-
UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 14 Aug 2015 05:21 AM PDT
Hay una teoría entre la población, alimentada por los medios de comunicación, el cine y las novelas, según la cual, en algún momento de la edad madura tiramos por la ventana nuestra vida e intentamos conseguir una nueva. Curiosamente, la ciencia ha dicho mucho menos al respecto que la llamada cultura popular. En 1965, Elliot Jacques, un psicoanalista -¡ups!- y psicólogo organizacional canadiense, acuñó el término de «midlife crisis», la crisis de la mitad de la vida. En principio él se refería a artistas y compositores que se aferraban a una imagen juvenil y huían de la idea siquiera de la edad y la muerte pero el término se fue popularizando y una encuesta en 1994 indicaba que el 86% de los adultos jóvenes cree en estas crisis. Algo que pocos años antes ni siquiera tenía un nombre, es ahora una realidad que afecta -supuestamente- a casi todo el mundo.
Mi planteamiento es que el concepto «crisis» es equívoco, que los retos y cambios son intrínsecos a la vida y no tienen por qué ser negativos y que la mejor prueba del mito construido en torno a situaciones que han existido siempre es que se hace trampa con la definición del proceso y se hace trampa con la edad en que sucede. Al parecer, el número de crisis vitales se ha multiplicado. En la actualidad, se habla de la crisis del primer cuarto, que tendría lugar entre los 20 y los 30 años, las crisis de la media vida, donde entrarían las de los famosos 40 y los 50 y una nueva crisis en torno a los 60 y la jubilación. Si a eso añadimos que no hay ninguna época en la vida que encaje tanto en los parámetros de una crisis como la adolescencia resulta que la infancia no es solo la patria común, como escribía Miguel Delibes, sino también la única fase de la vida en donde no estamos en crisis. Una crisis es un período en la vida de una persona, que dura al menos un año y que se caracteriza por un nivel anómalo de inestabilidad emocional, por una evaluación muy negativa de la propia situación y, particularmente, por la adopción de grandes cambios. Una encuesta del National Institute on Aging indicaba que el 26% de los adultos entre 25 y 75 años había tenido una de estas crisis de la edad madura y el porcentaje era algo mayor, el 35%, entre los mayores de 50 años. El número de mujer que dice haber pasado una crisis es superior al de hombres pero puede ser debido a que ellas, en general, son más valientes a la hora de aceptar que lo han pasado mal, que han atravesado por un período de aguas turbulentas. Es algo que ha existido siempre: los primeros versos de la Divina Comedia, la obra escrita por Dante que sirve de puente entre la Edad Media y el Renacimiento, dicen así:
A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por haberme apartado del camino recto. ¡Ah! ¡Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espera que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi temor; temor tan triste, que la muerte no lo es tanto!
Las crisis de la media edad suelen tener un elemento desencadenante como que el hijo más pequeño termine la universidad, un cumpleaños terminado en cero que anuncia que estás empezando una nueva década o la muerte de los padres. Pero es posible que estemos haciendo trampa y no es que la crisis de los 50 nos lleve al divorcio sino que el divorcio o la pérdida del trabajo, dos circunstancias que se pueden producir a cualquier edad en los adultos, nos hagan pensar «¡ah!, es que me ha pillado la crisis». Un ejemplo nos puede hacer comprender que esto de la crisis es la profecía autocumplible: una persona de 50 años, mi empresa cierra o hace un ERE y encuentro un puesto similar, no pasa nada, pero si pasan los meses, nadie valora mi capacidad ni mi experiencia, ya no sé qué hacer y empiezo a pensar que nunca encontraré trabajo y entro en una depresión, la gente alrededor dice: es que «está en la crisis de los 50». No es así, en lo que está es en un mercado laboral distorsionado, donde las empresas mediocres piensan que un trabajador que cobre menos es un trabajador mejor, y donde la experiencia, el know how, los contactos (¿los podíamos llamar el know who?) y la lealtad a la empresa valen cero. No es que la crisis sea inevitable, denle un trabajo digno y verán por donde les introduce la crisis.También es cierto que vivimos en una era de glorificación de la juventud, con más de treinta años estás acabado aunque no seas un futbolista y si eres mujer, me temo que aún más. Bajo ese paraguas de la juventud divino tesoro cumplir años es una tortura palada a palada y cambiar de década, un clavo más en la tapa del ataúd. En realidad, nadie puede negar que la edad va produciendo, lentamente, cierto deterioro físico, pero la neurociencia muestra que el cerebro maduro es más flexible y adaptable que lo que se pensaba no hace mucho tiempo. Con los años, los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro muestran mayores niveles de integración, lo que es una puerta abierta a una mayor creatividad. La edad también atempera los sentimientos negativos, las emociones descontroladas y mejora el juego social, sabemos gestionar mejor las situaciones en las que interactuamos con personas de distintos tipos y distintas edades. Los cerebros de más años tienen codificados millones de memorias y conocimientos, una ventaja impresionante