un acto de traición («Hago esta declaración como un acto de desafío voluntario a la autoridad militar») y condenaba los motivos políticos de la guerra («Creo que la guerra en la que entré como una guerra de defensa y liberación se ha convertido en una guerra de agresión y conquista»). En vez de someterle a un tribunal militar, el Subsecretario de Estado para la Guerra, Ian Macpherson, le declaró incapaz para el servicio y le envío al Hospital Craiglockhart de Edimburgo para ser tratado de obusitis. En el hospital escribió un poema titulado Supervivientes
No hay duda de que pronto se pondrán bien; el choque y el estrés
han causado su voz tartamudeante, desconectada
Por supuesto, están deseando salir otra vez
Estos chicos con caras envejecidas, asustadas, aprendiendo a caminar.
Pronto olvidarán sus noches atormentadas; su intimidada
ligazón a los fantasmas de los amigos que murieron.
Sus sueños que gotean asesinatos: y estarán orgullosos
de la guerra gloriosa que quebró su orgullo
Hombres que fueron a la batalla, sonrientes y contentos:
Niños, con ojos que te odian, rotos y desquiciados.
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