He ganado una cena. Me aposté que, después de la campaña mediática que se hizo de César Bona, maestro aragonés, finalista
Global Teacher Prize, no volvería el curso que viene al aula. Sí, César Bona ha comunicado en
su cuenta de Facebook (algo de lo que se hacen
eco algunos medios de comunicación) que deja el aula para embarcarse en un proyecto de Aldeas Infantiles. El premio, como sucede en tantísimas ocasiones, es abandonar la trinchera para asesorar o impartir conferencias. No es malo lo anterior; lo único que demuestra es la falta de una carrera profesional en condiciones y, como no, la percepción de lo que supone triunfar si uno es docente.
Debo reconocer que, hasta el curso pasado, no conocía a César Bona. Ni tan sólo lo que estaba haciendo en su aula porque, al igual que sucede en muchas ocasiones, son varios los docentes que, por diferentes motivos, no usan los blogs o las redes sociales para dotar de transparencia a sus aulas o, si lo hacen, dicha difusión se queda en un ámbito muy reducido. Sí que, después de la campaña y nominación posterior, pude empezar a ver qué hacía en el aula. Un buen trabajo mirado desde fuera. Implicarse en el aula siempre es positivo. Más aún usar estrategias que demuestren "cariño" frente a los alumnos que uno tiene. Y es por ello que no puedo menos de aplaudirle. Aplaudirle por su trabajo y por mediatizarlo ya que, en muchas ocasiones, conviene dar visibilidad a lo que se está haciendo.
Ahora, al igual que muchos, se convierte en uno de esos "
desertores de la tiza" que, con todo el derecho del mundo, deciden profesionalmente abandonar el aula para dedicarse a tareas que les llenen más. No es malo abandonar el aula. Lo que sí que chirría un poco es que, después de ser considerado por la mayoría de medios de comunicación de nuestro país, un héroe a imitar por el resto de los docentes, nos carguemos esa imagen para asociarlo a uno de aquellos que, por desgracia, entienden que pueden hacer un mejor trabajo fuera del aula que en ella. Y eso, para mí, es un auténtico sinsentido.
Reconozco que la trinchera es dura. Que las aulas, por muchas circunstancias, son contextos donde uno puede pasarlo muy bien o muy mal. Donde, el día a día, se demuestra totalmente incontrolable. Donde, por desgracia, nadie más que los propios alumnos -y no todos ni, incluso, la mayoría- va a saber ver el trabajo que se está realizando con ellos. Un lugar de satisfacción personal que, lamentablemente, da la sensación que sea más fácil de juzgar desde fuera que desde dentro.
Me parece bien que cada uno decida qué prioridades profesionales elige pero, lo que no compraré jamás, es que las frases grandilocuentes, las conferencias frente a las cámaras o, incluso, la publicación de multitud de investigaciones, sustituyan el trabajo diario de esos profesionales que el curso que viene sí que seguirán en nuestras aulas.
Por cierto, un día me preguntaron si yo podría abandonar alguna vez el aula. Pues sí, si mejorará mi vida personal, por qué no hacerlo. Eso sí, reconociendo siempre que el trabajo más importante que se hace en el ámbito educativo, es el que realizan esos cientos de miles de docentes que siguen dando lo mejor de ellos en las aulas.
Finalmente, no puedo menos que acabar este artículo -incoherente como todos-, que deseando a César Bona y a todos aquellos que, por diferentes motivos no van a incorporarse el curso que viene las aulas, toda la suerte del mundo en sus nuevas tareas profesionales.
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