e imposible de compensar. Es posible que se pierda algo de velocidad de procesamiento en nuestros circuitos neuronales, pero nuestros datos son mucho más ricos y están mucho mejor conectados entre sí. Por lo tanto, lo que nos dicen los estudios científicos es que en la edad madura, el cerebro está dispuesto para afrontar nuevos retos, con un desarrollo máximo de su capacidad, con el refuerzo positivo de la experiencia y con todo el potencial para afrontar nuevos objetivos y conseguir alcanzarlos. Y entonces, ¿por qué esa manía con la crisis de los 40 y los 50? Por una mezcla de aspectos personales, incluso biológicos, y sociales. Entre los biológicos está el final obligado o voluntario de la etapa reproductora, las primeras señales del paso del tiempo (canas, arrugas) o la sensación de pérdida física (menor agilidad, menor fuerza, menor rapidez). Podrían verse como etapas normales, igual que cuando a los 12 nos salieron las tetas o el bigote o a los 18 dejamos de crecer, pero se viven como tragedias. Entre los sociales, están las dificultades laborales que he mencionado antes y los modelos populares (las señoritas que alcanzan la fama por sus actividades horizontales y no pueden tener más de veintipocos o los futbolistas que se jubilan a los treinta y pocos). Entre los personales está esa sencilla cuenta de que nos queda menos para terminar el trayecto de lo que ya llevamos recorrido, que en esa montaña de la vida, hemos llegado a la cima y ya vamos de descenso. Algunos psicólogos famosos no han ayudado precisamente. Sigmund Freud escribió en 1907 que «en torno a los 50 años de edad, la elasticidad de los procesos mentales de la que el tratamiento depende está, como regla, ausente. A las personas mayores ya no se las puede educar». Freud, que escribió esto a los 51 años, no podía saber que haría algunos de sus mejores trabajos superados los 65 años. Jean Piaget, uno de los más famosos psicólogos del desarrollo consideraba que el desarrollo cognitivo se detenía en los adultos jóvenes, con la adquisición del pensamiento abstracto. Me resulta más sugerente lo que propone Gene Cohen que habla de cuatro fases entre las personas que superaron los cuarenta. Lo primero sería una fase de reevaluación (entre los 40 y 65) donde nos ponemos nuevos objetivos y nuevas prioridades. A continuación, una fase de liberación (de los 55 a los 75 años) que implica dejar atrás inhibiciones anteriores para expresarnos y comportarnos como realmente somos. La tercera es una fase de recapitulación (65 a 85) donde revisamos nuestra vida y nos concentramos en devolver lo que hemos recibido y por último una fase que ha denominado de «bis», de recomenzar, que implica encontrar reafirmación y compañía en medio de la adversidad y las pérdidas. Otra diferencia entre la realidad y la imagen popular puede ser en cuanto al desenlace de las crisis. La imagen típica es un hombre maduro, con canas y sobrepeso, que empieza a hacer el idiota de distintas maneras: se compra un descapotable, empieza a salir con mujeres mucho más jóvenes y deja el trabajo por algo ilusorio como un proyecto de juventud. Mi ejemplo favorito es Lester Burnham, el personaje protagonizado por Kevin Spacey en American Beauty: deja su trabajo para vender hamburguesas, chantajea a su jefe, se compra el coche de sus sueños, se esfuerza en hacer ejercicio para ponerse en forma y tiene fantasías sexuales con la amiga de su hija. En resumen, el desastre. En realidad, la mitad de la gente dice que su vida mejoró a consecuencia de los cambios que hicieron en sus 40 o 50, son menos los que dicen que los aspectos positivos y negativos se compensan y es un pequeño porcentaje el que dice que jamás se recuperó. Las investigaciones recientes muestran que la satisfacción con la vida propia se incrementa de forma estadísticamente significativa de los 40 a los 50 y de nuevo de los 50 a los 60. Los hijos han volado del nido, alcanzas tu mejor salario y posición y tienes experiencia y juicio para saber lo que quieres e ir a por ello. La madurez cada vez se ve más como una parte normal de la vida, una nueva etapa que cierra una fase previa y abre nuevos horizontes. En estos momentos de transición puede ser normal e incluso conveniente evaluar las prioridades y objetivos. Las mujeres, tras la etapa maternal, pueden desear volver a estudiar, aunque hayan tenido actividad laboral, razonando de una manera sensata que tienen capacidad y voluntad de retomar cosas que tuvieron que aparcar por responsabilidades familiares. Los hombres pueden querer dedicar más tiempo a la parte emocional, no todo es ya triunfar en el trabajo. Hay quien explora actividades que siempre le gustaron como cocinar, la fotografía o proyectos sociales mientras que las mujeres sienten a menudo que se quieren dedicar tiempo a ellas mismas, valoran las relaciones familiares y sociales pero sienten a menudo que han estado tan pendientes de otros, marido, hijos o padres, que ahora les toca a ellas. Es posible que estos cambios generen cierta ansiedad por esa sensación de cambio de rumbo pero para muchas personas prima un sentimiento de libertad y posibilidades renovadas, de entrar en un momento maravilloso de ese camino que llamamos vida. ¡Y si no, los fabricantes de descapotables también tienen derecho a vivir! Para leer más:
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario